viernes, 12 de octubre de 2018

Misterios textiles resueltos...

El estrés es una nueva forma de autodestrucción.

¿Qué la genera? No lo sé. Las personas estresadas viven la realidad de manera diferente a aquellas a las que todo les vale madres. 

Un día alguien me definió como "auto exigente". No comprendí la definición hasta que el paso del tiempo me demostró que no me quedo conforme con aquello que hago y busco perfeccionarlo de alguna manera, sin lograrlo. Nunca me quedo con las ganas.

Vivir estresado puede tener repercusiones poderosas en el organismo así que a veces uno tiene que ceder a ciertas actividades con las que no se encuentra familiarizado. Aprender a distraerse. En mi diagnóstico, las manualidades con telas, resultaron ser una buena opción. En esta fotografía muestro el resultado de mi terapia ocupacional anti estrés, por cierto, bastante estresante en el proceso y más aún en la evaluación del resultado.


martes, 9 de octubre de 2018

Misterios Textiles


El sábado acudí a telas La parisina a comprar 15 metros de manta de cielo. Por recomendación de mi señora madre, que es sabia en estos menesteres, me quedé parado a un lado de la joven que amablemente me atendió. Verifiqué que midiera 15 veces la tela y la cortara derechito. Dice mi madre: "porque luego se van chuecos". Acto seguido y haciendo caso a todas sus indicaciones me formé en la fila para pagar y posteriormente, volví a hacer fila donde entregan lo comprado.

Hoy por la mañana tuve que cortar la tela. Requería seccionar 15 lienzos exactos pero ¡oh, sorpresa! Resulta que la tela no tenía 15 metros de largo sino 13 metros y medio. Haciendo sesudos cálculos matemáticos con ayuda de varios ingenieros, el instrumento con el que midieron la tela tiene 90 y no 100 centímetros como lo dictan el sistema internacional de medidas y la PROFECO. Por esta razón, tuve que acudir a comprar más tela para completar la faltante.

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En mi comunidad rural, don Memo, un hombre que recién enviudó, ha transcurrido los últimos meses de vida comprando diversos productos de la canasta básica en diversos locales comerciales de la colonia con la finalidad de llevarlos hasta su casa para volverlos a pesar y verificar en cuales te dan menos producto. En los lugares que él ha detectado los robos hormiga, pega estratégicamente un sticker que su nieto le ayudó a diseñaar y que resulta de fácil entendimiento para las personas, a quienes les dice: "donde vean pegada ésta estampa, te roban; donde vean esta otra te dan completo".

Su sistema de verificación ha funcionado casi a la perfección y gracias a ello varios negocios que se ostentaban como paladines de las ofertas, irremediablemente se han ido en picada por tranzas. Mientras que viejos negocios que se encontraban olvidados han vuelto a posicionarse en el gusto de las personas. Participación y organización ciudadana, que le llaman.

Pensando en lo ocurrido esta mañana me parece que ha llegado el momento de hacer lo mismo con algunas sucursales de telas La Parisina, así que me encuentro próximo a comprarme un metro que tenga las cien centímetros reglamentarios y una caja con pegatinas y plumones.

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Ahora sólo hay un misterio por develar: ¿qué chingados andaba haciendo yo comprando telas?

viernes, 16 de febrero de 2018

El Mito de los Hombres Perro.



Hace unos años participé gustosamente en un encuentro literario de ex alumnos de la FES Acatlán. La invitación surgió de la misma forma que la mayoría de las cosas buenas que me ocurren en la vida: por estar en el lugar y en el momento preciso.

El plomero escritor es una historia casi verídica que escribí en apenas un par de horas pero a la que le dediqué mucho tiempo de corrección y que le arrancó carcajadas a quienes la leyeron en primicia. Tiempo después me enteré que se publicó, gracias a la intervención de R. Israel Miranda Salas, en un pasquín hermoso llamado Los Bastardos de la Uva. Sin embargo, pasaron varios años antes de poder tener algunos ejemplares en mis manos, lo hice el mismo día en que Jojana Oliva y Sergio Rojas, viejos conocidos de la universidad, caminaban por las calles mojadas del Centro Histórico. Fue Jojana quien me habló del encuentro y quien semanas más tarde me hizo una invitación formal para participar.

