jueves, 28 de septiembre de 2017

Mi primera Playboy



Se murió Hugh Hefner y todos los que hablan de ello rubrican la noticia con alguna anécdota relacionada con Playboy. Escudriño en mi memoria tratando de extraer alguna historia relacionada con la revista y sólo aparecen destellos acerca de los pictoriales, el poster central, la sección de chistes, las biografías de los fotógrafos del mes, los artículos de moda, la publicidad y claro, los artículos serios.

Cuando tenía 15 años me volví ávido lector de Playboy durante un año. ¡De verdad, la leía! Me gustaba revisar la sección de moda y ver las tendencias en ropa y accesorios. Me imaginaba que siendo mayor, el producto monetario de mi trabajo se despilfarraría, invariablemente, en trajes Hugo Boss, camisas Ermenegildo Zegna, corbatas, relojes y lociones. Pero algo pasó en el tránsito a mi adultez que pronto me di cuenta que el mundillo que la revista proyectaba estaba muy alejado de mí.

En algunos ejemplares recuerdo haber visto las biografías de los fotógrafos que hacían el pictorial del mes. No es difícil imaginar que antes de cumplir 16 años deseaba fervientemente tener una cámara y comenzar a practicar mis tomas. En la imaginación me veía retratando a algunas de mis compañeras de la preparatoria, a mis vecinas y a una que otra maestra. Es fácil entender que la cámara nunca llegó a mis manos, que tampoco me preocupé por hacerme de una y mucho menos tuve modelos para practicar. En pocas palabras: no soy un fotógrafo estrella de Playboy. Tampoco me apremia. Las fotos deseadas llegaron a manera de selfies y la mayoría de las ocasiones como un premio. Esa es otra historia.

Los chistes de Playboy eran poco menos que graciosos y aún así era lo primero que revisaba. Me gustaba leerlos, releerlos, descifrar el sentido del chiste y luego memorizarlos. Entonces no sabía en qué momento podría usarlos para hacer reír a una mujer. El caso es yo jamás logré reírme con alguno de los chistes ahí publicados, aunque sí pude hacer el ridículo decenas de veces cuando intenté reproducirlos para hacerme el gracioso.

No se me olvida cuando Alejandra Guzmán salió en la edición Mexicana. Fue una locura. Para contar la anécdota primero tengo que reconocer que fui ferviente admirador de la hija de don Enrique y por ello hice hasta lo indecible por obtener un ejemplar. Mi deseo por ver a esa mujer encueradita me hizo recorrer cada puesto en mi colonia y en las colonias vecinas, sin obtener un resultado favorable. La revista estaba agotada o eso decían los voceadores. Pasó una semana de su lanzamiento y no lograba tener el preciado ejemplar hasta que supe que un sujeto, al que apodábamos Screetch (sí, el personaje representado por Dustin Diamond), trabajaba en un puesto de revistas.

     
Consígueme la Playboy de Alejandra Guzmán...
Está agotada –respondió el mozalbete con contundencia. 
¿De plano no hay modo de conseguirla?
Deja le pregunto a mi abuelo y mañana te digo.

Al siguiente día Screetch me hizo saber que su abuelo podía venderme un ejemplar pero me costaría el triple de lo normal. Pacté el trato. Dos días después cuando el sujeto colocó la revista en mis manos, un hervidero de jóvenes calenturientos se colocó en torno a mí. Cuando arranqué el celofán, el Screetch se retiró y una vez en la puerta gritó:

  ¡No se le ve nada!
 
Con horror descubrimos que efectivamente el ansiado desnudo de Alejandra Guzmán era mero truco publicitario. Y aunque el Screetch corrió lo más que pudo, hubo alguien más veloz que logró darle alcance y lo dispuso para que el resto le propináramos la madriza de su vida. Aunque en el fondo sabíamos que la madriza se la había ganado por arruinarnos una ilusión juvenil, cada golpe fue dedicado a la farsa vendida Playboy. Con esa anécdota puse fin a un ciclo en el que desfilaron por mis ojos cientos de playmates que hoy se han esfumado de mi memoria.

