sábado, 19 de noviembre de 2022

Abulia por el futbol

Llegué al mundo en 1977. Un año después presencié mi primer mundial de futbol. De ese evento no guardo ningún recuerdo básicamente porque entonces, mis máximas preocupaciones en la vida consistían en tomar lechita, comer papillas y ser cambiado de pañal periódicamente.

Del mundial de España tampoco recuerdo un carajo de futbol, pero sí de Naranjito, la mascota oficial que estaba impresa en playeras, calcomanías y estampitas que vendían afuera de las escuelas. Si mi memoria no falla, por esos años anuncié anticipadamente mi retiro de las canchas. Ocurrió cuando mi padre (un crack del futbol llanero) tuvo el tino de sacarme del campo cuando el equipo que dirigía y en el que jugaba mi medio hermano, estaba siendo vapuleado por mi culpa pues yo no entendía la posición de defensa central. Aquel cambio trajo como consecuencia que dedicara los siguientes sesenta minutos a hojear un cuentito que encontré tirado en aquel llano. Menudo favor me hiciste, viejo.

México 86 (el mundo unido por un balón) me trajo nuevos bríos para participar en este deporte de forma ocasional. Mi primer ídolo, Pablo Larios Iwazaki, fue el artífice para que un buen día me decidiera a postrarme frente a mi madre y con voz tímida le solicitara un balón y unos guantes de portero. Ella, consentidora como siempre, me compró el balón y declaró una promesa de comprarme los guantes siempre y cuando salvara el año escolar. Dando tumbos, cumplí el cometido, pero la promesa de mi madre fue cancelada cuando le notificaron que mi conducta no era la de un niño modelo y que el balón obsequiado semanas atrás, era el culpable de varios vidrios rotos y balonazos sin ton ni son a las venerables ancianas de mi calle. ¿Para qué se atravesaban cuando yo chutaba? Del mundial del 86 también recuerdo, of course, a Mar Castro, La Chiquitibum; la memorabilia del chile Pique, el gol de Manuel Negrete y la Mano de Dios de Diego Armando Maradona.

Pude presenciar el mundial de Italia casi en su totalidad debido a que el horario de los partidos coincidía cuando yo no asistía a la escuela (estaba en el turno vespertino). ¿Cómo olvidar aquel remate de cabeza de François Omam-Biyik contra Argentina en el partido inaugural o el gol de Roger Milla, también de Camerún, contra Colombia en los cuartos de final? En aquel mundial México no estuvo por el escándalo de los cachirules, cosa que seguramente tampoco entendía y en consecuencia, menos me importaba, pero sí recuerdo la final donde Diego Maradona se la pasó puteando a medio estadio, medio planeta y a Edgardo Codesal. Aquella tarde entendí la frase “el que se enoja pierde”. Diego: gracias por todas tus enseñanzas en las malas y en las peores.

Estados Unidos me permitió saber que el futbol era algo más que un deporte. Del gol de Luis García contra la selección de Irlanda, recuerdo un locker caído sobre la bonachona humanidad Miguel “El Cachetón”, durante el festjo. También recuerdo el empate sabor a triunfo contra Italia, pero lo mejor vino aquella tarde cuando en casa de Karla, junto a mi amigo Sergio, comí por vez primera en la vida sándwiches de jamón mientras veíamos a Luis Roberto Álvez y Luis García fallar indiscriminadamente frente al arco de Bulgaria, en tanto Miguel Mejía Barón se guardaba los cambios. Desconozco si Hugo Sánchez ya lo perdonó por no haberlo metido, pero si no, me vale madres. También recuerdo la portería que rompió Marcelino Bernal y el arco sustituido en minutos. El no mames de García Aspe en la tanda de penaltis; la gloria de Jorge Campos y su uniforme multicolor, frente Balakov; el no mames de Bernal; el penalti anotado de Bulgaria; el no mames de Jorge Rodríguez; el segundo penalti búlgaro; el acierto de Claudio Suárez y el festejo de Ilián Kiriakov a Krasimir Balakov, dedo travieso mediante, cuando se consumó su pase a la siguiente fase. De la final recuerdo más la tristeza de Roberto Baggio y la corbata de Pelé. Pero lo notable, lo que marcó ese mundial fue el último gol de Diego Armando con su selección antes del escándalo por la efedrina, así como la muerte de Andrés Escobar tiempo después que Colombia quedara eliminada.

