domingo, 11 de agosto de 2013

Señoras ardidas.

El Viejo Tom es mi vecino. Se trata de un anciano regordete cuyo aspecto es la de un oso cagón que come y fuma apaciblemente sin playera, sentado en una banca que ha sido colocada en su patio.

¡Ah!, su patio es digno de un documental pues se trata de un espacio de 9 metros cuadrados en los que ha intentado construir una cantina: tiene una mesa plegable de metal de la cervecería Corona, banquitos tipo bar y una gran banca construida con tabique, madera y garras viejas. Su equipo de sonido es un estereo viejo con tornamesa, casetera y bocinas voladas que han sido colocadas estratégicamente para provocar estragos auditivos entre los escuchas. La música es la hostia: Pedro Infante, Lucha Villa, Jorge Negrete, Las Jilguerillas, Los Xochimilcas y Pérez Prado, son parte del mismo repertorio que durante años hemos tenido que soplarnos quienes nos vemos obligados a padecer su ya tradicional domingo familiar mismo que me atreveré a documentar en otro momento pues de algo ha de servir a los estudiantes de sociología en busca de un trabajo de titulación.
 
Llevo tres horas escuchando los infames berridos de Pedro Infante y Lucha Villa. Llevo ya muchos domingos soportando estoico los mismos berridos durante cinco o seis horas, desde hace muchos años. Hoy he llegado a la conclusión que el viejo Tom debió haber sufrido de una tremenda decepción  amorosa en otra vida. El Viejo Tom sin duda, en esa otra vida y en la actual, fue y sigue siendo una señora ardida en el cuerpo de un oso cagón.