Aquel día llegué al auditorio creyéndome mucho. Bastaron unos segundos para sentirme cohibido y querer desistir de mi participación. Había dos que tres monstruos que si bien, leían poesía, me intimidaron. ¿Cómo iba a leer semejante mamarrachada para aquellos personajes? Al final lo hice y gustó. Gustó a pesar de las groserías y a pesar de que el personaje es tan anodino como su inventor. Al final pude saludar a muchos conocidos cuyas caras me eran familiares pero con los que nunca había cruzado palabra alguna.

Al año siguiente volví a participar en el encuentro y esta vez Juan Grajeda me compartió sus proyectos, entre ellos un colectivo que habían echado a andar él y Janette, su pareja, sostén y copartícipe de locuras. Los escuché atentamente sin hacerles saber que no soy partidario de pertenecer a grupos, bandas, pandillas, colectivos o mafias literarias. Sin embargo, en charlas posteriores su ánimo fue tal que terminé por enviar un par de colaboraciones para su página.

Janette y Juan son personas animosas, muy obstinados, algo locos, pero por encima de todo, trabajadores. No sé si se detengan a pensar en que sus actos traen consecuencias pero ellos están convencidos de lo que pretenden y eso lo valoro demasiado. Su valemadrismo me contagió. Tal vez por eso cuando Juan me invitó a colaborar en un libro colectivo entendí que aquello ya arrastraba una responsabilidad que a veces me cuesta trabajo admitir. Tras varias semanas me dediqué a seleccionar mis textos, revisarlos y trabajarlos nuevamente. Reconozco que se los envié no muy convencido. Afortunadamente Juan fue honesto y me hizo saber que le habían gustado únicamente tres textos mismos que serían los seleccionados para el libro.

Yo, que siempre he sido desapegado incluso de mí, no quise enterarme mucho del proceso para la construcción del libro pero un buen día supe que ya estaba casi a punto de entrar a la imprenta. Me enteré, como es lógico, de los problemas financieros por los que atravesaron para que se cocinara pero su obstinación logró la meta: hoy salió El Mito de los Hombres Perro, selección de textos de varios autores en los que se encontrará poesía y narrativa.

Tengo entendido que la edición consta de pocos ejemplares por lo que será una proeza conseguirlo. Si alguno de ustedes lo logra, compre dos y me regala uno. Chueca si no.

*Fotos tomadas de la página de Facebook de Janette Bizarro.

lunes, 12 de febrero de 2018

Censura feisbukera



En lo que va del 2018 he sido castigado tres veces en Facebook por el mismo motivo: publicar fotos con “desnudos” o en “actitudes sexuales”. Cuando menos ese es el argumento que recibo por parte de la red social una vez que sus sistemas de seguridad detectan mi actividad transgresora. Entonces, Facebook de manera unilateral, procede a bloquear mi cuenta y me pide que elimine todo el contenido que considere inapropiado pero, ¿cómo voy a eliminar algo que no considero inapropiado?

En las tres ocasiones los bloqueos han sido por subir imágenes de mujeres desnudas. Fotografías donde se asoma tímidamente un pezón o donde se muestra la ausencia de ropa. Curiosamente las fotos fueron tomadas de varios perfiles de la misma red social y curiosamente en ellos sus sistemas de seguridad, no detectaron la actividad sexual que tanto los atemoriza.

Es importante mencionar también, que en las tres ocasiones, después del bloqueo y luego de avisarme que la fotografía en cuestión ya había sido eliminada, recibí una notificación donde se me pide enviar un mensaje si es que considero que se trata de un error y merezco su piedad. Las tres veces he escrito el mismo mensaje: “la fotografía por la que fui censurado fue tomada de otro perfil de Facebook. Considero más ofensivo que se permita la publicación de fotografías que muestren a personas armadas, de maltrato animal, de propaganda religiosa o peor aún, donde se promueva el juego político de algún candidato a un puesto de elección popular. Esto último sí debería estar censurado.” Cada quien tendrá sus argumentos pero si algo detesto ahora de las redes sociales es la invasión de los políticos y el uso electorero que hacen en ellas. Cabe resaltar que no he recibido respuesta a mis mensajes y a cambio el bloqueo lleva tres días. Esta vez, además de no poder publicar tampoco puedo dar likes, reaccionar e incluso, enviar mensajes. Simplemente he sido borrado.

Es curioso: el día que sucedió el último bloqueo recién había terminado de leer el artículo de opinión de Joselo Rangel para el Excélsior. El texto se titula Pezones y expresa esa pesada política anti pezones femeninos dentro del mundo de la música, en los videos o en los shows en vivo. Pero, ¿por qué sigue siendo natural mostrar a un hombre con el torso desnudo y no el de una mujer? ¿Qué temor les produce a los creadores de Facebook o Instagram los pezones de las mujeres? Misterios insondables del señor.