Para mí, el mundial de Francia representó comer yogurt todos los días, cada mañana, cada tarde, cada noche. Yogurt cada partido. Lo comía en diversas presentaciones: batido, frutado, licuado, líquido. También tenía balones pequeños con Footix impreso. Recuerdo a muchos quejarse porque la selección anfitriona ganó la copa con jugadores que no eran franceses. Una playera no define una nación, me decía. Si pudiéramos importar jugadores que nos hicieran ganar una copa del mundo, seguro nadie se quejaría. El país seguiría igual de jodido y nosotros igual de racistas.

Del mundial de Corea-Japón, recuerdo… recuerdo… la final América vs Necaxa del 26 de mayo del 2002. Cuauhtémoc Blanco y Luis Hernández, seleccionados nacionales, ya concentrados para la justa mundial, ayudaron con sus buenos deseos a que las Águilas terminaran con una sequía de más de una década. Eso motivó que estos dos jugadores hicieran un papel excelso, sin embargo, una vez más no hubo quinto partido. Cosas del destino.

El año 2006 representó mi estabilidad financiera a cambio de mi salud mental. Salvo por un souvenir de Goleo, ni siquiera me enteré si México participó en esta justa. Después lo agradecí pues me enteré que nuevamente quedaron eliminados en el cuarto partido.

Sudáfrica reafirmó mi amor por Shakira Isabel Mebarak Ripoll, además de cambiar el nombre de las trompetas de plástico por vuvuzelas. Nuevamente no supe si la selección mexicana participó. De hacerlo, imagino que nuevamente quedó eliminada en el cuarto encuentro. 

Del mundial de Brasil de plano ni me enteré. Una abulia por el futbol me invadió. Si México o cualquier otro país tenía selección, me importó un diablo.

El mundial de Rusia representó la posibilidad de hacer cosas notables como beber vodka, portar máscaras de luchador, aprender un idioma portentoso y poner de moda Chernóbil. Por esos años decidí jugar en un equipo. Asistí a un par de entrenamientos que terminaron en bacanales indecibles. La cosa no iba bien. Semejantes acciones sólo dan la razón a quienes afirman que el futbol es uno de los males del mexicano, tal vez por eso, decidí retirarme nuevamente antes de jugar siquiera mi primer encuentro. Una noche, mientras veía el resúmen de la jornada, me enteré de la muerte de Vinnie Paul, baterista de Pantera. Aquella noche lloré dicho deceso y creo que eso motivó que ni siquiera me enterara quien fue campeón. Lo confieso: me gusta el fútbol, pero me reconozco un apático, un mal aficionado, un abúlico del balón.

Escribo este texto faltando unas horas para que comience el mundial de Qatar. Tengo entendido, gracias a los expertos de redes sociales, que México realizará un papel lamentable, que no lleva nada, que sus mejores jugadores fueron cortados hace unos días, que su técnico es poco más que un estúpido y que el arquero es una coladera. También dicen que por vez primera se apreciarán los juegos de futbol y que la picardía mexicana no se lleva de la mano con las tradiciones del país anfitrión. Lo dudo. Los mexicanos somos expertos en burlar hasta las reglas más estrictas. No faltará quien seguramente dé la nota. Respecto al fútbol, me pregunto: ¿por qué habríamos de poner esperanzas en una selección que no nos tiene acostumbrada a grandes logros? ¿Por qué creemos que una representación cuyo fútbol nativo no está en los mejores del mundo, logrará algo grande?

