Se
murió Hugh Hefner y todos los que hablan de ello rubrican la noticia con alguna
anécdota relacionada con Playboy. Escudriño en mi memoria tratando de extraer
alguna historia relacionada con la revista y sólo aparecen destellos acerca de
los pictoriales, el poster central, la sección de chistes, las biografías de los
fotógrafos del mes, los artículos de moda, la publicidad y claro, los artículos
serios.
Cuando
tenía 15 años me volví ávido lector de Playboy durante un año. ¡De verdad, la
leía! Me gustaba revisar la sección de moda y ver las tendencias en ropa y
accesorios. Me imaginaba que siendo mayor, el producto monetario de mi trabajo
se despilfarraría, invariablemente, en trajes Hugo Boss, camisas Ermenegildo
Zegna, corbatas, relojes y lociones. Pero algo pasó en el tránsito a mi adultez
que pronto me di cuenta que el mundillo que la revista proyectaba estaba muy
alejado de mí.
En
algunos ejemplares recuerdo haber visto las biografías de los fotógrafos que
hacían el pictorial del mes. No es difícil imaginar que antes de cumplir 16
años deseaba fervientemente tener una cámara y comenzar a practicar mis tomas.
En la imaginación me veía retratando a algunas de mis compañeras de la
preparatoria, a mis vecinas y a una que otra maestra. Es fácil entender que la
cámara nunca llegó a mis manos, que tampoco me preocupé por hacerme de una y
mucho menos tuve modelos para practicar. En pocas palabras: no soy un fotógrafo
estrella de Playboy. Tampoco me apremia. Las fotos deseadas llegaron a
manera de selfies y la mayoría de las ocasiones como un premio. Esa es otra
historia.
Los
chistes de Playboy eran poco menos que graciosos y aún así era lo primero que
revisaba. Me gustaba leerlos, releerlos, descifrar el sentido del chiste y
luego memorizarlos. Entonces no sabía en qué momento podría usarlos para hacer
reír a una mujer. El caso es yo jamás logré reírme con alguno de los chistes ahí publicados,
aunque sí pude hacer el ridículo decenas de veces cuando intenté
reproducirlos para hacerme el gracioso.
No
se me olvida cuando Alejandra Guzmán salió en la edición Mexicana. Fue una
locura. Para contar la anécdota primero tengo que reconocer que fui ferviente admirador de la hija de don Enrique y por ello hice hasta lo
indecible por obtener un ejemplar. Mi deseo por ver a esa mujer encueradita me
hizo recorrer cada puesto en mi colonia y en las colonias vecinas, sin
obtener un resultado favorable. La revista estaba agotada o eso decían los
voceadores. Pasó una semana de su lanzamiento y no lograba tener el preciado ejemplar hasta
que supe que un sujeto, al que apodábamos Screetch (sí, el personaje
representado por Dustin Diamond), trabajaba en un puesto de revistas.
– Consígueme la Playboy de Alejandra Guzmán...
– Está agotada –respondió el mozalbete con contundencia.
– ¿De plano no hay modo de conseguirla?
– Deja le pregunto a mi abuelo y mañana te digo.
Al
siguiente día Screetch me hizo saber que su abuelo podía venderme un ejemplar
pero me costaría el triple de lo normal. Pacté el trato. Dos días después
cuando el sujeto colocó la revista en mis manos, un hervidero de jóvenes
calenturientos se colocó en torno a mí. Cuando arranqué el celofán, el Screetch
se retiró y una vez en la puerta gritó:
– ¡No se le ve nada!
Con
horror descubrimos que efectivamente el ansiado desnudo de Alejandra Guzmán era
mero truco publicitario. Y aunque
el Screetch corrió lo más que pudo, hubo alguien más veloz que logró darle
alcance y lo dispuso para que el resto le propináramos la madriza de su vida.
Aunque en el fondo sabíamos que la madriza se la había ganado por arruinarnos
una ilusión juvenil, cada golpe fue dedicado a la farsa vendida
Playboy. Con esa anécdota puse fin a un ciclo en el que desfilaron por mis ojos
cientos de playmates que hoy se han esfumado de mi memoria.
