lunes, 15 de abril de 2019

Pesadilla en la tienda del infierno

Tuve un sueño que me inquietó sobremanera.

Por alguna circunstancia difícil de comprender, me encontraba haciendo fila para cambiar un cheque. El lugar, sin embargo, no era un banco sino una tienda tipo MixUp. La condición para cambiar el cheque era simple: consumir los productos del establecimiento y para eso se tenía que realizar un trámite engorroso con una señorita ataviada con un uniforme azul y mascada al cuello, como usualmente visten las señoritas de las tiendas Telmex.

Debido a que estoy clasificado como un idiota para realizar todo tipo de movimientos bancarios (la última vez que en la vida real firmé algo dentro de un banco casi pierdo el auto), le pedí de favor a una mujer nalgona y de prominente escote, que en el sueño se ostentaba como mi esposa, que realizara los trámites correspondientes mientras yo caminaba por los pasillos de la tienda eligiendo diferentes productos que seguramente no necesitaba pero a mí me iban a hacer muy feliz. Primero escogí algunos libros como el Diario Íntimo de un Guacarróquer, de Armando Vega-Gil (cuya muerte me hizo lamentar haberlo prestado a alguien que no sabe apreciar el valor de un libro) y varios ejemplares de la editorial española Es Pop que hasta este día no he podido comprar.

Posteriormente entré a una sección donde había revistas viejas. Miles de revistas como Conecte y La Mosca en la Pared, todas cuya temática central es el rock. Eché algunas decenas en mi carrito pensando que la señora nalgona que seguía dialogando con la cajera seguramente me haría elegir entre su amor marital y cúmulo de papel ocre y de aroma rancio. No tendría problema en hacer una elección, pensé mientras echaba otras cuantas revistas nomás por joder.

Lo emocionante vino cuando ingresé en la sección de música. Había viniles, cassettes y discos compactos acomodados en anaqueles estilo Sodimac. Discos que siempre quise tener pero que la pobreza adolescente no me permitió ni siquiera tocar. Después entré a un espacio tipo antesala del infierno pues había música de Marilyn Manson (el más fresita), Rob Zombie, Glen Benton, Varg Vikernes y G. G. Allin, entre otros. Pura lindura. Repentinamente a la tienda entraba Juan Brujo con su banda alterna cuyo nombre vi impreso en una manta pero no logro recordarlo. En ese momento me enteré que se desarrollaría una firma de autógrafos. Juan Brujo, hay que decirlo, no iba con su característico chaleco de piel, gorra y paliacate de la bandera de México cubriéndole la cara sino que portaba un atuendo similar al del Cardinal Copia (Ghost) pero en azul clarito. En algún momento del sueño me topé con Jeff Walker quien estaba saludando a los que estaban en los pasillos. Cuando me disponía a tomarme un auto retrato con él, Juan Brujo sacó un machete y al grito de “división del norte” los miembros de su banda comenzaron a cortar las cabezas de los que se encontraban cerca.

Yo, completamente culiconstricto, veía a Jeff Walker convertido en zombi así que corría hacia la salida para salvar mi vida. Cuando estaba a unos metros de cruzar la puerta recordé a la mujer que se encontraba en la caja. ¡En la madre! No podía dejarla allá, después de todo si el sueño era cierto, mi esposa estaba a punto de ser destripada por una horda de zombis. Con todo el dolor de mi corazón tuve que detenerme y volver mis pasos hacia donde se encontraba. En mi regreso veía a los “brujerios-ghost-asgardian” macheteando cadáveres y comiendo tripas. El soundtrack de fondo para la masacre era la canción Evisceration Plague, de Cannibal Corpse. El volumen era aún más terrorífico que la matanza. Lo curioso es que mientras corría en mi camino aparecían subtítulos para poder cantarla. ¡Una total locura!

Por fin, cuando estaba a punto de desfallecer, veía a la mujer nalgona charlando despreocupadamente con la señorita cajera. Seguro le decía: “este hombre no sabe nada así que dame el dinero en efectivo.” En ese momento ella volteaba a verme, sonreía y me lanzaba un beso de esos que llevan impresos el sello de Judas Iscariote. En ese momento entendía que el carrito con todas mis compras se encontraba en un pasillo lejano a merced de los zombis. No dudé que alguien aprovecharía la confusión para robar mis productos (el zombi de Nicholas Barker, imagino). Sin dudarlo, opté por dejar a mi esposa espuria y correr por mis tesoros. Corría más que Forrest Gump cuando lo querían madrear porque detrás de mí ya venían decenas de zombis con atuendos de heavy metaleros venidos a menos. Muy pobrecitos, la verdad. Cuando estaban a punto de ganarse mi cabeza y mis tripas y yo había resuelto desfallecer a la ley del machete, vi el carrito con todos mis libros, revistas y discos intacto. Sentí una alegría tremenda, de esas que no se pueden sentir en la vida real.

Y sí, querido lector, como suele ocurrir en los finales comunes de los sueños más chingones, cuando estaba a punto de salvar mis compras a alguien se le ocurrió tirar una cacerola en la cocina haciendo un ruido que me despertó. ¡Puerca miseria! Por más que intenté dormirme nuevamente para retomar el sueño, no lo logré así que resolví levantarme, encender la computadora y escribir lo ocurrido no tanto para compartirlo sino para analizarlo con más calma e intentar descubrir pistas sobre el futuro venidero.