Por lo pronto, he decidido ver algunos juegos. Mi TDH impide que pueda concentrarme en un juego durante noventa minutos y lo más seguro es que termine leyendo alguno de los libros que desde hace tiempo, forman una pila en mi buró, o bien, escriba textos que seguramente irán a parar a este olvidado blog. Lo que ocurra primero. No se lamenten si la selección no pasa de la primera ronda, se sabe que no traen nada. Si el milagro ocurre, ya saben: no habrá quinto partido.

¡Feliz mundial!

sábado, 22 de octubre de 2022

El Hombre de Chicoloapan

Vine a Chicoloapan porque existen labores inherentes a mi cargo como delegado sindical que resultan ineludibles. ¿Delegado sindical?, se preguntan. Si. Desde marzo pasado un entusiasta grupo de personas, hartas de vivir atrocidades y burlas por parte de sus superiores, tuvieron la decisión de nombrarme su representante frente al S.I.N.D.I.C.A.T.O. Por esta razón mi vida se encuentra dividida entre la docencia, las labores administrativas y el sindicalismo. No mencioné la escritura porque desde que tomé posesión del cargo, lo menos que hago es escribir. ¡Maldita sea! Sin embargo, en dos años y medio cuando entregue el cargo, seguramente tendré un cúmulo de memorias digas de ser compartidas con ustedes. Esa es la única razón por la que acepté liderar esta delegación sindical.

Les decía: vine a Chicoloapan porque existen labores inherentes a mi cargo como delegado sindical que resultan ineludibles. Trabajos previos a un Consejo Estatal Ordinario y mucha grilla son el pan nuestro de cada día, pero mientras los expertos se dirimen entre hacer pactos, formar grupos, bajar los brazos y prever el futuro más desalentador, yo me acomodo en el asiento trasero de una Van para tratar de descansar. Cierro los ojos y repentinamente las anécdotas, los pactos políticos, las bromas y la recurrente pregunta "¿aún falta mucho?", se vuelven lejanas.

La tarde está nublada y es probable que llueva. Pienso en que mis tenis se mojarán, pero encuentro el lado positivo de la desgracia: les hace falta una lavada. Repentinamente, a un costado de la carrera, aparece el teleférico. Alguien toma la palabra y comenta que estamos próximos a un hotel que se hizo famoso meses atrás pues según la leyenda, la construcción de ese medio de transporte le resultó perjudicial. Despierto para no perderme la historia y entonces me entero que dicho sitio tuvo una baja en la demanda de habitaciones debido a que quienes se transportaban en el cablebús solían sacar su teléfono celular cuando pasaban al costado del hotel con la finalidad de tratar de captar alguna imagen al interior de alguna de las habitaciones misma que iba a dar a redes sociales. Los chascarrillos no se hacen esperar y las risotadas se incrementan cuando pasamos justo a un cotado del hotel. No comprendo la actitud de los asiduos al sitio y menos la visión de los dueños del lugar. Con un poco mayor de inteligencia pudieron hacer uno de la mercadotecnia para atraer a parejas exhibicionistas y levantar el lugar, pero no. A cambio se quejaron y hasta terminaron siendo noticia a nivel nacional. Mientras nos alejamos, aguzo la mirada tratando de observar algo en alguna de las ventanas. Si fuera el dueño también hubiera rentado la pared para un enorme espectacular, pienso, mientras me acomodo nuevamente en el asiento.

"¿Cuánto falta para llegar?", pregunta por enésima vez una compañera. "Treinta minutos", responde el responsable de monitorear la herramienta de  geolocalización que nos conduce a nuestro destino. Siento que ya pasaron dos horas desde que salimos de Naucalpan y no veo que estemos próximos a llegar.

Repentinamente, el cielo se esclarece y sale el sol. Todos comienzan a quistarse las chamarras. "¿Falta mucho?", se escucha nuevamente al tiempo que escuchamos un alentador: "diez minutos". Saco mi teléfono y comienzo a enviar mensajes a quienes, seguramente, se encontrarán preocupadas por mi integridad física. Leo sus respuestas y me congratular saber que no viajé en transporte público. A los diez minutos, el geolocalizador sigue indicando que estamos a diez minutos de nuestro destino. Que no cunda el pánico, pienso mientras reparo en la posibilidad de encontrarnos perdidos.

