miércoles, 1 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Gatorades fríos

La ruptura de lo habitual es evidente. El metro San Lázaro se encuentra desierto. Apenas unas veinte personas se encuentran en el andén. Al cerrarse la puerta una mujer de unos sesenta años comienza a ofrecer Gatores fríos. Quienes ocupamos el vagón, la escuchamos con indiferencia. Su discurso no es el de los vendedores habituales, esos que ya tienen maña. No menciona ninguna frase elaborada que atraiga al comprador. La mujer llega al final del vagón y se acomoda en uno de los asientos muy cerca de mi. De inmediato, otra mujer, apenas un poco más joven, ofrece chocolates. Clavo la mirada en la mujer de los Gatorades y veo que en la pequeña bolsa de plástico apenas trae seis o siete botellitas. En la mano trae unas monedas. Comienza a contarlas. La mujer de los chocolates llega al final del vagón. "Vámonos hasta Tepito y ahí de regreso. Lo que salga." La señora de los Gatorades afirma con la cabeza. Tras un breve silencio, dice: "como me hace falta mi trabajo". La mujer es el reflejo de lo que ocurre con millones de personas que durante esta cuarentena tienen que salir a buscar el sustento diario. Preferible morir de coronavirus que de morir de hambre. Al llegar al metro Tepito, las mujeres bajan del vagón. La más joven toma del brazo a su acompañante y caminan hacia los torniquetes. Siento remordimiento por no haber comprado un Gatorade.

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