jueves, 30 de abril de 2020

Día del niño... y de la niña también.

Es día del niño y la niña. Y aunque hace varias décadas dejé de serlo, me gusta mucho el 30 de abril porque me ofrece la oportunidad de recordar cuando no me preocupaba nada.

Hoy no sólo me preocupa todo sino que hasta tengo que tomar decisiones que hacen sentir mal a otras personas. Los dilemas existenciales pesan y más cuando alguien no se siente valorado por ello. Es terrible. Quisiera regresar a esos días donde poco importaba lo que dijera, lo que opinaba. Era un niño. Hoy una palabra, cualquiera que sea tiene un efecto.

Pero esta tarde no me preocuparé y únicamente comeré nuggets, papas fritas y hot dogs. Seguro mi niño interno lo agradecerá aunque el adulto enfermo que soy me lo recriminará más noche.

martes, 28 de abril de 2020

Otro calvario bancario

Por una razón que he comentado en decenas de ocasiones mi relación con los bancos es mala. Si por mi fuera no me acercaría a uno ni por asomo pero me tocó vivir en esta era donde las instituciones bancarias se han vuelto indispensables en nombre de la seguridad. Y es precisamente por la seguridad que ahorita estoy frente a un cajero tecleando mi NIP una y otra vez. No entiendo qué pasa si apenas la semana anterior vine a retirar un poco de dinero y no tuve falla. De pronto pienso que se trata de algún problema con el sistema del banco pero no, en los otros cajeros las personas hacían operaciones con normalidad. Me doy por vencido, no hay modo.

El banco está cerrado y a decir de la hojita pegada en la entrada, no hay fecha para su reapertura. Pienso en una sucursal más grande que hay a un par de kilómetros. Camino. El sol quema. Cuando me acerco a la sucursal veo una fila enorme de más de cien personas. La hilera se hace más grande gracias a la sana distancia. Pregunto si es la fila para pasar a ventanillas. "Pero únicamente para hacer pagos y depósitos. Si quieres retirar, hay que pasar al cajero y la fila está del otro lado". Ni siquiera lo intento.

Necesito dinero como todos los que están en la fila pero algo nos lo impide. Por un lado un maldito virus y por otro la modernidad. Quiero mi dinero a la antigua: en un sobre y para guardarlo debajo del colchón.

lunes, 27 de abril de 2020

¿Dónde estás?

Por primera vez desde que nos conocimos, no me envió un mensaje, no me habló, no dio señales de vida.

Creo que el ocaso está cerca.

Fin del comunicado.

domingo, 26 de abril de 2020

Extrañar, estar lejos

Hoy fue un día raro, triste.

Sé que la extraño, que la quiero.
Sé que el amor no siempre es suficiente.
Sé que mi amor es genuino.

Sé todo eso pero también me sé ausente, lejos.


sábado, 25 de abril de 2020

Censura feisbuquera. Parte 1784

Bloquearon mi cuenta de facebook... ¡otra vez!

No hay un aviso de advertencia ni un comunicado por haber subido contenido no permitido. A mí suelen bloquearme por compartir cosas que en otras cuentas son normales. Incluso he visto videos de gente fornicando o señoritas mostrando los pezones y no pasa nada. A mí me bloquean por subir memes que circulan por doquier. Sin embargo, esta vez no pasó nada de eso. Me encontraba alejado de esa red social y apenas entraba para enterarme de los chismes de mis amigos. Eso me hace pensar nuevamente en cometer suicidio social y cerrar mi cuenta definitivamente.

Sé que les vale madres pero se los quería contar.

viernes, 24 de abril de 2020

Chetes

Estoy escuchando a Chetes. Me gustan 16 de febrero, Querer y Completamente. Antes me cagaba, lo reconozco y me cagaba porque le gustaba a una chamaquita cursi con la que me besuqueé por un tiempo. Sin embargo me gustaba Vaquero, una banda a la que le dedicó poco tiempo y fue posterior a Zurdok, banda que sí seguí con cierta afición en aquellos años de la Avanzada Regia. 