Hace años que la música me llevo a ver con naturalidad cuando una mujer se despoja de la playera o la blusa y del brasier. Recuerdo mucho un concierto de Aerosmith, el 25 de enero de 1994: mientras Steven Tyler arengaba a la muchedumbre al ritmo de Love in elevator, la chica que se encontraba frente a mí se quitó el brasier y lo lazó al escenario. Toda la canción permaneció con los pechos al aire sin que eso generara caos entre el público, al contrario, aquella acción fue tan bien recibida que durante todo el concierto la escena se repitió constantemente. Ahora lo veo como algo propio del ritual del rock. No importa si ocurre en un antro pequeño frente a José Fors o si es en un festival de heavy metal donde las chicas suelen expresar algo de su rudeza de esta manera entre miles de cavernícolas que caen rendidos ante ellas. Pero también ocurre en el escenario con cantantes como Jessy Bulbo, Taylor Momsen (que en realidad ella es quien desnuda a sus fans) o Courtney Love, o Madonna y Lady Gaga, o Texxcoco, banda a la que hace referencia Joselo en su columna del 9 de febrero.


El caso es que estaré varios días bloqueado y seguramente eso provocará cierta extrañeza (y probablemente furia) entre mis allegados. Lo mejor, es que el bloqueo seguirá el 14 de febrero lo cual me ofrece la posibilidad de tener un pretexto para no responder a los mensajes que indudablemente llegarán a través del inbox. Gracias Facebook, me hiciste un favor.



Pero lo anterior ocurre en el mundillo musical. En mi ambiente los pezones femeninos pueden llegar fortuitamente a través de un Whatsapp, a manera de saludo, o como parte de un simple meme. Nada que genere escándalos o que me haga acreedor a la ley del hielo. Bendita tecnología al alcance de la libertad (y la irresponsabilidad).

jueves, 4 de enero de 2018

Bitacora de vacaciones. Día 15.

Alguna vez una profesora me dijo que el sedentarismo era uno de los grandes logros del hombre. Mantenerse en un lugar significaba el domnio del entorno natural. Estar en un sólo lugar le haría olvidarse de recorrer largas distancias e ir sin rumbo como animal. Sin embargo, yo que por esos años era un vago en potencia, sólo pensaba en lo divertido que era caminar y conocer otros lugares. Subir a un carro o un autobús y conocer otros sitios, me llenaba de felicidad. Lo hacía poco pero cuando ocurría me resultaba satisfactorio.

En mi comunidad existía un maizal enorme que llevaba a otra sección de la colonia (ahora ahi existen dos unidades habitacionales y un pedacito de maizal se mantiene en litigio). Tendría seis o siete años cuando lo atravesé por vez primera y me perdí. Llegué a una salida que no conocía y tuve que pedir ayuda para poder regresar a mi casa. A las personas les resultó muy divertido pues estaba apenas a unas cuantas calles de la mía. Esa primera experiencia me hizo ponerme el reto de ir más allá y gracias a un compañero de la escuela aprendí a recorrer ese maizal memorizando escondites, salidas, los árboles desde donde otros niños vigilaban el cultivo, etc. Pero yo quería más y cuando tuve mi primera bicicleta salí de la colonia cada vez más lejos, hasta que un cafre me hizo entender que las avenidas eran caminos peligrosos para los niños en bicicleta.
 
Fue hasta la secundaria cuando tuve la oportunidad de caminar más lejos, fui de una colonia a otra hasta llegar a otros municipios. La idea de convertirme en vagabundo me atraía pero aún no medía lo complicado que eso podría ser para un chamaco acostumbrado a comer tres veces al día y dormir en una cama afable.
 
Por aquellos años uno de mis primos, con el que guardo muchos momentos gratos, al quedar huérfano de padre y madre, tomó la decisión de buscar suerte en otro lugar. Aquí, en su país, todo estaba muy limitado. Sigue igual o peor. "Me va a ir bien", me confió antes de irse y me compartió su ilusión de comprar una flota de camiones para manejarlos y conocer todo el país. Quería ser chofer de Estrela Blanca. Han pasado veinte años de su partida y aunque el contacto que tenemos es mínimo, la idea de volverlo a ver, es cada vez más lejana. Ahora vive en Estados Unidos y sus ganas por regresar son nulas. "No tengo nada que me ate a México, más que los recuerdos y esos los cargo diario", me dijo apenas en navidad.