Al pasar frente aun Home Depot alguien bromea: "creo que ya estamos de nuevo en Naucalpan, ¿no es este el Home de Lomas Verdes? La similitud nos desconcierta, pero rápidamente caemos en la cuenta que esas cadenas están planeadas para ser iguales hasta en los menores detalles. "¿Cuánto falta?" En el ambiente hay una pausa mientras el responsable del teléfono observa con desconcierto varias veces la pantalla: "diez minutos". Ahora los desconcertados somos nosotros. Las bromas se apagan y comienza un momento de silencio incómodo.

"¡Ya llegamos!", festeja una compañera al percatarse de una inusual fila de autos. "Es que esos de allá son conocidos", dice mientras observamos a una pareja que camina vereda arriba. Alguien la secunda diciendo que uno de los automóviles estacionados es de su amiga. El chofer indica que el tránsito está detenido y que tendremos que bajar de la camioneta y seguir a pie. ¨¿faltará mucho?" pregunta una compañera mientras el resto le recrimina con una mirada. Alguien le indica al chofer que busque la forma de regresar y busque estacionarse, que iremos caminando. Comenzamos a caminar al tiempo que vemos la llegada de varias patrullas. Metros adelante, vemos un automóvil atravesado en la calle y a un hombre empuñando un palo. No alcanzamos a entender lo que grita. Un policía baja de la camioneta. Parece el jefe. Se acerca al hombre y antes de intercambiar las primeras palabras el nombre le grita que no se acerque. 

Dejamos de caminar y observamos la escena. El policía, haciendo gala de un raciocinio impropio en los de su extirpe, le dice que cómo pretende que los automovilistas busquen estacionamiento si él no permite que siga la circulación. El hombre al parecer se encuentra molesto por la cantidad de automóviles que hay en su calle. Así dice: "mi calle". Nos reímos para desconcierto del hombre quien alimenta su furia y se acerca a increparnos. Parece que quiere golpearnos, pero nosotros no tenemos pinta de ser seres indefensos y el hombre titubea. Regresa con el oficial y le ordena mover a todos los automovilistas. "¿Y cómo quieres que los mueva? ¿Traigo una grúa o los empujo?" Nos carcajeamos nuevamente y el hombre golpea el piso con su palo. "Uuuuuy, ya se enojó". Las risas parecen ridiculizar al hombre que, mentando madres, amenaza al policía. Los elementos que se encuentran en la parte posterior de la camioneta, se bajan empuñando sus armas. El cavernícola, nativo de la zona, se nota vulnerable y grita que también es policía y que sabe sus derechos. Exige que los automovilistas se muevan porque están alterando la circulación del lugar. Hasta sus vecinos se burlan y alguien comenta que quien tiene atravesado su carro es él. "Si quieren les doy $20 pesos para el estacionamiento, pero que se larguen", grita al tiempo que mi compañero y yo arengamos a la muchedumbre a hacer fila para recibir los $20. Como nuestros acompañantes se caracterizan por ser bromistas profesionales, secundan la arenga y se colocan en fila tomando distancia. "Acá van a dar $20", grita alguien mientras el hombre nos observa con furia. En un salto evolutivo de 4.2 millones de años, el cavernícola se dirige hasta su tribu y exige las llaves del auto. Repentinamente se sube a su carro y lo mueve gritando amenazas a los presentes. La policía se mantiene a la expectativa sin dejar de festejar la broma de la fila para recibir los $20.

Librado el problema, seguimos nuestro andar diez minutos más.

