miércoles, 3 de enero de 2018

Bitácora de vacaciones. Día 14.

"Lo veo diferente, ¿qué se hizo?", me pregunta una ex alumna a la mitad de un centro comercial. Yo a ella si la veo diferente: más alta, más delgada y atlética, mejor maquillada, calzando zapatillas y cargando una bolsa de mano. Iba acompañada de una niña. Su hija, supuse. La recordé cuando era mi alumna: chaparrita y regordeta, siempre con exceso de maquillaje en el rostro, vistiendo tenis y pantalones rotos. Era una niña extrovertida y grosera. Hoy se conduce con respeto, su hablar es pausado y ya no se carcajea escandalosamente. "Tú sí estás muy cambiada, ¿qué te paso?" La historia es extensa, tanto que hasta tiempo nos da para saborear un helado doble. Su cambio se resume en una palabra: educación.

Recuerdo su andar por la escuela pues estuvo en un grupo muy complejo, lleno de variables que iban desde la violencia intrafamiliar y el consumo de drogas hasta la violencia sexual. A su corta edad esos muchachos ya sabían lo que era no llegar a casa en varios días sin que sus padres se preocuparan por buscarlos. En algún momento tuvimos peleas madre e hija y padre e hjo, dentro del salón. Alguna discusión entre los padres de dos alumnos, terminó en golpes. Sabíamos que la mayoría consumían drogas y en algún momento llegaron a inhalar solventes dentro del salón. El caso más severo fue de una chica que fue violada en una fiesta que se prolongó por tres días. Sus padres ni estaban enterados y la chica sólo se aguataba el miedo para evitar más problemas. Un grupo dinámico, complejísimo, de los más difíciles que recuerdo.

Ella me muestra con orgullo su credencial de la universidad. Está por terminar la licenciatura en contaduría y se siente orgullosa de haber llegado hasta ahí reconociendo las escuelas por las que transitó anteriormente. "Luego de que salí del Centro anduve como dos años de desmadrosa, no hacía nada, siempre en la fiesta, echando desmadre o en mi casa haciendo quehacer. Me acuerdo que un día me lo encontré en San Bartolo y le pregunté que dónde podía estudiar la prepa. Pues me fui a ese CETIS y qué cree, que la terminé. Me costó mucho por el inglés y anque me tardé más que los otros, si logré sacar el certificado. Una chavita que conocí ahí fue la que me dijo que hicieramos examen para la universidad. Una vez, dos veces, tres veces. Al poli, a la UAM, a la UNAM. No nos quedabamos. La verdad tampoco estudiabamos mucho. Yo ni me apuraba, mis papás tampoco, para ellos ya era un logro que hubiera terminado la prepa y con eso se conformaban, pero me exigían que buscara trabajo. Un día sí me salí a ver qué encontraba. Yo iba dispuesta a lo que fuera, de mesera, de cajera en el Soriana, en la Mimí, en un puesto de ropa. Mientras caminaba me acordé de los chavos del salón, de los que se moneaban y ahora vivían en la calle, de los que se murieron por cocos, de las morras que ya eran mamás y sus esposos las puteaban, de la morrita que violaron, de la que mataron. ¿Usted no supo de eso, verdad? Yo no quería terminar igual y total que enconré una chamba y cuando supe lo que era ganarse en dinero me pagué mi siguiente examen y me puse a estudiar. Ahora sí me quedé. Lo malo que me quedaba bien lejos pero así me aventé dos semestres hasta que me conseguí un trabajo y un cuarto para rentar cerca de la FES. Ahorita ya trabajo como ayudante en un despacho y me va bien. Si me titulo rápido tengo chamba asegurada." El entusiasmo con que mi ex alumna comienza su relato me hace pensar en cuántos de los muchachos que han transitado por el Centro han llegado hasta ahí. Son pocos pero lo hay, concluyo.

"Ya sé por qué lo veo diferente", estalla de alegría mientras la observo detenidamente. "¡La ropa! Trae camisa. Usted nunca usa camisa. Touché. A decir verdad uso camisa únicamente cuando lo amerita. Esta vez lo hago simplemente porque quise hacerlo. Hace veinte años solía usar playeras negras con estampados de grupos de rock. Así me presentaba a trabajar y por esos días ese aspecto me volvió peculiar. Con el paso del tiempo seguí usando playeras pero dejé atrás el color negro y los estampados escandalosos. Lupita, mi fiel compañera, un día me enseñó una tienda donde podía comprar playeras sin estampados. Había de muchos coores pero desde entonces opté por el blanco y el gris, invariablemente. Muchos alumnos creen que no tengo mucha ropa y que siempre visto la mismas ds playeras a lo largo de la semana. Lo cierto es que mi guardarropa es como el de Pedro Picapiedra, Homero Simpson o Sónico, ¿lo han visto alguna vez?

Sí, tal vez parezca un retrato pero a mí me resulta cómodo. No me complico. Estiro la mano y sacó una de las dos variables que, además, combinan con mis pantalones y mis zapatos y tenis. 

Mi ex alumna pide una selfie. Selfietitis. La odio. Pero, ¿cómo puedo negarme si este pedacito de tarde me ha hecho feliz? Se acaban las vacaciones y yo no he descansado mucho. Creo que comenzaré el 2018 con estrés laboral.

 hasta que un día que estaba recordando cuando estaba en la secundaria con usted, pensé en todos los desmadrosos. 




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