miércoles, 22 de abril de 2020

The last dance

Estoy viendo The last dance, el documental de los Chicago Bulls. Pienso en los años en que jugaba basquetbol. Jugar es un decir. No recuerdo haber entrado algún día a la duela (de concreto) porque para ser franco, mis compañeros eran unas bestias en ese deporte. Pienso en el Jordan, Pipen y Rodman de mi preparatoria. Pienso en el Horace Grant, el Paxon y en todos los demás. Pienso en mí a los 16 años sentado en la maldita banca mientras los otros se deshacían jugando como aquellas estrellas de la NBA.

Ahora que lo pienso hace mucho tiempo que no juego basquetbol. No sé si sea buena idea intentarlo ahora que las canchas están vacías. Busco unos tenis adecuados y luego revuelvo un montón de trebejos para encontrar un balón. Está desinflado. Sé que tengo una bomba de aire misma que encuentro media deshecha. Funciona. Lo que no tengo es una válvula para inflarla.

Como en los viejos tiempos camino hasta la vulcanizadora y le pido al muchacho que infle mi balón pero pide la válvula porque él no tiene. Voy a la tlapalería y está cerrada. Camino a otra tlapalería pequeña y una señora me hace saber que tiene más de un año que cerraron y ahora se dedican a cortarle el pelo y las uñas a los perritos de la colonia. ¡Maldita sea!

Regreso a casa derrotado, de la misma forma en que solía hacerlo cuando veía a mis compañeros ganar juegos al por mayor pero no ser parte de esos triunfos pues yo nunca jugaba. No recuerdo el día de mi retiro del basquet, sólo sé que un día dejé de jugar. Regreso a mi sillón y vuelvo a ver los dos primeros capítulos. Tal vez la semana siguiente cuando salgan el episodio de Denis Rodman, vuelva a encontrar motivación si no para jugar sí para hacer algún desfiguro.

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