viernes, 26 de junio de 2020

Yo la contagié

Un movimiento inusual rompe el silencio en la casa de Ángel. Es viernes por la madrugada. Repentinamente Ramira, su madre, presenta dificultades para respirar. Él nunca ha tenido claro qué se debe hacer en ese caso y lo único que se le ocurre es pedirle a su esposa que le llame a alguien. Ese alguien no es un destinatario concreto. Su esposa se limita a llamar a sus cuñados para que se trasladen a su casa de inmediato. Mientras eso ocurre, Ángel intenta reanimar a su mamá distrayéndola, hablando con ella, echándole aire con un abanico pero la mujer hiperventila y con desesperación busca auxilio con la mirada.

Ramira llegó a casa de Ángel quince días atrás. Su hijo trataba de resguardarla luego de que Maritza, su hermana, dio positivo a la prueba de SARS CoV2. Él y el resto de sus hermanos desconocen la forma en que Martiza contrajo el virus. En tanto transcurría el aislamiento decidieron que lo mejor era que la señora se mantuviera lejos.

Todo parecía estar bien. Ramira se mostraba con buen ánimo y su rutina diaria estaba limitada a ver telenovelas, tejer y salir al jardín a arreglar las escasas plantas que su nuera mantiene con vida. Los planes de la mujer de 75 años aún eran prolijos: ahorrar para pagar algunas deudas importantes que su esposo dejó antes de morir y con el sobrante, hacer una ampliación a su casa. A diferencia de su yerno y su hija, ella se dio cuenta que sus nietos estaban creciendo y pronto necesitarían un espacio propio. También quería viajar. Su deseo era regresar a Acapulco sólo para descansar. Tirarse todo el día bajo una palapa y esperar la puesta del sol.

Sin embargo, ella misma puso en duda sus planes cuando se enteró que Maritza había dado positivo al coronavirus. Sus hijos trataron de tranquilizarla, de hacerle ver que era urgente que abandonara su casa. "Serán cuatro o cinco semanas en lo que mi hermana se repone", le dijo Ángel la tarde en que Ramira se vio orillada a empacar sus cosas y abandonar por primera vez la casa que su esposo compró para ella y su familia.

"Es verdad, mi mamá nunca había dejado su casa tanto tiempo. Las vacaciones más largas que tomó en toda su vida fueron de una semana. Decía que estar lejos la desesperaba, la hacía sentir mal y se quería regresar". Ángel se queda en silencio hasta que repara en que el cigarro que tiene entre los dedos se consume inútilmente. Suspira, me observa y da una calada. Sus ojos se contienen las lágrimas. Es cuestión de segundos para que se le desparramen.

"El martes comenzó con una gripita. La verdad no le dimos mucha importancia. El clima cambió días antes y había estado lloviendo. Ella tampoco nos dijo que se sintiera mal. Se limitó a prepararse un té con plantitas y a cuidarse. No se levantaba. Decía que era para no arriesgarse porque no se quería enfermar. Sólo se levantaba a desayunar y a comer, la cena se la llevábamos a la recámara". Ángel comienza a llorar mientras recuerda que su madre estuvo inquieta la tarde del jueves. "No lo expresaba pero sabíamos que se sentía mal. Esa noche antes de irse a dormir platicamos un rato, me dijo que pasara lo que pasara ella se regresaría a su casa la siguiente semana porque mi hermana también le preocupaba. Le dije que si. Ya encontraría yo la forma de organizarme con mis hermanos para convencerla de que se quedara cuando menos una semana más".

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El teléfono de Julio, el esposo de Maritza, sonó pasadas las tres de la mañana. Desconcertado abrió los ojos y observó que era la cuarta llamada que recibía. El teléfono volvió a sonar. Respondió. La noticia que escuchó lo dejó helado. Durante algunos minutos pensó la mejor forma de darle la noticia a su esposa. Pensar en una mejor forma de anunciar una muerte resultaba ridículo. Como va.

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Cuando los hermanos de Ángel llegaron a su casa éste los recibió desesperado. Su madre acababa de morir. Todos ingresaron a la habitación donde Ramira parecía dormida. Aún se podía atisbar el amoratamiento de sus labios. Su rostro ya era de calma. Durante varios minutos lloraron en torno al cadáver sin reparar en lo que estaba pasando. En torno a la muerte, el dolor siempre nubla la razón.

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Maritza despertó aturdida. Su esposo, a través de un mensaje de Whatsapp, le pidió que abriera la puerta. Supo que algo no andaba bien. Julio, al verla trato de contener el llanto pero fracasó. "Yo la contagié", dijo Maritza imaginando lo peor. Su esposo la observó a menos de un metro de distancia y ella no pudo contenerse para buscar un abrazo que su esposo no evitó. Durante varios minutos lloraron abrazados y cuando se repusieron, él le pidió quedarse en la recámara y no alarmar a los niños. Apenas cerró la puerta, Julio comenzó a limpiar con un trapo empapado con cloro. Ahí mismo se desnudó y se metió a bañar. Mojó su ropa con el agua de la regadera y se apresuró antes de que los niños notaran su ausencia.

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La causa de muerte de Ramira fue un paro respiratorio. Gracias a eso sus hijos pudieron organizarle un velorio sencillo al que muy poca gente asistió. La situación no se prestó para que su despedida fuera concurrida, sin embargo, gozó de un privilegio que no todas los muertos pueden gozar en estos tiempos: ser despedidos.

Maritza no pudo asistir a despedir a su madre.

viernes, 19 de junio de 2020

Ya está aquí

Mientras en el noticiario se ofrecen cifras alarmantes acerca de personas fallecidas por el coronavirus, Maritza fija su mirada en el reloj. Faltan diez minutos para las nueve. Se incorpora con dificultad y se acomoda la ropa. Observa el cubre boca que está sobre el buró y tras revisarlo detalladamente concluye que es urgente cambiarlo. De inmediato procede a colocárselo siguiendo las instrucciones que aprendió en un video de Youtube. Se acomoda la ropa, se calza unos tenis viejos y se dirige hacia la puerta. Toca tres veces. Del otro lado se escucha la voz de su hija, que llena de júbilo, avisa que su mamá ya despertó. La niña se acerca a la puerta y le pregunta cómo está, cómo se siente. Maritza responde que está bien, que se siente mejor. Le indica a la niña que no se acerque, que se aleje. Mientras espera la llegada de su esposo, se coloca unos guantes de látex y una mascarilla hecha con acetato. Escucha la voz de su hijo que del otro lado la saluda. Ella le responde diciéndole que lo quiere mucho. Luego escucha los pasos de su esposo. "Parecen los de un gigante", piensa. El picaporte gira y Maritza en un impulso reflejo, se retira dos pasos atrás.

Julio realiza todo un ritual antes de empujar la puerta: rocía un líquido sanitizante y limpia con una franela impregnada en cloro. El hombre porta guantes de látex, mascarilla de acetato, cubre boca y un mandil que ocupa sólo cuando realiza ese ritual. Posteriormente, acerca una charola con diversos trastes repletos de comida y un par de botellas con agua. En la charola van algunos medicamentos y tabletas de vitamina C, así como una botellita con jugo de mango. También acerca un par de cubetas con agua para la ropa y el aseo de su esposa. Finalmente, coloca un cómodo limpio en el suelo que desliza con el pie hacia el interior de la habitación. A cambio, él recibe otra charola con los trastes sucios del día anterior, una bolsa negra con la basura y otras dos cubetas con ropa. También retira el cómodo usado por su esposa.

Todo este ritual comenzó desde que Maritza dio positivo a la prueba de SARS CoV2. El médico que la atendió le indicó que no requería hospitalización pues podía respirar sin dificultad y que por su condición no se iba a agravar. Sin embargo, al ser portadora del virus el riesgo de contagiar a decenas de personas era alto. Era urgente mostrar prudencia.

La casa de Maritza y Julio es pequeña. Apenas tres habitaciones, un baño, cocina y sala comedor. Además de ellos y sus hijos, viven en la misma casa la madre y el hermano de Maritza. El médico les sugirió un espacio especial para ella y cuidados exagerados. "Es de vida o muerte para todos los que estén cerca", reiteró. El Dr. Castillo, sin embargo, no ofreció más sugerencias o un protocolo a seguir. Desde ese día ellos improvisaron todos los cuidados apoyados en consejos de la familia y vídeos que vieron en la red.

Una de las primeras decisiones fue mudar a la madre de Maritza con otro de sus hijos mientras que el hermano que vive con ellos optó por alojarse con su ex esposa, aunque nunca le explicó los motivos para no alarmarla. Posteriormente avisaron al resto de la familia y les pidieron mantenerse al pendiente de cualquier síntoma pues si bien Maritza no los visitaba en sus casas, ellos sí acudían a menudo a la de ella. "De entrada por salida, pero venían", dice Julio a sus familiares mientras les explica por teléfono que tendrá que abandonar el trabajo cuando menos tres semanas para dedicarse al cuidado de su esposa y la atención de sus hijos.

Maritza tiene como únicas distracciones una pantalla y su teléfono celular. Más de la mitad del día la pasa platicando vía Messenger o Whatsapp con sus familiares y amigos. Trata de no alarmarlos aunque sus familiares no piensan lo mismo y normalmente las charlas giran en torno a sucesos que conocen de segunda o tercera mano y que concluyen en la muerte de alguna persona. Ella desearía que hablaran de otra cosa y ahora evade cualquier charla relacionada con casos de covid. "¿Para qué enterarme de lo que les pasó a otros si yo lo estoy viviendo y nadie me lo tiene que platicar?" Cuando intuyo que mis preguntas la ponen de malas hago pausas para preguntarle si lee o escucha música. Me dice que no le gusta leer en el teléfono porque se le cansa rápido la vista. "Escucho canciones en el desayuno, la comida y la cena. A veces antes de dormir."