*     *     *

¿Les he dicho que la política de La Matraca no es lo mío? Guardo en mi memoria la anécdota del cavernícola de Chicoloapan y me concentro en mis labores mientras permito que sean otros los que aplaudan y griten loas al líder sindical, no sin dejar de mantener alertas mis radares por si encuentro otra historia digna de contar.

martes, 12 de julio de 2022

Cristina y su más reciente atrocidad

Abordé el transporte a la misma hora de siempre. Por extraño que parezca, la vagoneta venía vacía. Cuando digo vacía me refiero a que no había un sólo pasajero, cosa rara pues estoy en medio de la denominada hora pico. Gozoso, me acomodé en el asiento posterior. A escasos centímetros había un periódico maltrecho. Lo recogí y traté de acomodar las hojas. Hacía años que no sostenía un ejemplar de La Prensa. Y ahí, entre señores muertos por disparos de arma de fuego, un muerto por el impacto de una tapa de alcantarilla, un muerto lanzado desde un automóvil en movimiento, la preocupación de las autoridades de mi comunidad rural por las anegaciones en temporada de lluvias, la exigencia de un funcionario público por más recursos para la educación indígena y un nuevo fracaso de la selección nacional de fútbol que se queda fuera del mundial y los juegos olímpicos, ahí estaba ella: Cristina Martínez, guitarrista de la banda El Columpio Asesino y a quien idolatré gracias a La última Atrocidad, dúo con Nacho Vegas que pueden encontrar en el álbum Violética.

No sé si se trate de una revelación, de una señal, de las ganas que tengo de escuchar música en vivo. La entrevista, aunque parece más una semblanza, me ofrece una playlist suficiente para esta tarde. No la voy a desaprovechar. por lo pronto, comenzaré con La última atrocidad y seguiré con Babel. Estoy enamorado... una vez más.

No cabe duda que Cristina vino a mí. Retomaré una vieja práctica de mis años mozos y aprovecharé las fotografías del periódico para crearme un par de pósters. Sé que les vale madres, pero se los quería contar. 


miércoles, 13 de abril de 2022

El trágico accidente del pastel

Hoy tuve mi primera asamblea sindical como representante de mi zona. Supe lo que es ser extranjero en mi propia tierra y entendí cómo el poder político ciega las entendederas de quienes un día consideré los seres más lúcidos en mi gremio. Pero todo eso me valió rete harta madre cuando reparé en la fuerte lluvia y en qué no traía suéter.

Mientras los delegados intentaban dirimir minucias del siglo pasado a través de una lamentable votación aún más caduca que las ideas democráticas que dicen combatir, mis pensamientos se concentraron en las goteras que aparecieron en los plafones. ¡Vale madres, justo hoy! Amo las lluvias, pero no cuando cargo documentos del trabajo en una mochila sin nailon.

Tras un par de horas de ríspidos alegatos, mi compañera delegada me tomó de la mano y con evidente nerviosismo pregunto: ¿cómo me voy a ir? La respuesta se me dejó absorto pues repentinamente reparé que ella es quien trae automóvil. Dudé.

-Es que me da miedo manejar cuando llueve. Me pongo muy nerviosa.

En ese momento los nervios me llovieron a mí. Esperando que la lluvia amainara, pensé en decenas de posibilidades para no mojarme. Para nublar mi preocupación ocupé dos de mis sentidos en los asuntos generales que ya se leían.

Mi compañera me pidió manejar. ¿Acaso está mujer no sabe lo que me está pidiendo? Calculé en días y semanas el tiempo que llevo sin agarrar un carro por obligación. La última vez puse en riesgo la vida de todos aquellos que tuvieron la desdicha de cruzarse en mi camino. Al ver su carilla al borde del llanto, quise llorar también. "Dame las llaves." Y como cualquier pelagatos que no tiene la mínima intención de quedar mal, ajusté el asiento, acomodé el cinturón de seguridad, moví espejos laterales y retrovisor, calculé mis movimientos como si fuera un piloto aviador y encendí el motor. No acostumbro a santiguarme, pero si sugerirle al copiloto que, como parte de su seguro de vida, se haga la señal de la santa cruz. Una hora después dejé a mi compañera frente a casa de su hermana y yo me dispuse a recorrer un trayecto de media hora de regreso para poder abordar el transporte a casa. Hasta la copiosa llovizna se me olvidó.