Nunca le había puesto atención a sus letras. Es más, en el pasado Vive Latino vi todo su concierto y no recuerdo nada. Pero una charla con un amigo me llevó a revalorarlo y a descubrir que sus canciones son ponedoras y abren heridas que son difíciles de cerrar.

Un día se me ocurrió publicar 16 de febrero en Facebook y descubrí que a varios amigos les gusta esa canción que interpreta con Emanuel del Real, de Café Tacvba. Después de varias conversaciones con gente que reconoció su gusto por las canciones de este regiomontano, el clavo lo puso Aldo Liberata, bajista de la banda de metal mexicano Cabrón: Chetes es un genio.

Si lo dijeron Aldo y el poeta Jose Luis Gutiérrez Rocha, ¿quién soy para contradecirlos?

jueves, 23 de abril de 2020

Percance automovilístico

Hoy choqué. Fue un percance idiota como lo son la mayoría de los percances automovilísticos. Un par de sujetos a los que la propiedad ajena y la integridad de sus semejantes les vale madres, decidieron que era una buena idea estamparse contra un automóvil que pedí prestado para ir a apoyar en otra emergencia automovilística.

Suelo tener mala suerte cuando no planeo las cosas o cuando no las hago como se me indican. No seguí las instrucciones y opté por un plan B de emergencia: manejar. Así que nunca consideré que dos idiotas vendrían a estamparse y desmadrar el carro que manejaba. Contrario a todos los manuales estos imbéciles decidieron sencillamente optar por negarse a pagar y tratar de encontrar un descuido de mi parte para escapar. No ocurrió. Era mi vida o la de ellos.

Al final únicamente perdí cuatro horas de mi vida, hice un coraje, me lleve dos sustos, soborné a un ajustador, le di para el refresco a dos policías y a un gruyero y creo que perderé más de cuatro mil pesos por mi aventura. Lo peor es que ni siquiera llegué a mi destino.

Hay días que no debí despertar y seguir con los ojos cerrados todo el día.

miércoles, 22 de abril de 2020

The last dance

Estoy viendo The last dance, el documental de los Chicago Bulls. Pienso en los años en que jugaba basquetbol. Jugar es un decir. No recuerdo haber entrado algún día a la duela (de concreto) porque para ser franco, mis compañeros eran unas bestias en ese deporte. Pienso en el Jordan, Pipen y Rodman de mi preparatoria. Pienso en el Horace Grant, el Paxon y en todos los demás. Pienso en mí a los 16 años sentado en la maldita banca mientras los otros se deshacían jugando como aquellas estrellas de la NBA.

Ahora que lo pienso hace mucho tiempo que no juego basquetbol. No sé si sea buena idea intentarlo ahora que las canchas están vacías. Busco unos tenis adecuados y luego revuelvo un montón de trebejos para encontrar un balón. Está desinflado. Sé que tengo una bomba de aire misma que encuentro media deshecha. Funciona. Lo que no tengo es una válvula para inflarla.

Como en los viejos tiempos camino hasta la vulcanizadora y le pido al muchacho que infle mi balón pero pide la válvula porque él no tiene. Voy a la tlapalería y está cerrada. Camino a otra tlapalería pequeña y una señora me hace saber que tiene más de un año que cerraron y ahora se dedican a cortarle el pelo y las uñas a los perritos de la colonia. ¡Maldita sea!