Maritza me confiesa que sus días de encierro transcurren pensando una cosa: ¿cómo se contagió? Nunca le tuvo miedo al virus y si bien, no tuvo medidas de precaución extremas, salía de su casa sólo a lo indispensable y usaba un cubre boca. "Reconozco que ocasionalmente me lo quitaba porque me costaba trabajo respirar pero era sólo si iba a la tienda, a la carnicería o la tortillería. A veces salía sólo dos o tres veces a la semana, por eso es mi duda".

En mi cabeza ronda una hipótesis pero ella se me adelanta: "todos me han dicho que mi esposo pudo haber traído el virus pues él diario sale a trabajar y anda en transporte, pero no lo creo. Si así fuera mis hijos y mi madre también estarían contagiados y ellos están  muy sanos. Creo que mis hermanos me lo dicen sólo para meterme tirria". También desecha la idea de que su hermano la haya contagiado pues él prácticamente sólo llegaba a la casa a dormir. "No lo veía ni cuando se iba, ni cuando regresaba. Sólo los sábados y domingos. Pero él también está sano".

"El encierro es muy feo pero es peor cuando estás obligada a hacerlo", dice mientras piensa en todo lo que desea haber hecho antes de que supiera de su enfermedad. "Ahora sí deseo un abrazo y un beso de mis hijos y de mi esposo. Tengo ganas de sentarme en la banca del patio a platicar con mi mamá. Deseo salir a comprar la comida y regresar a casa a prepararla. Quiero hacer todo eso que normalmente nos hace renegar".

Al momento de esta charla, Maritza lleva diez días de encierro y las cifras de infectados y fallecidos son la carroña diaria para el sensacionalismo de los medios de comunicación y los detractores del actual gobierno. Y mientras se desarrolla una lucha estúpida entre ciudadanos a través de redes sociales por encontrar un culpable, asumiéndose como expertos en pandemias, el virus que ha detenido al mundo ya esta aquí y mora en nuestras casas o en las de nuestros vecinos.


martes, 9 de junio de 2020

Grita

Nunca conecté con Jarabe de Palo. No me juzguen. Sólo me pasó que por aquel tiempo todos los escuchaban y a mí sencillamente, me fastidiaron. Pero alguna ocasión sí los escuché con atención. Fue en 1999 cuando recién había nacido mi hija y yo era un padre temeroso de mis nuevas responsabilidades y buscaba huir de su llanto desesperado a la menor provocación.

Por aquellos días se vivía una euforia por los reencuentros, tal vez por miedo a que el mundo se acabara en los primeros instantes del año 2000 y jamás volviéramos a vernos. Nosotros fraguábamos un reencuentro con los ex compañeros de la primaria y constantemente acudíamos a reuniones que parecían negociaciones políticas en las que discutíamos asuntos sin importancia durante horas, unas veces mediando a veces cervezas, otras café.

¡Total! En aquella ocasión Edmon y yo llegamos a casa de Indra. Esperábamos a alguien más, tal vez al Güero o a Marlene. Mientras tanto Indra, anfitriona atenta, nos preparó café y puso música en el reproductor que tenía en su cocina. Era Jarabe de Palo. Edmon enseguida pidió adelantar el CD hasta La Flaca. ¡No mamar! Repitieron la canción como diez veces antes de que se les olvidara y por fin pudiera continuar Grita. Esa canción me gustó mucho. Como repararon en que no habían repetido La Flaca, lo volvieron a hacer otras tantas veces como tazas de café nos bebimos. Cuando pasamos a las cervezas pude escuchar detenidamente Grita, dos o tres veces. Amé esa canción. 

Hace unas horas despertamos con la noticia de la muerte de Pau. De pronto las redes sociales se inundaron con canciones de Jarabe de Palo e imágenes despidiendo a Pau Donés. Los entiendo, todos tenemos un ídolo que se va y nos duele tanto como la muerte de un ser amado. Minutos después tuve la oportunidad de charlar con mi amiga Lorena y llorar un poco en su hombro, como ocurre últimamente. Ella sabe como levantarme cuando más podrido me encuentro. Lo hizo esta vez y minutos más tarde me dedicó Grita sin que durante nuestra charla tocáramos el tema de la muerte de Donés. Lo hizo así, sin saberlo, sencillamente porque a ella sí le pegó esa muerte y porque mi charla fue un buen pretexto para regalar esa canción. Me sentí especial. No he dejado de escucharla pues al final aunque mi mundo en estas dos semanas se haya venido abajo, sé que pronto todo pasará "y aquí estamos para eso, pa' lo bueno y pa' lo malo. Llora ahora y ríe luego."


Descanza en paz, Pau Donés.

lunes, 8 de junio de 2020

Este va a ser nuestro año

Durante los primeros segundos del año 2020, Juan no supo si echarse las doce uvas a la boca, triturarlas apresuradamente y tragarlas, o beber de golpe el vaso de sidra que previamente le sirvió su hermano para realizar un brindis. Sin embargo, cuando repiqueteó la primera campanada, su única reacción fue cargar a su pequeña hija y abrazar a su esposa. "Este va a ser nuestro año, gorda. Este va a ser nuestro año." El mantra fue repetido durante casi sesenta segundos y sellado con un beso antes de que cada uno fuera a abrazar al resto de sus familiares. Aquella madrugada transcurrió entre tragos, comida, baile y canciones que fueron coreadas en un improvisado karaoke.

Dieciocho días después, Juan fue despedido de su trabajo y con ello vino la primera sacudida. Recibió un finiquito generoso. Con el cheque extendido sobre la cama, Juan y Estela pasaron varias horas buscando la mejor forma de invertirlo. Decidieron, al cabo de mucho pensarlo, dar el enganche para adquirir un automóvil y meterlo a trabajar como Uber. Siguieron todo el procedimiento para la compra del vehículo y para darse de alta como socio conductor. Todo parecía marchar bien hasta que Juan fue notificado que no había pasado la prueba de confianza. Nunca quedó clara dicha situación pero eso no los desanimó. Al final decidieron meter el automóvil como taxi de sitio.

A Juan siempre le gustó andar en la calle por lo que no se le dificultó hacer sus primeros viajes. Prácticamente conocía cada lugar al que le pedían hacer servicios y se le facilitaba transitar por atajos que le ahorraban tiempo y gasolina. Desafortunadamente los gastos que genera pertenecer a un sitio, le dejaron pocas ganancias en las primeras semanas. Un compañero le sugirió levantarse más temprano y madrugar para hacer los viajes mañaneros. En pocos días el hombre vio la diferencia pues se dio cuenta que mucha gente recurría a ese servicio que, dicho sea de paso, se cobra un poco más caro.

Estela notó un cambio en las finanzas familiares y para mediados de marzo calculó que a ese ritmo podrían liquidar la deuda del carro en la mitad del tiempo pactado, por lo que motivaba diariamente a su esposo a levantarse temprano  ponerse a trabajar. Él hacia su parte: además de los viajes que salían del sitio, hacía servicios privados para comerciantes de la zona, vecinos y amigos. Sus jornadas de trabajo iban de dieciséis a dieciocho horas diarias, incluyendo sábados y domingos.

La mañana del lunes 16 de marzo Juan llegó al sitio faltando quince minutos para las cinco de la mañana. Sabía que sería un buen día pues había sido quincena. Mientras escuchaba las noticias acerca del coronavirus un impacto intentó destrozar una de las ventanillas de su coche. Azorado, trató de encontrar una respuesta pero únicamente encontró el cañón de una pistola apuntándole a la cabeza. Un par de jóvenes que viajaban en una motoneta destartalada le indicaron que bajara del auto. En menos de treinta segundos Juan vio por última vez su automóvil y todos los planes que él y su esposa habían depositado en ese auto.

Esa segunda sacudida tampoco lo derribó. El 2020 sería su año. Se lo había prometido a su esposa y a su hija. Durante algunas semanas trabajó en un camión recolector de basura donde la mayor ganancia eran las objetos usados que rescataba y servían para revender. Sin embargo, nada de eso se comparaba con las ganancias de su trabajo en el taxi. A finales de abril, por recomendación de un amigo, Juan entró a trabajar a un almacén en la delegación Azcapotzalco. 

Una semanas después, el 13 de mayo, su compañero de turno se presentó a trabajar enfermo. Por sugerencia de Juan, el joven fue al servicio médico donde la doctora en turno únicamente le ofreció una aspirina antes de regresarlo a trabajar. No es nada, apenas un resfriado. Al siguiente día, Martín no se presentó al almacén por lo que Juan vio en su ausencia una oportunidad para alargar las jornadas laborales y ganar dinero extra. Debido a la falta de personal, el supervisor no tuvo objeción y durante dos semanas Juan trabajó doble jornada. De su compañero de trabajo se corrieron varios rumores, ninguno comprobado.