El mismo año en que mi primo salió de México yo conocí a El Mota, un salvadoreño que estaba de tránsito por acá. Llevaba años viajando y meses estacionado en México. Lo conocí en una fiesta mientras él le hacía honor a su mote y yo lo cuidaba de la policía, que entonces era menos permisiva con los mariguanos. Vivía con una mujer mayor que él que le daba comida y cobijo a cambio de varios favores. Si bien, le convenía estar aquí su idea de llegar a Estados Unidos era ambiciosa pues llevaba años sin proveer de dinero a su familia. Al salir de la prepa yo me distancié de la vida desmadrosa y le perdí la pista. Curiosamente, dos amigas comunes, también tuvieron que salir del país y ahora viven en España. Me imagino que les va bien porque aunque han venido a México siempre regresan a la tierra que las adoptó. Con ello no quiero decir que la vida como migrantes sea sencilla pero seguramente han logrado algo mejor que de haberse quedado en México.
 
Y entonces recuerdo también a Claudia quien vive en USA y hallá ha logrado forjar una familia y una vida, o al desmadroso de Corona, que movido por las circunstancias se vio obligado a huir del país y ahora se encuentra viviendo el american way of life, no sé si como en los videos de hard rock que veía en la adolescencia pero si, cuando menos, para vivir mejor que en su país.
 
Mentalmente elaboro una lista de todos los migrantes que conozco y caigo en la cuenta que son muchísimos. Todos ellos por diversas circunstancias han tenido que arrancarse de su lugar de orígen para buscar mejor vida. Todo lo anterior viene a colación porque llevo semanas trabajando un texto acerca de migrantes que me ha costado mucho trabajo. ¿La razón? Es complicado desentrañar los sentimientos de quien se encuentra alejado de su tierra, de sus amigos, de su familia, de sus costumbres. Uno arma un cuestionario y lo vuelve entrevista pero hay algo en ese testimonio que se vuelve complejo a la hora de redactar un relato con sus respuestas. Pude haber optado por entrevistar a alguno de mis familiares, a los que están fuera o a los que vinieron a vivir a México. Pude optar por Ryan o Matias, amigos cuyo paso por este país echo raíces o ganas por seguir viajando. Pude decidir por cualquiera de los que nombré arriba pero no. Opté por escribir acerca de Dubraska porque la conozco y no. Nuestra relación ya cuenta diez años pero nunca nos hemos dado la mano. Cuando vi la película Her me acordé mucho de ella pues así la siento ya que todo nuestro contacto ha sido vía mensajes escritos, algunos de voz pero muy pocos. Su historia es dura, cruda, pero me cuesta trabajo redactarla.

¿Y ustedes, tienen la certeza que siempre van a estar ahí, en la comodidad de donde decidieron hacer vida?

La historia de Dubraska me dice que no, que tenemos que preparar una maleta en la puerta por si un día requerimos partir.
 
 
 

miércoles, 3 de enero de 2018

Bitácora de vacaciones. Día 14.

"Lo veo diferente, ¿qué se hizo?", me pregunta una ex alumna a la mitad de un centro comercial. Yo a ella si la veo diferente: más alta, más delgada y atlética, mejor maquillada, calzando zapatillas y cargando una bolsa de mano. Iba acompañada de una niña. Su hija, supuse. La recordé cuando era mi alumna: chaparrita y regordeta, siempre con exceso de maquillaje en el rostro, vistiendo tenis y pantalones rotos. Era una niña extrovertida y grosera. Hoy se conduce con respeto, su hablar es pausado y ya no se carcajea escandalosamente. "Tú sí estás muy cambiada, ¿qué te paso?" La historia es extensa, tanto que hasta tiempo nos da para saborear un helado doble. Su cambio se resume en una palabra: educación.

Recuerdo su andar por la escuela pues estuvo en un grupo muy complejo, lleno de variables que iban desde la violencia intrafamiliar y el consumo de drogas hasta la violencia sexual. A su corta edad esos muchachos ya sabían lo que era no llegar a casa en varios días sin que sus padres se preocuparan por buscarlos. En algún momento tuvimos peleas madre e hija y padre e hjo, dentro del salón. Alguna discusión entre los padres de dos alumnos, terminó en golpes. Sabíamos que la mayoría consumían drogas y en algún momento llegaron a inhalar solventes dentro del salón. El caso más severo fue de una chica que fue violada en una fiesta que se prolongó por tres días. Sus padres ni estaban enterados y la chica sólo se aguataba el miedo para evitar más problemas. Un grupo dinámico, complejísimo, de los más difíciles que recuerdo.