Con un atraso de una hora abordé la combi hacia mi comunidad. Las señoritas que trabajan en Plaza Satélite inundaron de perfume el interior de la vagoneta mientras un hombre subió cargando dos panqués y un hermoso pastel que no omito decir, me hizo salivar.

Tal vez el pastel era un obsequio porque además de bonito y apetitoso, iba coronado con un moñito de dulce igual de antojable. Mientras escribía mensajes y repasaba los memes del día, de vez en cuando echaba una ojeada a esa torta que supuse rellena de frutas frescas y bañado en la cantidad de leches necesarias para darle el toque mágico. La desesperación en que nos sumió el tráfico hizo que pronto me olvidará de saborearlo, aunque reconozco que mis tripas ya fraguaban una protesta que no pasaba desapercibida para mí compañera de asiento.

Y entonces ocurrió: el hombre que cargaba los panqués y el pastel osó dormitar y en algún momento la reacción de su cuerpo lo hizo aflojar la mano derecha lo que generó que el pastel fuera a estrellarse contra el piso del vehículo. La reacción de todos fue un lastimoso "¡ah!" El hombre observó la consecuencia de su descuido y de inmediato intento limpiar el desaguisado. Mientras una mujer le ayudaba sosteniendo los panqués y otra le daba una bolsa, yo no podía dejar de lamentar el accidente.

Después de ese momento, todos en la combi (que no es combi, pero así le decimos) nos limitamos a observar la huella de crema, nueces y fruta que quedó en el piso, tal vez imaginando una mejor suerte para ese pastel de haber sido nosotros los responsables de su cuidado.

Ni modo.

La vida no siempre es justa y en casos como este es cuando creo en las palabras de mi abuelita cuando decía que no viéramos lo que no nos pertenecía, pues la envidia era más poderosa y siempre traía tragedias.

¿Qué hay más trágico que un pastel en el suelo a causa de una dormitada? Tal vez ustedes no lo entiendan, pero yo sí.

Sé que les vale madre, pero se los quería contar.



martes, 4 de enero de 2022

Roscas


De nuez, nata, de zarzamora con queso, crema de avellanas, gourmet (sea lo que eso signifique), la tradicional; con muñecos de plástico blancos, ahora también de colores, con el niño Jesús; con los personajes del nacimiento, con Baby Yoda, con los reyes magos y sus respectivos animales; de la panificadora del barrio, de la panificadora de cadena, de tienda departamental, de súper mercado, casera, la que revenden en el camellón…

El año comenzó y como se ha hecho costumbre en nuestra pobretona nación, una crisis económica nació con el 2022. Sin embargo, eso no es impedimento para que millones compatriotas se den un último gusto culinario y el próximo día 6 mantengan viva una de las tradiciones más hermosas: el convivio para partir y repartir la rosca de reyes.

Gustoso de las tradiciones y gozoso de la comida de temporada, aunque ahora se encuentre todo el año, decidí salir a buscar una rosca capaz de satisfacer mi gula. Mi primera parada fue en la panadería de los ricos, nombrada así por los vecinos de la colonia que hace años consideraron que el pan expedido en dicho local era costeable únicamente para quienes gozaban de cierto nivel adquisitivo. Si bien, con el tiempo y sabiendo que el negocio vislumbraba una muerte por abandono, los dueños del lugar decidieron bajar el precio del pan sacrificando la calidad de los insumos. Actualmente es la panadería más visitada de la comarca, pero una rosca familiar de $380, con los ingredientes tradicionales y sin un atractivo extra, invita a caminar un kilómetro más y buscar otras opciones.

Ansioso me dirigí hasta la zona que alberga los centros comerciales. Parece que se ponen de acuerdo. Rosca individual entre $40 y $70. Las pequeñas que se fraccionan en cuatro porciones entre $120 y $180, las medianas en $200 y las grandes arriba de los $350. ¿Qué privilegio tiene una rosca de reyes para tener ese costo? La inflación, me respondo de rebote. La temporada, corrijo para no sentirme un analista mamón de redes sociales y con ello agriar mi paseo.