                   *   *   *

Cuando tengo insomnio suelo salir de mi recámara, me dirijo a la sala y me acomodo en el sofá hasta que me abraza el sueño. Nunca enciendo el televisor y menos el teléfono. Anoche hice una excepción y así me enteré de la muerte de Hugh Hefner, hombre controversial en cuyo lado oscuro se consignó, paradójicamente, una marcada misoginia aderezada con un disfraz de conservadurismo.

Tal vez por la hora en que se dio su muerte (una de la mañana) casi nadie dio cuenta de lo ocurrido, ni siquiera en los sitios de Facebook de Playboy Brasil, Rusia y México. A esa hora no había publicaciones lamentando su muerte, ni publicaciones deseando su herencia, ni alguien que se pusiera a disposición de la viuda. Es más, no había ni un sólo meme.

Fue hasta ocho minutos antes de las seis de la mañana cuando una vieja amiga me envió un mensaje preguntando si ya sabía de la muerte del fundador de Playboy. Respondí afirmativamente.

  ¿Oye, recuerdas la primera vez que tuviste una Playboy en las manos?

Me pareció una impertinencia por parte de mi amiga pero hice memoria: estaba en sexto grado de primaria. Por alguna razón un grupillo de amigos y yo habíamos descubierto el escondite de revistas “porno” del padre de uno. La emoción de ver por vez primera a una mujer sin ropa me hizo arrebatarles el ejemplar que sobresalía de la bolsa negra y hojearlo con frenesí. No recuerdo la portada pero sí las fotos de una morena hermosa de nombre Brandi Brandt. Nunca se me olvidó ese nombre.

Fue tal mi obsesión por la playmate que busqué robarme dicha revista. No lo conseguí pues mi amigo jamás nos dejó solos en el estudio de su padre, lugar donde estaba el escondite de las revistas. Sin embargo, de común acuerdo con los otros camaradas, en algún momento pude arrancar las páginas donde aparecía Brandi y llevarlas como tesoro a algún lugar de mi casa, escondrijo que muy pronto fue descubierto por mi madre, quien luego de armar un escándalo monumental, depositó las hojas en el bote de la basura no sin antes pasarlas por sus manos trituradoras.

Años después supe que Brandi se había casado con Nikki Sixx, bajista de Mötley Crüe, lo que acrecentó mi admiración por ella. Incluso, conseguí un poster donde ambos aparecen posando para la cámara. Fin de la historia.

                                       *   *   *

Mi muy marcada inconstancia no me ayudó en mi objetivo por convertirme en fotógrafo de Playboy, conocer a Hugh Hefner y de paso, dar un tour por su mansión. Lo anterior también me privó de conocer a decenas de playmates que seguramente hubieran sido mi perdición. Lo más cercano que estuve de eso ocurrió hace unos años cuando mi amiga Celia, quien escribía para la edición mexicana, acudía mensualmente a las presentaciones de la revista. Cuando María Karunna salió en la revista, en octubre del 2006, le pedí que me invitara. Antes le prometí portarme bien, vestir mejor y escribir una crónica para la revista en la que colaborabamos. La invitación nunca llegó.

En enero de 2016 llegué hasta el WTC, sitio donde se encuentra la redacción de Playboy México. En el lobby esperé pacientemente a Arturo J. Flores, editor de la revista. Nuestra charla duró apenas diez minutos. Antes de retirarme le pregunté qué era lo que más le piden quienes llegan a él, cuando están en dicho sitio.


Conocer la redacción –respondió sin titubear–. Tal vez esperan encontrar la oficina llena de conejitas encueradas, o con un poco de suerte, encontrar a Hugh paseándose en bata. Pero se decepcionan cuando lo único que ven es al guardia y al personal en chinga en sus escritorios. Nada emocionante.

Y si, mi deseo en ese momento era subir a la redacción pero algo me decía que no habría conejitas y mucho menos estaría Hugh.