El 27 de mayo por la mañana, Juan despertó con fiebre y malestar de cuerpo. Una noche antes una pertinaz lluvia lo alcanzó de regreso a casa por lo que minimizó su enfermedad. En el trabajo, a pesar de evidenciar su malestar, lo mantuvieron junto con otras treinta y seis personas. El hombre concluyó la doble jornada y regresó a su casa. El 29 de mayo Estela trasladó a su esposo a varias clínicas públicas y privadas de su comunidad, donde le fue negada la atención aludiendo falta de personal. Finalmente, recurrieron al servició de una farmacia donde le diagnosticaron un fuerte resfriado. Con el medicamento en mano regresaron a su casa. Juan durmió hasta pasadas las siete de la noche cuando la dificultad para respirar se hizo evidente. Por teléfono pidieron ayuda a un amigo quien les sugirió llevarlo a un hospital. La situación era crítica y ya no daba para recomendaciones caseras, ni consultas telefónicas.

La noche del 30 de mayo Juan ingresó a la clínica 72 del IMSS. El primer diagnóstico fue que una bacteria estaba atacando sus pulmones. "No es covid", aseguró la persona encargada de dar información a los familiares. Argumentando falta de insumos y medicamentos, les pidieron conseguir una fórmula para estabilizarlo. "Tal vez también tengan que conseguir oxigeno pero más adelante les avisamos". Estela se puso en contacto con sus familiares y conocidos y entre todos lograron conseguir la mitad del medicamento cuyo costo fue de casi seis mil pesos. El 31 de mayo por la noche Juan parecía mejorar.

El lunes 1 de junio, Estela recibió una llamada por parte de una persona del hospital: "su esposo está muy delicado aunque estable. La bacteria está atacando la sangre y será necesario que se preparen para cualquier cosa. Como sugerencia le pedimos que platique con todas las personas que tuvieron contacto con sus esposo los días recientes y comiencen un proceso de aislamiento. En caso de confirmar que la prueba de covid es positiva, ustedes tendrán que realizarse las pruebas pertinentes pero por su cuenta." La siguiente llamada que estela recibió fue después las ocho de la noche: "su esposo acaba de fallecer. Tiene que venir a la clínica para realizar los trámites correspondientes."

Estela se quedó muda por unos minutos. A su mente vinieron la fiesta de año nuevo, la comida en la mesa, los tragos, el baile, el karaoke y la promesa por un 2020 mejor. "Este va a ser nuestro año, gorda", le había dicho Juan a la tercer campanada mientras las abrazaba a ella y a su hija. Ahora estaba muerto.

Juan no tuvo la posibilidad de ser velado. Su cuerpo fue entregado dentro de una bolsa hermética y un ataúd emplayado. La funeraria que ofreció los servicios cobró una comisión extra por acelerar los trámites y lograr que el cuerpo fuera sacado de la clínica al amanecer. A su sepelio sólo acudieron sus padres, Estela y una cuñada. Apenas pudieron decirle unas oraciones antes de que la primera palada de tierra chocara contra su féretro y junto con él y un ramo de flores, quedara enterrada su promesa de año nuevo.

sábado, 16 de mayo de 2020

Escapar

"La soledad es peligrosa. Es adictiva.
Una vez que te das cuenta cuánta paz hay en ella,
no quieres lidiar con la gente."

Carl Jung 

Extrañar es una de las primeras formas de soledad. No importa con quién estés, no importa qué se diga, no importa cuánta gente te rodee. Extrañar a alguien te deja inevitablemente solo.

Comencé a sentir un desgano brutal que derivó en un sueño pesado. Supuse que era la consecuencia de más de cuarenta días de encierro, presiones laborales, familiares, económicas y del corazón. Pensé que era algo transitorio. La cuarentena cambió mis hábitos principalmente del sueño y alimenticios, así que decidí dormir un poco. Tal vez un par de horas. Me fui a la cama el domingo pasado el medio día y al abrir los ojos estaba por caer la noche del martes. Supe que algo estaba mal y era urgente atenderlo. Concluí ir a la clinica. En el trayecto reí por la ironia de estos tiempos: uno trata de cuidarse al máximo y al final por propia voluntad, decide caminar a uno de los principales epicentros de contagio con tal de estar mejor.

Entré a la clínica sin mayor protocolo que ponerme gel antibacterial en las manos. Afuera, en la banqueta, la gente comenzaba a resguardarse del frío. Unos fumaban pero la mayoría tomaba alguna bebida para aclimatarse. Nadie charlaba. El guardia de la entrada preguntó si llevaba fiebre, tos, gripa o dolor de cuerpo. Lo hizo volteando hacia la calle, jamás puso la mirada en mí. En realidad muero de sueño, bromee. ¿Dolor de cabeza?, preguntó. Sólo mucho sueño. Me puse serio. El guardia habló por el radio y minutos después apareció un enfermero ataviado con uniforme quirúrgico, gogles, cubre bocas y careta. Me tomó la temperatura con un disparo invisible y tras revisar el resultado me ofreció un cubre bocas antes de conducirme al área de urgencias. Había tres personas. Uno se veía mal. La distancia social me impidió siquiera acercarme a ofrecerle apoyo. Todo lo hacía el enfermero. Minutos después una mujer entró a la sala de espera. Sollozaba. Tomó su lugar junto a mí y de inmediato el enfermero le pidió retirárse indicándole donde se podía acomodar. Las sillas estaban marcadas para dicho efecto. Nuestros turnos llevaban intervalos de 40 minutos entre sí. Lo de la mujer era apendicitis. El señor que tenía el turno antes y yo, acordamos cederle el lugar. Volví a quedar al final. No hay problema, lo mío es sólo sueño.

El algún momento los latidos de mi corazón se aceleraron. Podía sentir la vibración en mi pecho, incluso escucharlo. Apareció un dolor de cabeza que me pidió salir de ahí y regresar a casa. En ese momento se asomó el enfermero para indicarme que pasara. Mientras me pesaba y tomaba la presión arterial, la doctora comía papitas y escuchaba una canción horrible. Cuando el enfermero indicó la presión, la doctora se levantó de su silla y de inmediato me pidió acomodarme en la camilla. Repitieron el procedimiento una, dos o tres veces más. El dolor de cabeza se hizo más intenso y la taquicardía me asustó por primera vez.

- ¿Viene acompañado?
- ¡No!
- ¿Tiene forma de comunicarse con un familiar?
- Si...
- Avise que se va a quedar internado.

*   *   *

Han pasado cinco días y me urge salir de este encierro. Llevo un día completo sin hablar con cualquier persona, un crimen para mí que siempre tengo algo que decir. Me he visto obligado a compartir el espacio con tres policías, una mujer en trabajo de parto, un aciano que deseaba morir, una jovencita intoxicada, un joven con diarrea, otro con vómito, una anciana con las venas de las piernas reventadas, un hombre con un rozón de bala, una niña con una clavícula safada y su madre. Me estoy acostumbrando a la sangre, al aroma del vómito y los orines de los otros enfermos. A lo que no me puedo acostumbrar es a la soledad. Cada cual llegó con sus preocupaciones y pocos han tenido ganas de hablar. Tal vez lo hice un rato con uno de los jóvenes pero nuestros temas fueron tan dispares que él prefirió sacar el celular para jugar. La jovencita intoxicada ocupó su estancia para hacer video llamadas en las que contó decenas de veces una versión diferente de su accidente. Una hazaña para ella. Un intento fallido de suicidio para mí. Nunca cruzamos palabra.

A estas alturas han desaparecido las taquicardias y el dolor de cabeza. La doctora dijo que pude sufrir un infarto. No me puedo ir hasta estabilizar la presión que sencillamente no cede. ¿Hay algo que le preocupe, que no lo deje estar en tranquilo? Ni siquiera pude responderle cuando ella me dio la solución: no piense, procure calamarse. Si se relaja se va. ¿Acaso no han pensado que estar encerrado provoca que mi cerebro trabaje en escenarios que tal vez estén ocurriendo allá afuera? Pienso en todo pero desde aquí no puedo hacer absolutamente nada. Hoy tuve ganas de llorar pero no lo hice. He decidido no hacerlo. No vale la pena. Comienza a subirse de nuevo la presión. Otra vez me administran ansiolíticos.

*   *  *

Sexto día de aislamiento. Por fin me dieron una camilla. Cuando apenas comenzaba a disfrutarla me tuvieron que bajar para dársela a alguien que la necesitaba más que yo. Me duele la espalda y la cabeza. Necesito salir ya.

Un día después pedí hablar con la doctora y le solicité mi alta de manera voluntaria. Aceptó a cambio de prometerle que no voy a regresar al siguiente día clamando atención. Es su responsabilidad, dijo. Es un trato, respondí. Una hora después camino rumbo a mi casa. Me siento muy triste y tengo ganas de un abrazo. Corrijo: tengo ganas de abrazarla. Hoy se cumple una semana que no sé nada de ella y en mi cabeza hay una revoltura de pensamientos. Me detengo bajo una jardinera y decido llorar.

Llegó a casa sonriente, haciendo bromas respecto a mi reaparición. Reviví, digo, y busco el cargador de mi teléfono. Lo enciendo y espero paciente mientras aprovecho para buscar algo de comer. Deseo encontrar un mensaje de ella, pero a pesar de que mi teléfono se vuelve loco recibiendo notificaciones, ninguna me hace sentir feliz. Me desintereso y aborto la misión de comer. Estoy vacío. Pido pormenores de lo ocurrido en mi ausencia y mientras escucho los detalles pienso en lo horrible que es sentirse solo, lejos de la persona con la que deseas estar. Extrañar es una forma de quedarse solo, de morirse lentamente. Decido retirarme a mi habitación y tumbarme en mi cama a tratar de no pensar. Creo que me quedaré aquí encerrado unos días, de todos modos allá fuera no existe quien pueda aliviar el vacio que siento.