Ella me muestra con orgullo su credencial de la universidad. Está por terminar la licenciatura en contaduría y se siente orgullosa de haber llegado hasta ahí reconociendo las escuelas por las que transitó anteriormente. "Luego de que salí del Centro anduve como dos años de desmadrosa, no hacía nada, siempre en la fiesta, echando desmadre o en mi casa haciendo quehacer. Me acuerdo que un día me lo encontré en San Bartolo y le pregunté que dónde podía estudiar la prepa. Pues me fui a ese CETIS y qué cree, que la terminé. Me costó mucho por el inglés y anque me tardé más que los otros, si logré sacar el certificado. Una chavita que conocí ahí fue la que me dijo que hicieramos examen para la universidad. Una vez, dos veces, tres veces. Al poli, a la UAM, a la UNAM. No nos quedabamos. La verdad tampoco estudiabamos mucho. Yo ni me apuraba, mis papás tampoco, para ellos ya era un logro que hubiera terminado la prepa y con eso se conformaban, pero me exigían que buscara trabajo. Un día sí me salí a ver qué encontraba. Yo iba dispuesta a lo que fuera, de mesera, de cajera en el Soriana, en la Mimí, en un puesto de ropa. Mientras caminaba me acordé de los chavos del salón, de los que se moneaban y ahora vivían en la calle, de los que se murieron por cocos, de las morras que ya eran mamás y sus esposos las puteaban, de la morrita que violaron, de la que mataron. ¿Usted no supo de eso, verdad? Yo no quería terminar igual y total que enconré una chamba y cuando supe lo que era ganarse en dinero me pagué mi siguiente examen y me puse a estudiar. Ahora sí me quedé. Lo malo que me quedaba bien lejos pero así me aventé dos semestres hasta que me conseguí un trabajo y un cuarto para rentar cerca de la FES. Ahorita ya trabajo como ayudante en un despacho y me va bien. Si me titulo rápido tengo chamba asegurada." El entusiasmo con que mi ex alumna comienza su relato me hace pensar en cuántos de los muchachos que han transitado por el Centro han llegado hasta ahí. Son pocos pero lo hay, concluyo.

"Ya sé por qué lo veo diferente", estalla de alegría mientras la observo detenidamente. "¡La ropa! Trae camisa. Usted nunca usa camisa. Touché. A decir verdad uso camisa únicamente cuando lo amerita. Esta vez lo hago simplemente porque quise hacerlo. Hace veinte años solía usar playeras negras con estampados de grupos de rock. Así me presentaba a trabajar y por esos días ese aspecto me volvió peculiar. Con el paso del tiempo seguí usando playeras pero dejé atrás el color negro y los estampados escandalosos. Lupita, mi fiel compañera, un día me enseñó una tienda donde podía comprar playeras sin estampados. Había de muchos coores pero desde entonces opté por el blanco y el gris, invariablemente. Muchos alumnos creen que no tengo mucha ropa y que siempre visto la mismas ds playeras a lo largo de la semana. Lo cierto es que mi guardarropa es como el de Pedro Picapiedra, Homero Simpson o Sónico, ¿lo han visto alguna vez?

Sí, tal vez parezca un retrato pero a mí me resulta cómodo. No me complico. Estiro la mano y sacó una de las dos variables que, además, combinan con mis pantalones y mis zapatos y tenis. 

Mi ex alumna pide una selfie. Selfietitis. La odio. Pero, ¿cómo puedo negarme si este pedacito de tarde me ha hecho feliz? Se acaban las vacaciones y yo no he descansado mucho. Creo que comenzaré el 2018 con estrés laboral.

 hasta que un día que estaba recordando cuando estaba en la secundaria con usted, pensé en todos los desmadrosos. 




martes, 2 de enero de 2018

Bitácora de vacaciones. Día 13.

"Es un don", suele decir una amiga fingiéndose meme cada vez que le rezo sus defectos después de una terrible cagada. Acto seguido nos reímos hasta llorar y brindamos por la ocasión. Mi don más puro consiste en hacer enojar a la gente. Normalmente, para que eso ocurra, primero tengo que enojarme yo y dependiendo de lo que haya originado el enojo, sigue la reacción.

