sábado, 19 de noviembre de 2022

Abulia por el futbol

Llegué al mundo en 1977. Un año después presencié mi primer mundial de futbol. De ese evento no guardo ningún recuerdo básicamente porque entonces, mis máximas preocupaciones en la vida consistían en tomar lechita, comer papillas y ser cambiado de pañal periódicamente.

Del mundial de España tampoco recuerdo un carajo de futbol, pero sí de Naranjito, la mascota oficial que estaba impresa en playeras, calcomanías y estampitas que vendían afuera de las escuelas. Si mi memoria no falla, por esos años anuncié anticipadamente mi retiro de las canchas. Ocurrió cuando mi padre (un crack del futbol llanero) tuvo el tino de sacarme del campo cuando el equipo que dirigía y en el que jugaba mi medio hermano, estaba siendo vapuleado por mi culpa pues yo no entendía la posición de defensa central. Aquel cambio trajo como consecuencia que dedicara los siguientes sesenta minutos a hojear un cuentito que encontré tirado en aquel llano. Menudo favor me hiciste, viejo.

México 86 (el mundo unido por un balón) me trajo nuevos bríos para participar en este deporte de forma ocasional. Mi primer ídolo, Pablo Larios Iwazaki, fue el artífice para que un buen día me decidiera a postrarme frente a mi madre y con voz tímida le solicitara un balón y unos guantes de portero. Ella, consentidora como siempre, me compró el balón y declaró una promesa de comprarme los guantes siempre y cuando salvara el año escolar. Dando tumbos, cumplí el cometido, pero la promesa de mi madre fue cancelada cuando le notificaron que mi conducta no era la de un niño modelo y que el balón obsequiado semanas atrás, era el culpable de varios vidrios rotos y balonazos sin ton ni son a las venerables ancianas de mi calle. ¿Para qué se atravesaban cuando yo chutaba? Del mundial del 86 también recuerdo, of course, a Mar Castro, La Chiquitibum; la memorabilia del chile Pique, el gol de Manuel Negrete y la Mano de Dios de Diego Armando Maradona.

Pude presenciar el mundial de Italia casi en su totalidad debido a que el horario de los partidos coincidía cuando yo no asistía a la escuela (estaba en el turno vespertino). ¿Cómo olvidar aquel remate de cabeza de François Omam-Biyik contra Argentina en el partido inaugural o el gol de Roger Milla, también de Camerún, contra Colombia en los cuartos de final? En aquel mundial México no estuvo por el escándalo de los cachirules, cosa que seguramente tampoco entendía y en consecuencia, menos me importaba, pero sí recuerdo la final donde Diego Maradona se la pasó puteando a medio estadio, medio planeta y a Edgardo Codesal. Aquella tarde entendí la frase “el que se enoja pierde”. Diego: gracias por todas tus enseñanzas en las malas y en las peores.

Estados Unidos me permitió saber que el futbol era algo más que un deporte. Del gol de Luis García contra la selección de Irlanda, recuerdo un locker caído sobre la bonachona humanidad Miguel “El Cachetón”, durante el festjo. También recuerdo el empate sabor a triunfo contra Italia, pero lo mejor vino aquella tarde cuando en casa de Karla, junto a mi amigo Sergio, comí por vez primera en la vida sándwiches de jamón mientras veíamos a Luis Roberto Álvez y Luis García fallar indiscriminadamente frente al arco de Bulgaria, en tanto Miguel Mejía Barón se guardaba los cambios. Desconozco si Hugo Sánchez ya lo perdonó por no haberlo metido, pero si no, me vale madres. También recuerdo la portería que rompió Marcelino Bernal y el arco sustituido en minutos. El no mames de García Aspe en la tanda de penaltis; la gloria de Jorge Campos y su uniforme multicolor, frente Balakov; el no mames de Bernal; el penalti anotado de Bulgaria; el no mames de Jorge Rodríguez; el segundo penalti búlgaro; el acierto de Claudio Suárez y el festejo de Ilián Kiriakov a Krasimir Balakov, dedo travieso mediante, cuando se consumó su pase a la siguiente fase. De la final recuerdo más la tristeza de Roberto Baggio y la corbata de Pelé. Pero lo notable, lo que marcó ese mundial fue el último gol de Diego Armando con su selección antes del escándalo por la efedrina, así como la muerte de Andrés Escobar tiempo después que Colombia quedara eliminada.