*   *   *

Escribo este texto luego de cuatro dias de encierro en mi habitación. No tengo ganas de salir. Aquí me siento bien rodeado de discos y libros, de una computadora y un televisor. He comenzado a platicar por teléfono con mis amigos, con mi familia y con ella. No le he dicho a nadie pero he tomado la decidión de aislarme nuevamente, algo que era común en mí hace apenas unos meses. Hoy comprendo que esta soledad es mi naturaleza, me gusta y no la quiero cambiar. Mi presión arterial es traicionera. Leí algunos artículos médicos y dicen que eso me puede matar, pero insisto: no hay peor muerte que extrañar a quien amas y saber que yo la abandoné de mil maneras. Ella lo hizo de una sola.

El martes tengo que regresar a la clínica a hacerme la prueba del covid. ¡Maldita sea! Sólo quiero dormir.

lunes, 4 de mayo de 2020

Ironías de la cuarentena

Escucho Reactor. Desde antes de comenzar la contingencia dejé de escuchar esa estación. Extraño al Warpig. Para ser franco él era lo único que me mantenía fiel a la estación. Él Y Clauzzen. Pero desde que War salió yo abandoné la estación.

Escucho un programa donde programan a C-Kan. Acto seguido los locutores comienzan a hablar de la sana distancia, del 10 de mayo y de las visitas a los familiares. "Es extraño que ahora para demostrarle a alguien que lo amas tengas que mantenerte lejos. Si realmente amas a alguien no vayas a verlo, mantente lejos". Qué ironía.

Justo en eso pienso y me invade la tristeza. Ella no lo entendió. Primero se trataba de cuidarme yo, que hace años ya tuve un infarto pulmonar y mi organismo no está para andar averiguando si el Covid-19 existe o no. Luego se trataba de cuidar a los que me rodean diariamente. También se trataba de cuidarla a ella. De no exponer a nadie. Y sin embargo, no lo entendió.

La distancia terminó por liquidarnos.

Hoy sólo sé que mi amor es extraño, tal vez es raro e incluso feo, pero es genuino. Eso no me ayudó. Pero cuando menos por mí, sé que ella puede estar bien. Porque la amo y porque fue mi decisión mantenerme lejos. La recomendación que hacen todos es lo que a mí me liquidó. Ojalá un día lo entienda.

domingo, 3 de mayo de 2020

Día del albañil

Esta vez no hubo cohetones que me despertaran. Tampoco hubo procesiones a la iglesia. Es 3 de mayo, día de la Santa Cruz. Día del albañil, dicen. En el lugar donde vivo hay muchas obras a medias. Pero no hay fiesta. A diferencia de otros años la ausencia de albañiles nos privó de los festejos que liberan aromas, sonidos y buenas vibras. Esta vez el ambiente no se invade con el olor a menudo, a carne asada, a cebollitas y nopaes asados. Lo peor es que ni siquiera hay tianguis. Por vez primera en muchos años el que se pone los domingos apenas tiene unos cuantos puestos. Sólo los que ofertan frutas, verduras, pollo, carne y pescado. Pero no son todos. Por ahí hay dos puestos, uno donde se ofrece huevo a precio que resulta atracitivo y otro donde hay abarrotes. Todo lo robado, se atreve a decir una señora mientras las personas la observan. En estos momentos no creo que haya muchas personas que se atrevan a reflexionar de la procendencia de los productos de la canasta básica cuando los precios se han elevado notablemente. Llegamos al puesto de chicharrón y encontramos una fila de más de 30 personas. La señora comienza a contar a las personas y dice que no alcanzará para todos, que ya no tiene salsas y que la comida preparada se terminó hace un par de horas. Resistimos estoicos bajo el sol a que nos toque pasar. Compramos lo habitual y pagamos cuarenta pesos más. Sabemos que la señora se está hinchando los bolsillos. Nadie reclama. Extraño el barril de tepache y el puesto de tacos de moronga. Salimos avantes de la misión de comprar algo de comida.

Para ser 3 de mayo todo está muy triste. No se escuchan los tradicionales festejos, ni nada que indique que es un día de fiesta. Al pasar frente a la tienda un hombre le grita a otro que espera en una motocicleta que las caguamas están e 65 pesos. El otro hombre saca un par de billetes y completa el faltante. ¡Vaya día del albañil! Sin carne asada, sin chicharrón, sin longaniza y sin cervezas. Este día es una total ironía.

sábado, 2 de mayo de 2020

Estoy hasta la madre

El Nivel era la cantina por tradición. Cuenta la leyenda que tenía la licencia número 0001 para vender bebidas embriagantes en la ciudad. La conocí cuando Conaculta patrocinaba a un grupo de perdedores desconocidos que jugabamos a ser escritores. Ahora que lo pienso, ninguno éramos (ni somos aún) compadres de algún funcionario del Consejo y aún así mantuvimos la beca un par de años. También pienso que varios de los asiduos a beber Montejos y comer papitas rancias, ya publicaron más de una vez en las grandes ligas mientras yo sigo tecleando textos para antologías de ocasión. El lugar se llamaba El Nivel porque a unos metros se encuentra un monolito que -dicen- medía el nivel del agua de lluvia acumuluda en los tiempos en que la ciudad se anegaba a la primer llovizna. Está a un lado de Catedral por si gustan husmear.

Expulsados, caímos en El Salón Corona. El original. Famoso por sus chiles y zanahorías en vinagre y por las tortas de pierna. El problema es que ese lugar se encuentra atestado de personas que creen que escriben y muy pronto, ante la incomodidad que eso provoca, decidimos huir a La Mascota cuya botana es rica y abundante. El problema de La Mascota es que siempre llegan remedos de los Beatles con sus mismas canciones, sus mismos chistes de banqueta y eso termina por fastidiar. Entonces nos mudamos al Dos Naciones. Ahí, después de un tiempo y varias billeteras en ruina, nos ganamos el derecho a pedir privacidad en el segundo piso, donde la rocola era nuestra. La botana era casi excelsa aunque en raciones mínimas. También, poco a poco, fuimos ganando nuestro derecho a recibir un poco más de comida gracias a las propinas. Desafortunadamente el sitio cerró y con ello las ganas de seguir buscando piqueras en el centro de la ciudad.

Yo me desafané y me vine a mis rumbos. El Forastero me recibió con los brazos abiertos mientras que los parroquianos, nomás de verme la jeta, me hicieron acreedor a un par de madrizas sin que me atreviera a preguntar por qué. En el baño conocí a la Thalis quien me reclamó que la salpicara mientras ella se afanaba en el miembro de un judicial que estaba hasta la madre de perico. Me disculpé y antes de salir le ofrecí un trago en desagravio. La Thalis llegó minutos después y pidió un Alfonso XIII que me cobraron al doble por ser para ella. No reclamé.
Mis siguientes visitas al Forastero fueron más cordiales. Para evitar peleas me centré en un ritual: saludar a Konan (el de la puerta), subir la escalera y de inmediato apearme en la barra sin dirigirle la mirada a ninguno de los parroquinaos mientras pedía mi cerveza oscura de rigor antes de atreverme a preguntar por la Thalis quien ya sabía que de menos se iba a tomar dos Alfonso XIII a mi salud mientras me platica de sus fracasos amorosos, sus nuevas conquistas y las ganas de encontrar a alguien que la quisiera bonito mientras me acaricia la barba.

Un día me enteré que ella es la dueña del tugurio. ¡Qué cabrona! Entonces entendí por qué los cacahuates eran menos rancios y la "patita" más abundante. Dejé de pagar los Alfonso XIII y a consumir más cervezas. Comenzaba a sentirme de nuevo parte de una cantina cuando llegó la pandemia. El Forastero fue de los primeros lugares en cerrar por estar cerca del Palacio Municipal. Ni siquiera hice el intento por buscar otro tugurio y me vine a refugiar a mi casa donde abastecí la hielera y compré bolsas enormes de palomitas, cacahuates y chicharrones. También adapté el teléfono a la bocina y a menudo pongo canciones de Jose Alfredo que inevitablemente me hacen llorar. Me hacen falta los camaradas, su charla, sus impertinencias. Me hacen falta de vez en cuando unos labios amargos dispuestos a mentir a veces con besos, otras con palabras.

Hoy se cumplen cuarenta días de encierro. Ni las tiendas ni los oxxos tienen cerveza y yo agoté las reservas. Ya estoy hasta la made de cenar frijoles con huevo y café y de ver por enésima vez los capítulos de la última temporada de Dr. House.

*Texto para el programa de radio por internet de Melchor López que se transmitirá hoy 2 de mayo y cuya temática son Las Cantinas.

viernes, 1 de mayo de 2020

Play list

Ahora que no cree en mis palabras estoy haciendo una lista de canciones para ella. 

Me sé muchas y aún son más las que me recuerdan lo que representa en mi vida.

Creo que tengo que escribirlas en papel.

jueves, 30 de abril de 2020

Día del niño... y de la niña también.

Es día del niño y la niña. Y aunque hace varias décadas dejé de serlo, me gusta mucho el 30 de abril porque me ofrece la oportunidad de recordar cuando no me preocupaba nada.

Hoy no sólo me preocupa todo sino que hasta tengo que tomar decisiones que hacen sentir mal a otras personas. Los dilemas existenciales pesan y más cuando alguien no se siente valorado por ello. Es terrible. Quisiera regresar a esos días donde poco importaba lo que dijera, lo que opinaba. Era un niño. Hoy una palabra, cualquiera que sea tiene un efecto.