En mi niñez me gustaba el 6 de enero más por la rosca que por los obsequios. Nunca faltó una buena porción acompañada de una taza de chocolate caliente. Entonces, además del área azucarada, la rosca tenía acitrón. Lo odiaba. Persiste mi sentimiento de culpa por no haberme comido jamás ese derivado de la bisnaga y que gracias a nuestras incorruptibles autoridades, hoy la PROFEPA tiene prohibido comerciar. Pienso entonces en los ingredientes actuales de una rosca. ¿A quién se le ocurrió rellenarla de nata? ¿Qué eso no era propio de las conchas? ¿Por qué de zarzamora con queso? ¿Qué no existen ya pasteles con esa horrible mezcla? ¿Por qué crema de avellanas? En una tienda departamental venden una rosca que anuncian como gourmet. Mi imaginación viaja hacia una galaxia insospechada. La imagino rellena de ingredientes que no se acoplan a mi paladar corriente, aunque también pienso en apenas unos gramos más de mantequilla, huevos de avestruz, nueces de la india, avellanas, piñones y algún dulce cristalizado derivado de alguna cactácea del desierto de Gobi. Mi curiosidad me lleva a investigar al respecto y me encuentro con que es un pan normal, con los ingredientes normales y cuyo precio es menor que el de las tiendas de cadena por todos conocidas.

Reparo que me encuentro cerca de dos panificadores de moda entre la pelagatancia aspiracional. Llego a la del Elefantito y por poco y muero de un infarto al miocardio. Pero en la restitución de mis signos vitales, observo que no soy el único sorprendido. Salí del lugar estudiando los rostros de las personas que, en un afán por distraer a las señoritas demostradoras, justificaban su visita al lugar con un amable: “vengo por bolillos”. Pasos más adelante y aún con la risa contenida, entré a la competencia. De otra era. Ahí no podía esperar más que poses y roscas que definitivamente compraría si careciera de neuronas. Sus innovaciones se limitan a ofrecer panes rellenos de nata y conejitos de chocolate. ¡Qué ingenio! ¿Ofrecerán una dosis de insulina en la compra de la rosca? ¡Ni pensarlo!

Sintiendo el fracaso en cada paso y pensando que lo mejor será sustituir la rosca anual por un par de conchas de chocolate, llevo mis despojos hacia mi hogar. En el camino veo una panificadora pequeña, de esas que hasta hace unos años llamábamos de chinos, pero que los años trajeron nuevamente a manos de una familia mexicana. En la vitrina se exhiben roscas de tres tamaños. El aroma invita a preguntar que ofrecen a cambio de los billetes de mi cartera. Tras recibir una pruebita, tradición que también se ha perdido con el pasar del tiempo, merco una tamaño familiar.

Dispuesto a comer un gran trozo acompañado de una taza de chocolate caliente, recuerdo que apenas es 3 de enero y que no he escrito mi carta a los santos reyes. Eso si es un sacrilegio. Abandono mi intención y me siento frente a la computadora:

 

¨Queridos Reyes Magos…”

 

Entonces recuerdo que no pensé en las deliciosas aberraciones de la rosca de tacos, la rosca de tortas y mi preferida: la chicharrosca de chicharrón norteño. Pero ahora tengo una encomienda importante y dejaré ese importante análisis socio-gastronómico para el siguiente año.