Para mí, el mundial de Francia representó comer yogurt todos los días, cada mañana, cada tarde, cada noche. Yogurt cada partido. Lo comía en diversas presentaciones: batido, frutado, licuado, líquido. También tenía balones pequeños con Footix impreso. Recuerdo a muchos quejarse porque la selección anfitriona ganó la copa con jugadores que no eran franceses. Una playera no define una nación, me decía. Si pudiéramos importar jugadores que nos hicieran ganar una copa del mundo, seguro nadie se quejaría. El país seguiría igual de jodido y nosotros igual de racistas.

Del mundial de Corea-Japón, recuerdo… recuerdo… la final América vs Necaxa del 26 de mayo del 2002. Cuauhtémoc Blanco y Luis Hernández, seleccionados nacionales, ya concentrados para la justa mundial, ayudaron con sus buenos deseos a que las Águilas terminaran con una sequía de más de una década. Eso motivó que estos dos jugadores hicieran un papel excelso, sin embargo, una vez más no hubo quinto partido. Cosas del destino.

El año 2006 representó mi estabilidad financiera a cambio de mi salud mental. Salvo por un souvenir de Goleo, ni siquiera me enteré si México participó en esta justa. Después lo agradecí pues me enteré que nuevamente quedaron eliminados en el cuarto partido.

Sudáfrica reafirmó mi amor por Shakira Isabel Mebarak Ripoll, además de cambiar el nombre de las trompetas de plástico por vuvuzelas. Nuevamente no supe si la selección mexicana participó. De hacerlo, imagino que nuevamente quedó eliminada en el cuarto encuentro. 

Del mundial de Brasil de plano ni me enteré. Una abulia por el futbol me invadió. Si México o cualquier otro país tenía selección, me importó un diablo.

El mundial de Rusia representó la posibilidad de hacer cosas notables como beber vodka, portar máscaras de luchador, aprender un idioma portentoso y poner de moda Chernóbil. Por esos años decidí jugar en un equipo. Asistí a un par de entrenamientos que terminaron en bacanales indecibles. La cosa no iba bien. Semejantes acciones sólo dan la razón a quienes afirman que el futbol es uno de los males del mexicano, tal vez por eso, decidí retirarme nuevamente antes de jugar siquiera mi primer encuentro. Una noche, mientras veía el resúmen de la jornada, me enteré de la muerte de Vinnie Paul, baterista de Pantera. Aquella noche lloré dicho deceso y creo que eso motivó que ni siquiera me enterara quien fue campeón. Lo confieso: me gusta el fútbol, pero me reconozco un apático, un mal aficionado, un abúlico del balón.

Escribo este texto faltando unas horas para que comience el mundial de Qatar. Tengo entendido, gracias a los expertos de redes sociales, que México realizará un papel lamentable, que no lleva nada, que sus mejores jugadores fueron cortados hace unos días, que su técnico es poco más que un estúpido y que el arquero es una coladera. También dicen que por vez primera se apreciarán los juegos de futbol y que la picardía mexicana no se lleva de la mano con las tradiciones del país anfitrión. Lo dudo. Los mexicanos somos expertos en burlar hasta las reglas más estrictas. No faltará quien seguramente dé la nota. Respecto al fútbol, me pregunto: ¿por qué habríamos de poner esperanzas en una selección que no nos tiene acostumbrada a grandes logros? ¿Por qué creemos que una representación cuyo fútbol nativo no está en los mejores del mundo, logrará algo grande?

Por lo pronto, he decidido ver algunos juegos. Mi TDH impide que pueda concentrarme en un juego durante noventa minutos y lo más seguro es que termine leyendo alguno de los libros que desde hace tiempo, forman una pila en mi buró, o bien, escriba textos que seguramente irán a parar a este olvidado blog. Lo que ocurra primero. No se lamenten si la selección no pasa de la primera ronda, se sabe que no traen nada. Si el milagro ocurre, ya saben: no habrá quinto partido.

¡Feliz mundial!