Pero esta tarde no me preocuparé y únicamente comeré nuggets, papas fritas y hot dogs. Seguro mi niño interno lo agradecerá aunque el adulto enfermo que soy me lo recriminará más noche.

martes, 28 de abril de 2020

Otro calvario bancario

Por una razón que he comentado en decenas de ocasiones mi relación con los bancos es mala. Si por mi fuera no me acercaría a uno ni por asomo pero me tocó vivir en esta era donde las instituciones bancarias se han vuelto indispensables en nombre de la seguridad. Y es precisamente por la seguridad que ahorita estoy frente a un cajero tecleando mi NIP una y otra vez. No entiendo qué pasa si apenas la semana anterior vine a retirar un poco de dinero y no tuve falla. De pronto pienso que se trata de algún problema con el sistema del banco pero no, en los otros cajeros las personas hacían operaciones con normalidad. Me doy por vencido, no hay modo.

El banco está cerrado y a decir de la hojita pegada en la entrada, no hay fecha para su reapertura. Pienso en una sucursal más grande que hay a un par de kilómetros. Camino. El sol quema. Cuando me acerco a la sucursal veo una fila enorme de más de cien personas. La hilera se hace más grande gracias a la sana distancia. Pregunto si es la fila para pasar a ventanillas. "Pero únicamente para hacer pagos y depósitos. Si quieres retirar, hay que pasar al cajero y la fila está del otro lado". Ni siquiera lo intento.

Necesito dinero como todos los que están en la fila pero algo nos lo impide. Por un lado un maldito virus y por otro la modernidad. Quiero mi dinero a la antigua: en un sobre y para guardarlo debajo del colchón.

lunes, 27 de abril de 2020

¿Dónde estás?

Por primera vez desde que nos conocimos, no me envió un mensaje, no me habló, no dio señales de vida.

Creo que el ocaso está cerca.

Fin del comunicado.

domingo, 26 de abril de 2020

Extrañar, estar lejos

Hoy fue un día raro, triste.

Sé que la extraño, que la quiero.
Sé que el amor no siempre es suficiente.
Sé que mi amor es genuino.

Sé todo eso pero también me sé ausente, lejos.


sábado, 25 de abril de 2020

Censura feisbuquera. Parte 1784

Bloquearon mi cuenta de facebook... ¡otra vez!

No hay un aviso de advertencia ni un comunicado por haber subido contenido no permitido. A mí suelen bloquearme por compartir cosas que en otras cuentas son normales. Incluso he visto videos de gente fornicando o señoritas mostrando los pezones y no pasa nada. A mí me bloquean por subir memes que circulan por doquier. Sin embargo, esta vez no pasó nada de eso. Me encontraba alejado de esa red social y apenas entraba para enterarme de los chismes de mis amigos. Eso me hace pensar nuevamente en cometer suicidio social y cerrar mi cuenta definitivamente.

Sé que les vale madres pero se los quería contar.

viernes, 24 de abril de 2020

Chetes

Estoy escuchando a Chetes. Me gustan 16 de febrero, Querer y Completamente. Antes me cagaba, lo reconozco y me cagaba porque le gustaba a una chamaquita cursi con la que me besuqueé por un tiempo. Sin embargo me gustaba Vaquero, una banda a la que le dedicó poco tiempo y fue posterior a Zurdok, banda que sí seguí con cierta afición en aquellos años de la Avanzada Regia. 

Nunca le había puesto atención a sus letras. Es más, en el pasado Vive Latino vi todo su concierto y no recuerdo nada. Pero una charla con un amigo me llevó a revalorarlo y a descubrir que sus canciones son ponedoras y abren heridas que son difíciles de cerrar.

Un día se me ocurrió publicar 16 de febrero en Facebook y descubrí que a varios amigos les gusta esa canción que interpreta con Emanuel del Real, de Café Tacvba. Después de varias conversaciones con gente que reconoció su gusto por las canciones de este regiomontano, el clavo lo puso Aldo Liberata, bajista de la banda de metal mexicano Cabrón: Chetes es un genio.

Si lo dijeron Aldo y el poeta Jose Luis Gutiérrez Rocha, ¿quién soy para contradecirlos?

jueves, 23 de abril de 2020

Percance automovilístico

Hoy choqué. Fue un percance idiota como lo son la mayoría de los percances automovilísticos. Un par de sujetos a los que la propiedad ajena y la integridad de sus semejantes les vale madres, decidieron que era una buena idea estamparse contra un automóvil que pedí prestado para ir a apoyar en otra emergencia automovilística.

Suelo tener mala suerte cuando no planeo las cosas o cuando no las hago como se me indican. No seguí las instrucciones y opté por un plan B de emergencia: manejar. Así que nunca consideré que dos idiotas vendrían a estamparse y desmadrar el carro que manejaba. Contrario a todos los manuales estos imbéciles decidieron sencillamente optar por negarse a pagar y tratar de encontrar un descuido de mi parte para escapar. No ocurrió. Era mi vida o la de ellos.

Al final únicamente perdí cuatro horas de mi vida, hice un coraje, me lleve dos sustos, soborné a un ajustador, le di para el refresco a dos policías y a un gruyero y creo que perderé más de cuatro mil pesos por mi aventura. Lo peor es que ni siquiera llegué a mi destino.

Hay días que no debí despertar y seguir con los ojos cerrados todo el día.

miércoles, 22 de abril de 2020

The last dance

Estoy viendo The last dance, el documental de los Chicago Bulls. Pienso en los años en que jugaba basquetbol. Jugar es un decir. No recuerdo haber entrado algún día a la duela (de concreto) porque para ser franco, mis compañeros eran unas bestias en ese deporte. Pienso en el Jordan, Pipen y Rodman de mi preparatoria. Pienso en el Horace Grant, el Paxon y en todos los demás. Pienso en mí a los 16 años sentado en la maldita banca mientras los otros se deshacían jugando como aquellas estrellas de la NBA.

Ahora que lo pienso hace mucho tiempo que no juego basquetbol. No sé si sea buena idea intentarlo ahora que las canchas están vacías. Busco unos tenis adecuados y luego revuelvo un montón de trebejos para encontrar un balón. Está desinflado. Sé que tengo una bomba de aire misma que encuentro media deshecha. Funciona. Lo que no tengo es una válvula para inflarla.

Como en los viejos tiempos camino hasta la vulcanizadora y le pido al muchacho que infle mi balón pero pide la válvula porque él no tiene. Voy a la tlapalería y está cerrada. Camino a otra tlapalería pequeña y una señora me hace saber que tiene más de un año que cerraron y ahora se dedican a cortarle el pelo y las uñas a los perritos de la colonia. ¡Maldita sea!

Regreso a casa derrotado, de la misma forma en que solía hacerlo cuando veía a mis compañeros ganar juegos al por mayor pero no ser parte de esos triunfos pues yo nunca jugaba. No recuerdo el día de mi retiro del basquet, sólo sé que un día dejé de jugar. Regreso a mi sillón y vuelvo a ver los dos primeros capítulos. Tal vez la semana siguiente cuando salgan el episodio de Denis Rodman, vuelva a encontrar motivación si no para jugar sí para hacer algún desfiguro.

martes, 21 de abril de 2020

Textos ligeros

Comencé la relectura de One hit wonder, el libro de relatos de Joselo Rangel. He entrado en una etapa en la que deseo leer cosas ligeras, que me diviertan. Nada de noticias. Los cuentos de Joselo tienen ese efecto sobre mí. El hombre es inteligente y sabe sacar provecho de sus vivencias en el mundillo del rock. Pero lo descubrí tarde. Un día supe que escribía en el periódico Excelsior y comencé a leer su columna cada viernes. Creo que lo hice durante dos años hasta que un día me di cuenta que no publicó más. Ya va para un año de ausencia y la verdad lo extraño. Desde entonces también he dejado de leer el Excelsior. ¿Ya mencioné que no deseo leer noticias? Las noticias me estresan, me ponen de malas, me dan paranoía.

Hoy me tocó ir a las tortillas. Mi comunidad es un pueblo donde te enteras de mil cosas en diez minutos. Bastaron siete personas en la fila, siempre mantienedo su sana distancia, para enterarme de tres robos, un asesinato, tres madrizas intra familiares y un maltrato animal.

Necesito leer algo ligero. Extraño a Joselo en el Excelsior.

lunes, 20 de abril de 2020

La Niña Doctora

Mi sobrina es doctora y es uno de los orgullos de la familia. Hoy es su cumpleaños. A diferencia de otros, esta vez no habrá festejos, no le compraremos pastel (que normalmente comemos sin ella y sólo le hacemos llegar en fotografía), no habrá obsequios y mucho menos abrazos. Ella está dedicada a otra cosa, a algo más urgente por ahora:  procurar las vidas de otras personas.

Le he dicho que hay personas que no creen que el Covid-19 exista. "Pues que se vengan a ayudarnos a atender a los enfermos porque ahorita lo que se necesitan son manos y gente que no tenga miedo." Ella está en la primera línea. Sí tiene miedo. Nos pide que nos cuidemos pero sobre todo, nos pide no acercarnos a ella cuando está en casa. Sus rituales son raros y nos dan risa pero los respetamos y malamente no nos acercamos.

"Hay muchas cosas exageradas. No todo es tan malo como lo presentan en las noticias ni tan bueno como lo presenta el gobierno. Si nos dan insumos chafas y a veces tenemos que comprar los nuestros. Es que no alcanza para todos. Otros días tenemos cosas que en otros hospitales hacen falta. La solución real hubiera sido que las personas hicieran caso desde un principio, que se cuidaran y se quedaran en casa, pero la gente anda en la calle como si nada, como si fueran vacaciones. Aquí están las consecuencias y se va a poner peor porque a estas alturas hay gente que sigue sin creer."

