sábado, 2 de septiembre de 2023

Abran esa puerta. Texto no leído en la presentación en Venas Rotas Discos.

Llegué a los 16 años sin saber qué era un portazo. No tenía por qué saberlo. En ese tiempo la música me estaba limitada a un viejo tocadiscos y a una casetera que solía mordisquear las cintas hasta hacerlas inservibles. Hasta entonces no había ido a un concierto, pero imagino que si tuve la intención de hacerlo, lo más probable es que la falta de dinero me hizo desechar la posibilidad.

Años antes habia escuchado la euforia por el concierto de Rod Stewart en Querétaro y Bon Jovi en Guadalajara. Ambos personajes no figuraban en mi radar musical y en consecuencia, pasaron varios años antes de leer o escuchar lo ocurrido en ambos conciertos. 

Imagino que la primera ocasión que escuché acerca de un portazo ocurrió a principios de la década de los noventa cuando los camaradas de la preparatoria, esos morros fresas que tenian acceso a MTV y a revistas musicales de importación, ya tenían la espinita por entrar a un concierto. Pensar en trasladarse desde Cuautitlán Izcalli al Distrito Federal era lo de menos, nunca falta una madre sobre protectora o un padre con ínfulas rebeldes. Lo complicado era juntar el dinero de la entrada. Por otro lado, la única ocasión que una banda de grandes ligas (Los Caifanes) se dignaron a pisar nuestra comunidad rural, ocurrió lo imaginable: los boletos se agotaron, pero a nadie le importó.

La influencia de MTV surtió efecto entre muchos de mis cercanos. Los más pudientes comenzaron a formar bandas de covers para emular a Metallica, Nirvana y Guns and Roses. Muchos lograron lo imposible: hacer que nuestros oídos distinguieran entre sus interpretaciones de una y otra banda. Para ellos eso los convertía en rockstars y de paso, les daba la oportunidad de amenizar fiestas en las que por alguna lucrativa razón creyeron tener la calidad moral para cobrar por sus interpretaciones. No era para tanto.

Entonces sucedió: una mocosa engreída y caprichosa que jamás se había dignado siquiera a mirarme, tuvo el desatino de invitar a los compañeros de escuela a una fiesta. Nunca dijo que la convivencia estaría amenizada por una banda de covers, que cobraría por las bebidas y que la entrada exigía pagar cover. Atrás quedaron las fiestas de papitas y refresco, las vaquitas para comprar una garrafa de naranjada y un panalito de Tonayan, y las puertas abiertas para que entraran los convidados y no. Adiós infancia. 

Aquella fiesta, que imaginé -y el resto de los convidados también- como cualquier celebración de cumpleaños, terminó en una batalla ejemplar por hacer valer nuestro derecho a ser invitados. Ni Leslie, ni el flyer que repartió como invitación mencionó que tendriamos que pagar. De nada valieron mis mejores ropas, mi carácter festivo. No cash, no party. Y mientras la banda amenizaba únicamente para los anfitriones, afuera la pandilla jodida (punks, metaleros y groncheros) apelaban al instinto gregario bajo una sola causa: entrar a la fiesta sin pagar.
 
Y asi, sin organizarlo e incluso sin mala fe, participamos en el primer portazo de nuestras vidas.

*     *     *

Luego que Jorge Tadeo compartiera la portada e indice del libro que hoy presentamos, tuve la fortuna de coincidir con uno de los personajes mencionados en mi texto. Fue una dicha descubrir que lo relatado en mi texto es muy fiel a lo ocurrido aquella noche. 

Sin embargo, omití detalles violentos que ahora sé, hubieran sido dignos de apuntar, entre ellos, la anécdota por la que hasta hoy he sido recordado por los presentes: mi aspecto fresón que me impidió ser remitido al ministerio público quedando excluído de mi primera detención.

¡Pinches tiras! ¡Pinche Leslie!

Cuautitlán Izcalli, México, a 1 de septiembre de 2023.

Cartel 1: Ruín Andrade.
Cartel 2: La Historia. Caifanes. C.D.
Foto: Fabiola Álvarez