sábado, 12 de septiembre de 2015

Racismos



La controversia generada por los comentarios de un señor que es gringo, millonario y tiene cabeza de muñeca arrumbada, está llegando a proporciones risibles como divertidas son nuestras reacciones. Los medios de comunicación se mantienen atentos a su bocota y basta que escupa la primera idiotez para que tres cuartas partes de México reaccionen con furia. En las redes sociales el efecto se adereza con saña ridiculizando a un ser que en sí mismo ya es una mala caricatura pero a la que nos aferramos a prestar atención. ¿Será que los comentarios de Donald Trump en realidad calan en lo más profundo de nuestro ego o únicamente proyectan la frustración que sentimos por ser un pueblo que calla en nombre de lo políticamente correcto, cuando en realidad lo hacemos por falta agallas? Nadie puede negar que quisiera decir lo mismo en contra de los gringos y que ellos se indignaran de la misma forma amenazando con una guerra nuclear por gritarles sus verdades. Desafortunadamente eso no va a pasar porque nosotros no necesitamos ofender a los gringos recordándoles su doble moral, su conocida adicción a la violencia, a generar guerras, a las drogas, así como sus mecanismos para hacer que el mundo se arrodille a sus pies, sin olvidar sus horrendas películas que al final terminamos consumiendo con beneplácito apenas aparecen en pantalla. Y no necesitamos ofenderlos porque tenemos nuestros propios mecanismos para hacer gala de la humillación y el menosprecio. Casos puedo citar muchos pero me viene a la mente el más reciente: “México abre las puertas a refugiados sirios.” La noticia, que en el mundo también ha generado polémica, dice mucho de lo que somos como humanos. Aquí en México los que semanas atrás se quejaron por las declaraciones de Donald Trump reaccionaron de inmediato al exigir que antes de traer más gente a este país se mejoren las condiciones de quienes ya estamos aquí porque no es posible que se esté pensando en el bienestar de los extranjeros cuando a nosotros mismos nos está llevando la tristeza, por decir lo menos. En ese mismo tenor, me entero que algunas universidades importantes abrirán algunos lugares para que universitarios sirios concluyan sus estudios, entonces, los mismos que se indignaban por el veneno lanzado por el magnate gringo no tardaron en volcarse contra dicha iniciativa exigiendo que primero se acomode a los miles de jóvenes mexicanos que urgen por ingresar a la universidad. Luego, encontramos la imagen de un niño de tres años muerto a la orilla de una playa y se nos hace un nudo en la garganta que nos orilla a volcarnos a las redes sociales para exigir justicia pero se nos olvida que en México tenemos un pendiente por resolver: los niños de la guardería ABC también siguen esperando el castigo para los responsables de su muerte. También se nos olvida que hace poco menos de un año 43 estudiantes fueron desaparecidos, que meses después 17 ancianos murieron calcinados, que en el estado de México casi diario hay mujeres vejadas y asesinadas, que la guerra contra el narco lleva una cantidad incontable de muertos y que nosotros sólo nos mantenemos como espectadores porque es de chairos andar exigiendo justicia por las calles así que mejor lo hacemos desde la comodidad y anonimato de la red. Personalmente no me interesan los dichos del señor Trump como en su momento tampoco me importaron las habladurías de Pit Wilson. Reconozco que pocas veces he leído una nota completa sobre el circo montado por el payaso del tupé pero a cambio, diariamente, seguiré viendo como mis compatriotas sacan lo peor de su racismo cerrándole la puerta en la cara a decenas de migrantes que recorren las calles de la colonia buscando un poco de comida que los mantenga en pie para seguir su camino hacia la frontera norte. Es curioso que los dichos de un señor, al que evidentemente le faltan neuronas, provoquen semejantes reacciones entre quienes siguen sus pasos de este lado de la frontera humillando a los guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, nahuas, mixes, otomíes, mayas, tarahumaras o cualquier otro que se encuentre en una situación menos favorable. Aunque nos duela reconocerlo, somos iguales que Donald Trump, sólo que él escupe su odio a micrófono abierto mientras nosotros lo hacemos evidente haciéndonos pendejos frente a la realidad que estamos viviendo. Pero que no se nos olvide que si las condiciones políticas, económicas y de seguridad siguen por la ruta en que hemos permitido, pronto nos veremos en la necesidad de seguir a otros compatriotas que han preferido escapar de las exclusiones a las que los hemos sometido. Así que antes que nuestro racismo nos cobre factura repensemos ese dicho que nos vuelve candil de la calle y oscuridad en nuestra patria.