Me quedo con su primera reflexión: si no creen que el Covid exista, vayan a los hospitales a ayudar.

Por lo pronto, ¡feliz cumpleaños, Niña Doctora. Eres uno de los tantos orgullos de la familia!

domingo, 19 de abril de 2020

Mal agüero

Desde que tengo memoria, los domingos son de tianguis. El de mi comunidad, por cierto, ha ido mutando drásticamente con el paso de los años. El puesto de la Morena pasó a propiedad de los hijos del verdulero; la señorita de los raspados ahora vende calcetas; el puesto del pescado ahora trae casi todo empaquetado. El de las vísceras se pone cuando quiere.

Abundan los puestos de micheladas. Hay uno cada seis lugares. Todos ofrecen lo mismo y básicamente la diferencia está en la cara de quien atiende. A mí me gusta ir con la Güerita, una muchacha nalgoncita que conozco desde mi terna juventud y cuyo carácter es de la chingada, pero ir a verla despachar su negocio no tiene precio. 

Los tacos de cecina han provocado que desaparecieran siete u ocho puestos: el de los hilos y el de la ropa de bebé. Este último fue una pena pues ahí me hubiera gustado comprarle una chambrita a mi próximo hijo. Nunca compré hilos pero me gustaba pasar y ver a la mamá de Sandra, una compañerita de la primaria que siempre me cayó bien. Sobreviven el puesto de los dulces a granel, los dos puestos de chicharrón, los tacos de moronga y el enorme puesto de las flautas. También sobrevive el barril de tepache junto al chicharrón aunque ahora abundan los puestos de agua de coco. 

A veces me gusta recorrer el tianguis sólo para pensar en aquello que ya no existe y lo que ahora resulta novedoso. Recuerdo con nostalgia los puestos donde solía comprar mis luchadores de plástico o las máscaras y capas de luchador, las bolsas de soldaditos o algún jueguito hecho de madera. Hoy todos esos lugares son ocupados por otros giros.

Esta semana abundan los puestos de cubre bocas. Conté más de trece. Son los que más venta tienen y para ser honesto, me molesta su presencia. Son como de mal agüero.

sábado, 18 de abril de 2020

Cordero de Dios

No hay virus que pueda con los puestos de barbacoa. Es un hecho.

A estas alturas las medidas por la cuarentena se han endurecido. La mayoría de los negocios están cerrados más por necesidad que por obedecer a las restricciones que han comenzado a imponer las autoridades municipales. Muchos abren sólo unas horas y otros tienen un horario menor al habitual cerrando antes de las cinco de la tarde. Sólo la tortillería, una carnicería y dos tiendas de abarrotes se mantienen estoicas en sus horarios habituales. En días pasados un rumor nos hizo saber que los pequeños negocios de comida, muchos de ellos milenarios, dejarían de instalarse en sus esquinas habituales por decreto gubernamental. Y sí, esta mañana, varios puestos de tamales, de quesadillas, de gorditas, de pambazos no fueron instalados, pero los barbacoyeros están en su lugar.

Nomás por curiosidad recorro cinco colonias en el carro. Faltan puestos de papitas, de churros, de tamales. Faltan, incluso, puestos de pan. No se pusieron dos o tres puestos de carnitas. Pero no falta ninguno de barbacoa. Ellos se mantienen al pie del cañón, haciendo gala de estoicismo y rebeldía a cualquier decreto. Y la mayoría están llenos. ¿Cuál sana distancia?, me pregunto mientras veo a familias completas compartir la carne, el consomé y las tortillas hechas a mano.

Mis respetos para los barbacoyeros pues ya lo dice el padrecito en cada misa: cordero de Dios que quitas los pecados del mundo. Ten piedad y misericordia de nosotros.

viernes, 17 de abril de 2020

Pan de chinos

El pan de los chinos ya no es de chinos. Nunca entendí la diferencia entre el pan oriental de origen mexicano y el pan normal que se vende en la panadería, en la canasta de mimbre o la camioneta con el altavoz tocando una canción interpretada por Tin Tán. Sé que un tiempo gozó de mi predilección y me gustaba comerlo caliente, recién salido del horno, a veces acompañado de una taza de chocolate caliente, otras con una malteada helada, pocas veces con café.

Doña Rita tiene una panadería. La gente la conoce como "el pan chino" aunque la dueña, desde hace varios años, borró de la fachada cualquier rastro oriental. Lo único cierto es que su pan es el más caro de la colonia. Un día pagué casi cien pesos por siete piezas. Tres veces pregunté la cuenta tratando de corroborar que no se hubiera equivocado, pero doña Rita desglosó el costo de cada pieza y resultó que incluso me estaba cobrando un peso menos. Desde entonces decidí no comprar pan ahí salvo el panqué de nuez. La rebanada cuesta veinte pesos pero el panqué completo cuesta ciento cincuenta y salen diez rebanadas.

Hoy decidí comprar una pieza completa. No me dolió el codo. Lo vale. Doña Rita no se tienta el corazón para echarle nuez por dentro y por fuera. Pago. "Faltan cincuenta pesos", dice la chica que le ayuda. ¿Ya cuesta dos cientos?, pregunto incrédulo. La mujer asiente y extiende la mano esperando el resto del dinero.

Me está perdiendo, doña Rita. Me está perdiendo. Por vez primera extraño el pan de chinos que había antes en ese lugar. Y si, al final sí me dolió el codo.

jueves, 16 de abril de 2020

Recuerdos

He comenzado a extrañar mis rutinas, a las personas, el tránsito, el caos citadino.
He comenzado a extrañar hablar con otras personas.
He comenzado a extrañar y no me gusta.


Para eso tengo los recuerdos pero me siguen faltando las presencias.

miércoles, 15 de abril de 2020

Paradojas de la cuarentena

Hace ya un tiempo dejé ser el héroe de mi hijo. Lo supe aquella tarde que al revisar su tarea encontré un texto que decía: "Antes mi héroe era mi papá pero ahora admiro al Gordo, el dueño de la tortillería porque a diferencia de mi padre, él sigue escuchando heavy metal todo el día. Mi papá ahora se emociona con el 90's Pop Tour y el unplugged de Miguel Bosé."

Hace rato salí a las tortillas. El gordo está escuchando a Elefante y canta todas las canciones.

- Andas muy suavecito, ¿no?
- Hay que variarle. Me gusta. Y cómo dicen: hay que escuchar de todo, ¿no? ¿Tú no escuchas de esta música?
- Mano, yo ahorita estoy clavado con Chetes. 16 de febrero, Querer...

El gordo suelta la carcajada.

- Mi hijo te admiraba que porque eres metalero en serio.

Es una lástima que mi hijo esté siguiendo al pie de la letra el #QuédateEnCasa

martes, 14 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Rutinas

"El gobierno está haciendo todo con las patas. Pero eso se sacan por elegir a un pelmazo como presidente. ¡Y los que nos falta! ¡Qué horror! "

Nora me responde la video llamada acomodada en el despacho de su casa. Está molesta, lo sé por el tono de su voz al emitir sus comentarios. Trato de hacerle ver que el asunto del Covid-19 es un asunto mundial pero ella no cede. Sus argumentos están fundamentados en los tendencias que surgen en Twitter contra el presidente López Obrador. Le hago ver eso y su respuesta es que todo está fundamentado por expertos. "Después te mando una serie de documentos que me han compartido personas que saben de esto."

En la pantalla puedo ver a las hijas de Nora. "Están armando un rompecabezas. Hemos aprovechado el tiempo para estar en familia haciendo diversas actividades. Desde que nos confinaron a este encierro lo decidimos así."

- ¿Cómo es tu rutina diaria?

- En mi caso, por el trabajo, establecí tiempos estrictos: me levanto a las seis de la mañana, hago un poco de bicicleta, me baño y desayuno. A las 8 comienzo a preparar las clases para mis alumnos de la universidad. Tengo algo adelantado como para tres o cuatro días pero voy preparando lecturas, actividades y videos que me ayudan las chicas a grabar. A las doce del día me levanto a organizar las cosas de esta casa, la comida principalmente. Lety ya sabe como funciona esta casa y yo sólo verifico que todo vaya bien. A la una como porque de dos a siete estoy atendiendo a mis grupos. A las siete y media nos sentamos todos a la mesa a cenar y a platicar un poco antes de irnos a ver una serie. Ahorita estamos viendo La Casa de Papel. A las diez cada quien dispone de su tiempo. Yo me voy a leer o a meditar. A veces escucho música pero es muy raro porque eso lo hago mientras preparo mis clases.

- ¿Y tus hijas?

- Ellas están un poco más relajadas. Las que van a la escuela, se levantan a las seis y media y a las siete o siete y media ya están en clases. Como son aplicaditas a veces sólo suben sus trabajos antes de tiempo. A la una se sientan a comer conmigo y después de las dos adelantan trabajos, leen, escuchan música. Entre las cinco y las seis y media hacen ejercicio. Luego cenamos, vemos una serie y después de ese rato charlan con sus amigas o preparan algún pendiente.

- ¿Y las que trabajan? ¿Están saliendo?

- Afortunadamente tienen trabajos en los que pueden hacer home office. Casi siguen la misma rutina aunque tienen la libertad de levantarse a apoyar a los otros. Ellas comen en otros horarios y normalmente el momento de reunión es la cena. En tres semanas sólo han salidos una o dos veces. Si es necesaria una firma o algo que se tenga que entregar en físico pero hay modo que un mensajero del despacho pueda entregar, le piden que venga a recogerlo.