Hoy he hecho enojar a más gente que de costumbre. El polvo en casa me ha hecho enojar y eso ha provocado contagiar mi enojo a los albañiles, a la DRO que comisioné para que la obra estuviera en el tiempo requerido, a los proveedores de material por su impuntualidad, a la vecina que no es buenona pero sí viejita cochina, al vecino que saca a sus perros a cagar a mi pasto, a la señora de la tienda que no tiene focos, etc.

A quien más hice enojar es a quien quiero. ¿Por qué? No lo sé. Mi pretexto es que el polvo en la casa me está haciendo estragos pero sobre todo que las vacaciones ya van a terminar y la obra no está terminada. En conclusión: no he descansado nada. El cansancio hace estragos en mí y eso me hace enojar. Bueno, el polvo me hace enojar más.

Así que antes de hacerlos enojar con mis ocurrencias sin imaginación, mejor me voy a dormir. es justo para todos.

lunes, 1 de enero de 2018

Botacora de vacaciones. Día 12.

Mis antepasados tenían la fiel creencia de que todo lo que se hace el 1 de enero resume los siguentes 364 días. Por eso mi madre cultivó un ritual de encenderle una veladora a la Divina Providencia y después de acudir a misa, compar la comida, bebida y risas con sus seres queridos. Para su desgracia yo nunca aprendí de esos rituales y sólo me concentro en cosas vanales: comer, beber y ver televisión, en pocas palabras cultivo la fiaca.

Ayer, sin embargo fue un día singular. Después del sismo de 19 de septiembre el lugar que habitó sufrió algunos daños que la autoridad consideró como menores. Nada que un par de albañiles conocedores del oficio y los ahorros para un viaje para cuatro personas no pudieran solucionar. Malamente, elegí estas vacaciones para que ese par de hombres hicieran su trabajo y de paso se ganaran en dos semanas lo que yo ahorré en varios meses de privaciones.

El problema de tener albañiles en la casa implica varios problemas: 1) se pierde la privacidad, 2) se clausura el ocio e el descanso, 3) los horarios se vuelven infumables, 4) no hay salidas ni a la esquina, 5) el dinero se esfuma en la compra de materiales, 6) uno se involucra en dinámicas ajenas sobre todo cuando quien paga por la obra estudió pedagogía y no arquitectura, 7) se devela el misterio de la palabra chaflán, 8) el tirol y el yeso son capaces de desatar un debate similar al del consejo de seguridad de Naciones Unidas, 9) al paso de los días uno se arrepiente de haber contratado a esos hombres, y 10) hasta el último rincón de la casa se llena de polvo.

¡Qué van a saber ustedes de tener albañiles en su casa el 31 de diciembre a las 20:16 horas! Se supone que el cualquier hogar que se precie, ese día, a esa hora, uno tendría que estar bañado, perfumado y ajuareado para recibir el año con una copa de champaña en la mano. Ni madres. Yo a esa hora me encontraba observando a un par de albañiles que contemplaban su obra, me imagino, igual que Giovanni de Dolci lo hizo cuando los albañiles le entregaron la Capella Maggiore.

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Es 1 de enero y en esta casa sólo hay polvo de yeso, picazón en la nariz de los moradores y unas ganas irrefrenables de estar cualquier otro lugar. Pero no, estamos aquí, en pijama, entre cobijas polveadas, comida con tierrita, botellas y vasos de cristal opacos y caras malhumoradas. Ni ganas de encender el televisor o poner música.

Son las 3 de la tarde y todos tenemos la necesidad de limpiar algo. ¿Qué se puede limpiar cuando el polvo vuela al menor movimiento? ¡Nada! Como ya sabemos las consecuencias de hacerlo preferimos seguir con la vida imaginando que moramos las cavernas y que somos cavernícolas.

Esta vez no hay visitas y sí muchas llamadas telefónicas. A las 9 de la noche recordamos que sobra carne para asar y afuera la parrila está dispuesta para eso. Encender el carbón resulta sencillo pero cuando echamos los primeros trozos de carne al fuego un ventarrón azota la jacaranda que está frente a mi casa. Al igual que cada año cuando pasa esto me pregunto: ¿quién dice que las jacarandas son bonitas? La respuesta viene de inmediato: seguro alguien que no tiene una frente a su casa.

Y así, con carne llena de hojitas de jacaranda, empolvados y enojados, comenzamos el 2018. Un resúmen del año que hoy inicia.