 

Nota final: Por favor, no compren roscas de más de quinientos pesos. No sean mamones.

sábado, 1 de enero de 2022

Una canción

Hace un par de semanas acudí a un brindis con La Jauría. Tenía meses sin salir por lo que fue la mejor oportunidad para atravesar la ciudad y convivir con mis hermanos borders. Además de la comida, la bebida y las pláticas, lo que más me gusta de estas reuniones es la música pues siempre existen posibilidades infinitas para descubrimientos. Esa noche conocí a Coven y a Warpaint. La dinámica para colocar canciones es simple: los convidados sugerimos una canción la cual suena de acuerdo con el orden en que nos acodamos en la mesa. Las sugerencias son grandiosas. Así, entre anécdotas relacionadas con la canción, las risas, el enojo o la sorpresa, el poeta Henry D. Luke sugirió One, de U2. Tiemblo cada vez que alguien me pregunta acerca de mis gustos musicales, ya que son reducidos y de gusto pormenorizado. Ante mi pasividad por la sugerencia, D. Luke fue directo: “¿Te gusta U2?” Tragué saliva y respondí.

U2 no gozó de mi gusto en mis mocedades, opinión que compartí con millones de coterráneos. Sencillamente no conecté con ellos y eso es suficiente para omitirlos en mis playlist y sugerencias musicales durante muchos años. Además, una de las canciones que siempre odié fue One. ¿La razón? No hay razón. Solo la odié.

*   *   *

A finales de 1992 realicé un viaje a San Luis Potosí. Para entretenerme en el autobús, hice una parada en el puesto de revistas. Entre otras, llevé un ejemplar de Conecte. En la portada aparece Axl Rose quien, en entrevista, menciona que le gusta escuchar música industrial y a U2. No recuerdo si elogia el álbum Achtung Baby, pero sí reconoce que One es una canción que le gusta mucho y que piensa escribirle una carta a Bono para agradecerle haberla escrito. A mí, reitero, me cagaba U2 y entonces también Axl cayó de mi gracia.

Años después cuando mis gustos musicales estaban más arraigados, aunque solía tener devaneos culposos esporádicos, una canción se clavó en mi gusto: Numb, tercera en la lista del álbum Zooropa, interpretada por The Edge. Tampoco tengo una razón que justifique ese gusto, pero suavizó mi postura hacia los irlandeses. Lo anterior se hizo patente hace unos años cuando, con la misma Jauría, disfruté algunas canciones de esa banda en el mítico Allende Red. ¡Qué buenos recuerdos de aquella noche!

*   *   *

Por alguna circunstancia mi mañana transcurre con una playlist cortesía de Bono y sus muchachos. No sé cómo ocurrió, pero aquí estoy, repitiendo algunas canciones a las que hoy otorgo un justo valor. Además de Sunday bloody sunday, he repetido One incansablemente. Quince veces al momento de escribir estas líneas.

Me es imposible borrar la imagen de Henry D. Luke e Israel Miranda cantando:


"Have you come here for forgiveness?
Have you come to raise the dead?
Have you come here to play Jesus?
To the lepers in your head…"

Uno de mis mayores defectos consiste en prejuzgar todo. Eso me ha impedido disfrutar ciertos placeres cuando debí hacerlo. Sin embargo, he llegado a una edad donde me tomo las cosas más ligeras y antes de negarme a algo, hago una pausa para darle una oportunidad. Observo las caras de Braulio, Sara, Fausto y Rocío. Observo a Rodrigo y Elizabeth, y regreso hasta donde Henry e Israel sentencian:

"You say love is a temple, love a higher law
Love is a temple, love the higher law
You ask me to enter but then you make me crawl
And I can't be holdin' on to what you got
When all you got is hurt…"

Transcurro por una etapa en la que únicamente deseo paz, tranquilidad y goce por la vida. Este año dejé ir a personas en las que sombré mis expectativas. Fracasé notablemente en aspectos que consideré vitales para mi futuro. Desafortunadamente, no soy quien tiene la última palabra y tuve que liberar. Decido que One será parte de mi soundrtrack en 2022 y una vez más agradezco a la vida ponerme en la misma mesa con mis hermanos borders.

Pienso escribirle una carta a Bono para agradecerle por esa canción y una más a Axl ofreciéndole una disculpa.

Sé que les vale madres, pero se los quería contar.




A mis hermanos Borders, con cariño: Israel, Sara, Lorena, Fausto, 
Rodrigo, Rocío, Henry, Braulio, Sergio, Elizabeth, Julio y Aleida...