- ¿Y para la comida, el súper, los pagos, cómo se organizan?

- Casi todo lo podemos hacer en línea. Bendita tecnología. Pagos en línea, compras en línea. Sólo si se nos llega a pasar algo le pedimos a Lety que ella salga a comprarlo. Le pedimos un Uber y que se proteja, que lleve gel, que use unos zapatos para salir y otros para andar en la casa. Pero no necesitamos decirle mucho, ella es como de la familia y sabe como funcionamos en esta casa.

Nora aprovecha mi pausa para despotricar nuevamente contra las medidas que han tomado las autoridades. Se centra en la falta de visión por parte de presidente y sus secretarios. Le preocupan el futuro de la economía pero sobre todo que pasará un tiempo antes que puedan salir de vacaciones. "Este año íbamos a pasar semana santa en Nueva York, justamente. No creemos que podamos hacerlo en vacaciones de verano ni para fin de año. Me aterra un poco el futuro."

Es domingo y Nora puede disfrutar de su familia. Puedo ver que sus hijas abandonan el rompecabezas y tras saludarme haciendo gestos a la pantalla, desaparecen. "Estas niñas, son un torbellino. Ya se van a ver alguna película. Pagan tres plataformas así que no hay tiempo para aburrirse. Hay que aprovecharlas al máximo, ¿no crees?"

Tras este comentario, Nora quiere saber cómo la estoy pasando y qué hago en estos días. Cuando le hago saber que he tenido que salir casi diario pega un grito de terror. Me pide que me cuide mucho y que tome las medidas necesarias. Le hago saber que también estoy escribiendo una bitácora diaria y que me gustaría escribir su relato acerca de la cuarentena. Me autoriza con la condición que le envié primero el texto para leerlo.

Lo que usted, amable lector, ha leído, es la versión autorizada por Nora quien gustosa me dice: Sí, soy fifí.

lunes, 13 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Vacaciones del terror.

"Normalmente nos hospedamos en un hotelito cerca de la Costera. Cuando llegamos ni siquiera estaba abierto. Lo bueno es que hay variedad y nunca falta quien tire paro." El gordo es camarada. En su época desmadrosa fue secre de varias bandas de rock. Luego conoció a su chava, se hicieron novios y tuvieron una hija. Ahora tiene un pequeño negocio que atiende sin descanso los siete días de la semana.

"Por mi chamba mis únicas vacaciones son en semana santa. Es tradición y no las perdonamos. Nos gusta Acapulco y siempre le caemos allá, nos vamos puebleando y deteniendo en los lugares que nos gustan. Esta vez nos fuimos tendidos hasta Acapulco porque casi todo está cerrado. Total, nuestro hotel de siempre estaba cerrado. No le padecimos mucho pero encontramos uno pero nos advirtieron que no ibamos a encontrar nada. El jueves en la tarde nos tiramos a descansar y a ver televisión hasta pasada la media noche. El viernes decidimos salir a ver qué encontrabamos. De la playa de plano nos retacharon. Fuimos a un mercadito a comer y sólo encontramos quecas. Ve lo curioso, mai: ir de por acá a comer lo que comes diario."

El gordo atiende a sus primeros clientes del día. Es hábil en lo que hace y suele ser gentil con las personas, por eso se ha hecho de clientes que le han ayudado a mantener el negocio durante tres años. Una clienta le pregunta cómo le fue en sus vacaciones. Le comienza a contar la misma historia que a mí y cuando llega a la parte del mercado busca llamar nuevamente mi atención:

"Es lo que te estaba contando, carnal. Llegamos a comer gorditas y pambazos. Pinche comida que me jambo aquí diario. Pero neta, no fue fácil encontrar donde comer. Total que íbamos de regreso al hotel y una calle antes de llegar que nos intercepta el ejército. Regresense a su casa, que en hacen en la calle. Y que se van dando cuenta que las placas del carro son de acá y que se baja un cabrón bien mamón. A ver qué chingados andan haciendo acá. ¿A dónde van? Se pusieron bien mamones y para no hacerte el cuento largo que nos escoltan hasta el hotel, nos acompañaron a empacar y a pagar la cuenta y nos escoltaron de regreso. Llegamos a un retén y ahi había más turistas, chilangos casi todos, que le quisieron jugar al vivo. Pues nos escoltaron hasta pasar la caseta."

El Gordo se carcajea de su aventura. "Neta que creímos que nos iban a exterminar. Ya ves que por allá no quieren a los chilangos. Quieren nuestro dinero pero a nosotos no. Pero la neta sí sentimos terror."

La clienta se asombra con la historia. Desea conocer más detalles pero la fila se hizo larga. Me despido del Gordo sabiendo que en la medida en que trancurra el día, le sumará elementos fantásticos a su historia. Lo único cierto es que esta vez Acapulco no lo recibió con los brazos abiertos.

viernes, 10 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Chambitas emergentes

Cubre bocas para automóvil $100. El anuncio provocó nuestra risa y lo único que se me ocurrió fue detener el automóvil y echarme un metro en reversa para leer bien. Un hombre se levantó de inmediato: "cubre bocas para tu carro, papi", dijo con aire picarón. De inmediato sacó varias bolsas y nos mostró los productos. Eran cubre bocas gigantes. Nos comentó que se le ocurrió porque vio que varios microbúses traían esa ocurrencia. "Los primeros días vendí chido, de diez a quince. Ahorita ya bajó, primero porque ya no es novedad y segundo porque la gente no quiere gastar en mamadas. Pero con unos tres que venda al día, ya la hice."

*   *   *

El taller donde trabaja Gera cerró por tiempo indefinido. "Sí teníamos chamba pero el dueño dijo que iba a cerrar. A mí siempre me ha gustado dibujar paisajes y se me ocurrió vender mis cuadros." Sobre una lona, en el piso, reposan al menos diez cuadros con paisajes parecidos a los que pintaba Bob Ross. Todos siguen el mismo patrón. "Llevate uno, los doy a $80 pero si te lo llevas dame $50", me dice con cierto aire de resignación. El dueño del taller les dijo que cerraría dos semanas pero sólo les podría pagar una. "Necesito sacar lo de la otra semana", acota. Una mujer se acerca a ver los cuadros. Gera suelta la oferta y la mujer se lleva dos. Son los primeros cuadros que vende en cuatro días, me confiesa.

*   *   *

"Apenas había entrado a dar clases de música a un colegio privado. Llevaba casi un año sin chamba aunque a veces salía a tocar con un conjunto versatil los fines de semana pero se nos cayeron todos los eventos. En el colegio ni me pagaron la quincena. Me dijeron que regresando veíamos lo de mi contrato." Mario termina su descanso y continúa recorriendo los locales tocando un saxofón. Al hombro lleva una guitarra. Intercala ambos instrumentos dependiendo su ánimo. "Nunca había tocado en la calle pero hay que buscar el chivo y ni modo. No me va mal pero en otras circunstancia podría ser mejor." Doña Ramona, la señora de la tienda le pide las mañanitas para su nuera que está cumpliendo años. Mario toca las mañanitas con la guitarra y luego algunos boleros a menara de serenata. Doña Ramona le coopera con $50. Efectivamente, en otras circunstancias le iría mejor, pienso.

*   *   *

"¿Le pinto el número de la casa?", pregunta un joven corpulento que sostiene una latita con pintura. "Es de cooperación voluntaria." La señora de la casa asiente con la cabeza mientras desde el interior se escucha la voz de su marido: "si yo lo que quiero es que no se vea el número para que los aboneros no me encuentren." Carcajadas. El joven se esmera en lo que hace. Cinco minutos después se para frente al zaguán y recibe los quince pesitos que en estos momentos son una bendición. Tres casas. Cinco casas. Diez casas después vuelve a trabajar. Le ofrecen $10. Al final de la calle tapa sus latas y se sienta en la banqueta a contar su dinero. Minutos después se mete en la tienda y sale con una coca grande y un pan bimbo.

*   *   *

"Servilletas pa' las tortillas. Quédese con una. Mírelas, están bien bonitas." La mujer saca tres trozos de tela tejidos por las orillas. Las ofrece en $20 cada una. La veo a la distancia recorrer las cuarenta y dos casas de la calle. Tal vez en una le compraron pero no estoy seguro. Minutos después veo pasar a la mujer. Corre. Otra señora la saluda y de inmediato, la de las servilletas, le dice que consiguió trabajo en una casa. Quieren que limpie y les dije que de una vez pero que nomás me dejaran avisarle a mi hija para que no esté preocupada. La mujer se ve feliz. Hay días así, que de tan simples resultan felices.

jueves, 9 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Seguimos trabajando

"Venimos desde Toluca. Nos traen por parte del gobernador para entregar despensas", me dice la mujer mientras se acomoda el cubre bocas el cuello. Me ofrece un sandwich pero lo rechazo con un agradecimiento. Son las nueve de la mañana y en la fila hay alrededor de cien mujeres que esperan ansiosas su turno para recoger la ayuda que envían desde el gobierno del Estado de México. "No es gran cosa pero es una ayudita ahorita que todo está muy caro", dice una ancianita a la que he visto toser por varios minutos. Las mujeres más jóvenes bromean: "señora, váyase a su casa, nos está llenando de coronavirus a todas". La mujer se sonroja y se excusa diciendo que siente el polvo en la garganta. Lo cierto es que nadie tendría que estar en este sitio, ni la anciana, ni las jóvenes, ni las mujeres que vienen por parte del gobernador. Se supone que estamos en cuarentena pero es obvio que eso a los políticos no les importa. En estos momentos de crisis es donde hay que hacerse notar, auto promover la imagen en actos discrecionales de campaña. Si el gobernador leyera esto negaría mi dicho. No son tiempos, acotaría tajantemente. Pero ellos mejor que nadie, saben que éstos son los mejores tiempos de campaña sobre todo cuando durante más de un año no había dado señales en su trabajo, salvo a principios de este 2020 cuando autorizó el alza de la tarifa al transporte público, golpeándo con ello la economía de los mexiquenses.

