sábado, 22 de octubre de 2022

El Hombre de Chicoloapan

Vine a Chicoloapan porque existen labores inherentes a mi cargo como delegado sindical que resultan ineludibles. ¿Delegado sindical?, se preguntan. Si. Desde marzo pasado un entusiasta grupo de personas, hartas de vivir atrocidades y burlas por parte de sus superiores, tuvieron la decisión de nombrarme su representante frente al S.I.N.D.I.C.A.T.O. Por esta razón mi vida se encuentra dividida entre la docencia, las labores administrativas y el sindicalismo. No mencioné la escritura porque desde que tomé posesión del cargo, lo menos que hago es escribir. ¡Maldita sea! Sin embargo, en dos años y medio cuando entregue el cargo, seguramente tendré un cúmulo de memorias digas de ser compartidas con ustedes. Esa es la única razón por la que acepté liderar esta delegación sindical.

Les decía: vine a Chicoloapan porque existen labores inherentes a mi cargo como delegado sindical que resultan ineludibles. Trabajos previos a un Consejo Estatal Ordinario y mucha grilla son el pan nuestro de cada día, pero mientras los expertos se dirimen entre hacer pactos, formar grupos, bajar los brazos y prever el futuro más desalentador, yo me acomodo en el asiento trasero de una Van para tratar de descansar. Cierro los ojos y repentinamente las anécdotas, los pactos políticos, las bromas y la recurrente pregunta "¿aún falta mucho?", se vuelven lejanas.

La tarde está nublada y es probable que llueva. Pienso en que mis tenis se mojarán, pero encuentro el lado positivo de la desgracia: les hace falta una lavada. Repentinamente, a un costado de la carrera, aparece el teleférico. Alguien toma la palabra y comenta que estamos próximos a un hotel que se hizo famoso meses atrás pues según la leyenda, la construcción de ese medio de transporte le resultó perjudicial. Despierto para no perderme la historia y entonces me entero que dicho sitio tuvo una baja en la demanda de habitaciones debido a que quienes se transportaban en el cablebús solían sacar su teléfono celular cuando pasaban al costado del hotel con la finalidad de tratar de captar alguna imagen al interior de alguna de las habitaciones misma que iba a dar a redes sociales. Los chascarrillos no se hacen esperar y las risotadas se incrementan cuando pasamos justo a un cotado del hotel. No comprendo la actitud de los asiduos al sitio y menos la visión de los dueños del lugar. Con un poco mayor de inteligencia pudieron hacer uno de la mercadotecnia para atraer a parejas exhibicionistas y levantar el lugar, pero no. A cambio se quejaron y hasta terminaron siendo noticia a nivel nacional. Mientras nos alejamos, aguzo la mirada tratando de observar algo en alguna de las ventanas. Si fuera el dueño también hubiera rentado la pared para un enorme espectacular, pienso, mientras me acomodo nuevamente en el asiento.

"¿Cuánto falta para llegar?", pregunta por enésima vez una compañera. "Treinta minutos", responde el responsable de monitorear la herramienta de  geolocalización que nos conduce a nuestro destino. Siento que ya pasaron dos horas desde que salimos de Naucalpan y no veo que estemos próximos a llegar.

Repentinamente, el cielo se esclarece y sale el sol. Todos comienzan a quistarse las chamarras. "¿Falta mucho?", se escucha nuevamente al tiempo que escuchamos un alentador: "diez minutos". Saco mi teléfono y comienzo a enviar mensajes a quienes, seguramente, se encontrarán preocupadas por mi integridad física. Leo sus respuestas y me congratular saber que no viajé en transporte público. A los diez minutos, el geolocalizador sigue indicando que estamos a diez minutos de nuestro destino. Que no cunda el pánico, pienso mientras reparo en la posibilidad de encontrarnos perdidos.

Al pasar frente aun Home Depot alguien bromea: "creo que ya estamos de nuevo en Naucalpan, ¿no es este el Home de Lomas Verdes? La similitud nos desconcierta, pero rápidamente caemos en la cuenta que esas cadenas están planeadas para ser iguales hasta en los menores detalles. "¿Cuánto falta?" En el ambiente hay una pausa mientras el responsable del teléfono observa con desconcierto varias veces la pantalla: "diez minutos". Ahora los desconcertados somos nosotros. Las bromas se apagan y comienza un momento de silencio incómodo.

"¡Ya llegamos!", festeja una compañera al percatarse de una inusual fila de autos. "Es que esos de allá son conocidos", dice mientras observamos a una pareja que camina vereda arriba. Alguien la secunda diciendo que uno de los automóviles estacionados es de su amiga. El chofer indica que el tránsito está detenido y que tendremos que bajar de la camioneta y seguir a pie. ¨¿faltará mucho?" pregunta una compañera mientras el resto le recrimina con una mirada. Alguien le indica al chofer que busque la forma de regresar y busque estacionarse, que iremos caminando. Comenzamos a caminar al tiempo que vemos la llegada de varias patrullas. Metros adelante, vemos un automóvil atravesado en la calle y a un hombre empuñando un palo. No alcanzamos a entender lo que grita. Un policía baja de la camioneta. Parece el jefe. Se acerca al hombre y antes de intercambiar las primeras palabras el nombre le grita que no se acerque. 

Dejamos de caminar y observamos la escena. El policía, haciendo gala de un raciocinio impropio en los de su extirpe, le dice que cómo pretende que los automovilistas busquen estacionamiento si él no permite que siga la circulación. El hombre al parecer se encuentra molesto por la cantidad de automóviles que hay en su calle. Así dice: "mi calle". Nos reímos para desconcierto del hombre quien alimenta su furia y se acerca a increparnos. Parece que quiere golpearnos, pero nosotros no tenemos pinta de ser seres indefensos y el hombre titubea. Regresa con el oficial y le ordena mover a todos los automovilistas. "¿Y cómo quieres que los mueva? ¿Traigo una grúa o los empujo?" Nos carcajeamos nuevamente y el hombre golpea el piso con su palo. "Uuuuuy, ya se enojó". Las risas parecen ridiculizar al hombre que, mentando madres, amenaza al policía. Los elementos que se encuentran en la parte posterior de la camioneta, se bajan empuñando sus armas. El cavernícola, nativo de la zona, se nota vulnerable y grita que también es policía y que sabe sus derechos. Exige que los automovilistas se muevan porque están alterando la circulación del lugar. Hasta sus vecinos se burlan y alguien comenta que quien tiene atravesado su carro es él. "Si quieren les doy $20 pesos para el estacionamiento, pero que se larguen", grita al tiempo que mi compañero y yo arengamos a la muchedumbre a hacer fila para recibir los $20. Como nuestros acompañantes se caracterizan por ser bromistas profesionales, secundan la arenga y se colocan en fila tomando distancia. "Acá van a dar $20", grita alguien mientras el hombre nos observa con furia. En un salto evolutivo de 4.2 millones de años, el cavernícola se dirige hasta su tribu y exige las llaves del auto. Repentinamente se sube a su carro y lo mueve gritando amenazas a los presentes. La policía se mantiene a la expectativa sin dejar de festejar la broma de la fila para recibir los $20.

Librado el problema, seguimos nuestro andar diez minutos más.

*     *     *

¿Les he dicho que la política de La Matraca no es lo mío? Guardo en mi memoria la anécdota del cavernícola de Chicoloapan y me concentro en mis labores mientras permito que sean otros los que aplaudan y griten loas al líder sindical, no sin dejar de mantener alertas mis radares por si encuentro otra historia digna de contar.