viernes, 19 de febrero de 2021

LAS TURBIAS PROFUNDIDADES DEL PASADO*


El tiempo no es sino la corriente

en la que estoy pescando.
Henry David Thoreau


El presente es la balsa a la que nos aferramos para no naufragar, igual que el silencio, pero es frágil, casi cualquier cosa puede perturbarlo, el voluptuoso aroma que nos lleva a los rincones de la inocencia perdida, la melodía salvaje que nos retorna a nuestras tardes de euforia y éxtasis, el ardoroso licor que nos recuerda el suave tacto de unos labios trasnochados y, de pronto, uno se encuentra sumergido en las aguas sempiternas del tiempo, donde los rostros de antaño se desdibujan o se confunden con los de ahora, donde las amistades se incineran junto con todos los cigarrillos arrojados a las callejas del mundo, donde el amor, aunque muchas veces ido, permanece, porque siempre es el mismo, el propio. Entonces, caemos en cuenta de que no hemos desperdiciado el tiempo, pues lo hemos colmado de experiencias insólitas, promesas incumplidas, actos fallidos, fracasos hilarantes y vida, torpe, trastabillante y desquiciada vida.


Héctor A. Ortega, como buen adicto al peligro y absolutamente inconsciente de sus consecuencias, se zambulle en las turbias profundidades del pasado para pescar, armado únicamente con el arpón de su ingenio y desgarbada escritura, una docena de crónicas pestilentes, directas, bragadas y, de tan oscuras, luminosas. El autor nos entrega, sin edulcorantes ni falsos heroísmos, una paradójica colección de los más variados hedores que pueden destilarse de los tiempos ya idos. Así, encontramos entre las líneas de este libro, el primero de Héctor, olores que van desde el penetrante y empalagoso perfume del amor adolescente, hasta el tufo a garnachas y fritangas de las oficinas de gobierno; los penetrantes efluvios del trasporte público y las cantinas del bajo mundo, hasta la deliciosa emanación que proviene de la lencería de la vecina acomedida. No pueden faltar, porque así nos ha sucedido a todos o, por lo menos, a todos los canallas irredentos, la lúbrica emanación emergida del incienso y el sexo de ocasión en día de muertos, o la pestilente culpa que le sobreviene a las fechorías de la pubertad. En fin, que tiene entre sus manos, amable lector, un buen conjunto de relatos de lectura ágil y ligera, que lo remontarán a sus tiempos de escolapio con problemas de acné y actitud, lo llevarán sin pudor a su primer trabajo mal pagado, el cual desempeñaba con absoluta incompetencia, y a su primer matrimonio, sí, ese del que preferiría no guardar memoria alguna y que se encargó de arruinar tan eficazmente. Adéntrese, pues, sin reservas, a esta colección de textos sucios, mal portados y tremendamente divertidos.


Conozco a Ortega desde hace varios años, veinte para ser inexactos, y ya escribía recio, así que me sorprende mucho que este sea su primer libro, el primero de muchos, espero, pero igualmente me emociona que por fin, mi muy querido y entrañable amigo, se haya animado a publicar en solitario. Eso es de celebrarse, y en tiempos como estos, más. Siempre he dicho que la escritura no es para cobardes, así que no esperaba menos de mi amigo, pues si algo le conozco, es su ánimo, su cinismo y su arrojo a prueba de todo.


Enhorabuena, Héctor, por tu ópera prima, y muchas gracias por otorgarme el grandísimo honor de escribir esta breve presentación. Sólo nos resta disfrutar de tu obra, y brindar por la amistad y la vida.


R. Israel Miranda Salas

Iztapalapa, CDMX. 2021 *Prólogo del libro Crónicas pestilentes.