- ¿Tienen algún protocolo para cuidarse mientras hacen su trabajo? -pregunto-.
- Pues la sana distancia. Esa es la única recomendación que nos hicieron. Que las señoras mantengan metro y medio de distancia entre ellas mientras estén en la fila. Pero nosotras forsozamente tenemos que tener contacto cercano con ellas.
- ¿Y les dieron algo para protegerse?
- Sólo los cubrebocas y gel antibacterial.
La mujer me muestra el cubre bocas y el frasquito de gel. Aunque las recomendación de la sana distancia es periódica, las mujeres a veces la olvidan. No es fácil estar en una fila en silencio y para que la charla sepa, hay que acercarse. "Ni modo que nos estemos gritando", dice una mujer que no ha dejado de hablar desde que me percaté de la entrega de ayudas. Ella es jocosa, risueña. La clásica señora que lleva el argüende por dentro.
- ¿La ayuda es para toda la población?
- No, únicamente para las mujeres que están en las listas. Ya sabe, las que están registradas en los programas que impulsa el gobernador.

La mujer me confieza que eso también fue un relajo pues durante varios días estuvieron trabajando en la documentación de las personas. "Comenzó la cuarentena y ya no pudimos terminar el trabajo en campo así que nos pidieron que nosotros llenaramos los documentos, ¿me entiende? Estuvimos así varios días, trabajando a marchas forzadas porque el gobernador estaba interesado en que se entregara la ayuda lo más pronto posible. Muchas ya estamos cansadas pero es el trabajo. Se cumplió con esa parte de la chamba pero ahora tenemos que entregar los apoyos directamente. Hoy estamos aquí. Ayer a mí me tocó ir a Coacalco, mañana voy a San Pedro. Pero así estamos, es nuestro trabajo."

El trámite no es engorroso pero el tiempo en la fila sí es suficiente para fastidiarse. "Hacemos el trabajo lo más rápido posible. No crea, lo hacemos también por nosotras, queremos terminar rápido. El gobernador como quiera está en su oficina y no se expone pero nosotras somos las que estamos aquí al pie del cañón, lidiando con las personas. Hemos tenido contacto con señoras enfermas que no respetan las recomendaciones que se les hacen. Vienen enfermas, unas con fiebre, con tos. Nos tosen o nos estornudan en la cara. Eso obviamente no lo padece el gobernador. Si nos da coronavirus no sabemos que vamos a hacer. Eso es lo único malo de trabajar para el gobierno: los politicos no se exponen, ellos se cuidan pero exponen a sus trabajadores."

La mujer termina de desayunar. Le da un trago largo a su jugo y apura el resto de la botella y así, sin ella misma seguir las recomendaciones más básicas de higiéne, toma el cubre bocas con los dedos y se lo acomoda de tal forma que se vea bien. Saca el teléfono y con el aparato como espejito, se observa varias veces hasta quedar conforme. "Mucho gusto, eh. Vamos a seguir trabajando", me dice con aire bonachón antes de regresar a donde sus compañeras tratan de hacer la entrega de despensas con eficacia.

La mujer parlanchina de la fila sigue con los comentarios jocosos. La ancinita enferma de tos camina apoyándose del brazo de su hija y lleva de la mano a su nieta. El sol comienza a quemar. La fila parece interminable. Yo prefiero seguir mi camino rumbo a la panadería.

miércoles, 8 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Nota de diario.

La carnicería cerró desde hace dos días. El tradicional tianguis de los miércoles no se instaló completo. Apenas vinieron algunos marchantes que no se dieron abasto en atender las necesidades de la gente. La señora de los tlacoyos decidió no abrir su local hasta el 13 de abril. La señora de la papelería verde abrirá normal aun en días santos pero sabe que no habrá venta. Las dos tiendas de abarrotes se disputan a los pocos clientes que se ven obligados a salir a comprar lo más básico. Es a los que mejor les va.

Esta vez no vi niños en la calle. Ni Yovas está en el parque. Ya lo encerró su abuela. Tampoco están los patinetos que por las tardes se mostraban renuentes a quedarse en casa. Los grafiteros que están llenando de murales el parque sí llegaron pero mantienen la sana distancia.

Tuve que ir al centro comercial. Por vez primera en toda mi vida tuve que hacer fila para entrar. Quienes iban acompañados tuvieron que elegir a una persona para entrar, obviamente, todos los que van en pareja o grupo se dan sus mañas. El guardia de la entrada tomaba la temperatura con un aparato. Cinco personas adelante de mi detuvieron a una mujer. Ella reclamó pero no hubo vuelta de hoja: "por su seguridad y la de todas las personas, váyase a casa." No hubo oídos a los reclamos. Sencillamente no se le permitió la entrada. Discretamente las personas que estaban cerca de ella se replegaron. Al entrar me echaron gel antibacterial en las manos. "Vamos a esperar que salgan unas cuantas personas antes de permitir el ingreso de más". Hubo reclamos. Dentro los pasillos estaban casi vacíos y en el área de cajas se obligó a todos a respetar las marcas de sana distancia. La cajera usaba guantes, sucios, por cierto. Más gel después de recibir el cambio. Tuve que empacar mis cosas porque no hay personas mayores laborando. Al salir, el estacionamiento estaba lleno como en cualquier día.

El regreso a casa me pareció normal. México, uno de los países que no respeta el "quédate en casa". Pero entrando a la colonia la cosa parece contradecir el encabezado que leí por la mañana. Las calles están prácticamente vacías ¿Será realmente precaución, consciencia o temor?

Recorro el tianguis en menos de cinco minutos. No hay mucho qué ver, nada que escuchar. Decido detenerme en uno de los puestos a comprar fruta. "¿Nada más, jefe?" Sonrío afirmativamente. "No habrá tianguis el domingo. Le estamos avisando a todos nuestros clientes para que se prevengan."

Eso no lo había vivido en tantos años. Ni siquiera cuando el año nuevo cae en domingo. Hay quien se aferra a sus cábalas y comienza los ciclos trabajando. Esta vez, me convenzo que la gente tiene miedo. Creo que también me contagié.

martes, 7 de abril de 2020

Diario de cuarentena. El camión escolar

Carlitos conduce el camión escolar. Su trabajo dura lo mismo que el ciclo escolar y al hacer un servicio particular, únicamente puede cobrar las semanas que los alumnos asisten  a clases. "A mí me dan en la torre cuando se suspenden las clases de esta forma", me dice con un rictus lastimero que dura unos instantes y de inmediato muta a su característica sonrisa. "¿Se acuerda cuando fue el temblor? También me aventé más de un mes sin trabajar. Cualquiera podría decir que está padre porque tengo mis buenos días de descanso. Pero la gente no sabe que en esos días no cobro y también como. Y la gente no sabe que tengo una esposa y un hijo; que pago renta, luz, agua, teléfono y gas. Yo tengo programados mis gastos y voy haciendo un guardadito para las épocas de vacaciones pero cuando son emergencias como ésta, la verdad si me dan en la torre porque estas dos semanas de abril, la primera y la última, definitivamente ya no las podré cobrar."

Tras el temblor del 2017, cuando tuvo que dejar de trabajar seis semanas, Carlitos decidió vender papas fritas en el patio de su casa. Fue un negocio emergente donde la mayoría de los vecinos lo apoyaron sabiendo su situación. Un buen día decidió que ya estaba recuperado y vendió el cazito de cobre, el tanque de gas y el resto de los instrumentos con los que se apoyaba. "No aprendí la lección. Me confié. Ni pa' cuándo uno se iba a imaginar que venía esto. Yo cuando menos no me la esperaba. Más bien todos los días le pedía a diosito que no temblara. Esto está peor porque dicen que se va alargar todavía el mes de mayo y mi familia depende mucho de la actividad de una escuela. Si la escuela no tiene alumnos simplemente nosotros no comemos."
¿Y ahorita qué estás haciendo para ayudarte? "Pues ya ve que le sé a la chaineada de carros. Ahorita le ofrezco a los vecinos limpiarles sus carros, darles una pulidita sencilla, ponerles teflón y su embellecida por dentro. Estoy cobrando ciento cincuenta pesos por carro y ya si quieren la pulida más a fondo les cobro trescientos. Me quedan bien bonitos. Mire."

Carlitos me hace una demostración del trabajo que está realizando. Sin embargo me cuenta que la mayoría de los vecinos le han dicho que están ahorrando para lo que viene y la todos evitan hacer gastos innecesarios, cosa que a él le preocupa porque de lo contrario tendrá que buscar otra cosa y ahorita la cabeza ya no le da para idear.

Carlitos es de charla prolongada. Es complicado cortarlo pues tiene la facilidad de ir de un tema a otro y envolverte con sapiencia. En algún momento recibe una llamada telefónica y eso me rescata. Me despido de él deciéndole adiós con la mano. Mientras voy camino a casa veo su camión estacionado en la avenida. Entonces deseo ferviertemente regresar lo más pronto posible a mi trabajo. Si yo lo hago, él también lo hará.