* * *
Cuando
tengo insomnio suelo salir de mi recámara, me dirijo a la sala y me acomodo en
el sofá hasta que me abraza el sueño. Nunca enciendo el televisor y menos el teléfono.
Anoche hice una excepción y así me enteré de la muerte de Hugh Hefner, hombre
controversial en cuyo lado oscuro se consignó, paradójicamente, una marcada
misoginia aderezada con un disfraz de conservadurismo.
Tal
vez por la hora en que se dio su muerte (una de la mañana) casi nadie dio
cuenta de lo ocurrido, ni siquiera en los sitios de Facebook de Playboy Brasil,
Rusia y México. A esa hora no había publicaciones lamentando su muerte, ni
publicaciones deseando su herencia, ni alguien que se pusiera a disposición de
la viuda. Es más, no había ni un sólo meme.
Fue
hasta ocho minutos antes de las seis de la mañana cuando una vieja amiga me
envió un mensaje preguntando si ya sabía de la muerte del fundador de Playboy.
Respondí afirmativamente.
– ¿Oye, recuerdas la primera vez que tuviste una Playboy en las manos?
Me pareció una impertinencia por parte de mi amiga pero hice
memoria: estaba en sexto grado de primaria. Por alguna razón un grupillo de
amigos y yo habíamos descubierto el escondite de revistas “porno” del padre de
uno. La emoción de ver por vez primera a una mujer sin ropa me hizo
arrebatarles el ejemplar que sobresalía de la bolsa negra y hojearlo con
frenesí. No recuerdo la portada pero sí las fotos de una morena hermosa de
nombre Brandi Brandt. Nunca se me olvidó ese nombre.
Fue
tal mi obsesión por la playmate que busqué robarme dicha revista. No lo
conseguí pues mi amigo jamás nos dejó solos en el estudio de su padre, lugar
donde estaba el escondite de las revistas. Sin embargo, de común acuerdo con los
otros camaradas, en algún momento pude arrancar las páginas donde aparecía
Brandi y llevarlas como tesoro a algún lugar de mi casa, escondrijo que muy
pronto fue descubierto por mi madre, quien luego de armar un escándalo monumental, depositó las hojas en el bote de la basura no sin antes pasarlas por sus manos
trituradoras.
Años
después supe que Brandi se había casado con Nikki Sixx, bajista de Mötley
Crüe, lo que acrecentó mi admiración por ella. Incluso, conseguí un poster
donde ambos aparecen posando para la cámara. Fin de la historia.
* * *
Mi
muy marcada inconstancia no me ayudó en mi objetivo por convertirme en
fotógrafo de Playboy, conocer a Hugh Hefner y de paso, dar un tour por su
mansión. Lo anterior también me privó de conocer a decenas de playmates que
seguramente hubieran sido mi perdición. Lo más cercano que estuve de eso
ocurrió hace unos años cuando mi amiga Celia, quien escribía para la edición
mexicana, acudía mensualmente a las presentaciones de la revista. Cuando María
Karunna salió en la revista, en octubre del 2006, le pedí que me invitara. Antes
le prometí portarme bien, vestir mejor y escribir una crónica para la revista en la que colaborabamos. La invitación
nunca llegó.
En
enero de 2016 llegué hasta el WTC, sitio donde se encuentra la redacción de
Playboy México. En el lobby esperé pacientemente a Arturo J. Flores, editor de
la revista. Nuestra charla duró apenas diez minutos. Antes de retirarme le
pregunté qué era lo que más le piden quienes llegan a él, cuando están en dicho
sitio.
– Conocer la redacción –respondió sin titubear–. Tal vez esperan encontrar la oficina llena de conejitas encueradas, o con un poco de suerte, encontrar a Hugh paseándose en bata. Pero se decepcionan cuando lo único que ven es al guardia y al personal en chinga en sus escritorios. Nada emocionante.