Regreso a casa derrotado, de la misma forma en que solía hacerlo cuando veía a mis compañeros ganar juegos al por mayor pero no ser parte de esos triunfos pues yo nunca jugaba. No recuerdo el día de mi retiro del basquet, sólo sé que un día dejé de jugar. Regreso a mi sillón y vuelvo a ver los dos primeros capítulos. Tal vez la semana siguiente cuando salgan el episodio de Denis Rodman, vuelva a encontrar motivación si no para jugar sí para hacer algún desfiguro.

martes, 21 de abril de 2020

Textos ligeros

Comencé la relectura de One hit wonder, el libro de relatos de Joselo Rangel. He entrado en una etapa en la que deseo leer cosas ligeras, que me diviertan. Nada de noticias. Los cuentos de Joselo tienen ese efecto sobre mí. El hombre es inteligente y sabe sacar provecho de sus vivencias en el mundillo del rock. Pero lo descubrí tarde. Un día supe que escribía en el periódico Excelsior y comencé a leer su columna cada viernes. Creo que lo hice durante dos años hasta que un día me di cuenta que no publicó más. Ya va para un año de ausencia y la verdad lo extraño. Desde entonces también he dejado de leer el Excelsior. ¿Ya mencioné que no deseo leer noticias? Las noticias me estresan, me ponen de malas, me dan paranoía.

Hoy me tocó ir a las tortillas. Mi comunidad es un pueblo donde te enteras de mil cosas en diez minutos. Bastaron siete personas en la fila, siempre mantienedo su sana distancia, para enterarme de tres robos, un asesinato, tres madrizas intra familiares y un maltrato animal.

Necesito leer algo ligero. Extraño a Joselo en el Excelsior.

lunes, 20 de abril de 2020

La Niña Doctora

Mi sobrina es doctora y es uno de los orgullos de la familia. Hoy es su cumpleaños. A diferencia de otros, esta vez no habrá festejos, no le compraremos pastel (que normalmente comemos sin ella y sólo le hacemos llegar en fotografía), no habrá obsequios y mucho menos abrazos. Ella está dedicada a otra cosa, a algo más urgente por ahora:  procurar las vidas de otras personas.

Le he dicho que hay personas que no creen que el Covid-19 exista. "Pues que se vengan a ayudarnos a atender a los enfermos porque ahorita lo que se necesitan son manos y gente que no tenga miedo." Ella está en la primera línea. Sí tiene miedo. Nos pide que nos cuidemos pero sobre todo, nos pide no acercarnos a ella cuando está en casa. Sus rituales son raros y nos dan risa pero los respetamos y malamente no nos acercamos.

"Hay muchas cosas exageradas. No todo es tan malo como lo presentan en las noticias ni tan bueno como lo presenta el gobierno. Si nos dan insumos chafas y a veces tenemos que comprar los nuestros. Es que no alcanza para todos. Otros días tenemos cosas que en otros hospitales hacen falta. La solución real hubiera sido que las personas hicieran caso desde un principio, que se cuidaran y se quedaran en casa, pero la gente anda en la calle como si nada, como si fueran vacaciones. Aquí están las consecuencias y se va a poner peor porque a estas alturas hay gente que sigue sin creer."

Me quedo con su primera reflexión: si no creen que el Covid exista, vayan a los hospitales a ayudar.

Por lo pronto, ¡feliz cumpleaños, Niña Doctora. Eres uno de los tantos orgullos de la familia!

domingo, 19 de abril de 2020

Mal agüero

Desde que tengo memoria, los domingos son de tianguis. El de mi comunidad, por cierto, ha ido mutando drásticamente con el paso de los años. El puesto de la Morena pasó a propiedad de los hijos del verdulero; la señorita de los raspados ahora vende calcetas; el puesto del pescado ahora trae casi todo empaquetado. El de las vísceras se pone cuando quiere.

Abundan los puestos de micheladas. Hay uno cada seis lugares. Todos ofrecen lo mismo y básicamente la diferencia está en la cara de quien atiende. A mí me gusta ir con la Güerita, una muchacha nalgoncita que conozco desde mi terna juventud y cuyo carácter es de la chingada, pero ir a verla despachar su negocio no tiene precio. 

Los tacos de cecina han provocado que desaparecieran siete u ocho puestos: el de los hilos y el de la ropa de bebé. Este último fue una pena pues ahí me hubiera gustado comprarle una chambrita a mi próximo hijo. Nunca compré hilos pero me gustaba pasar y ver a la mamá de Sandra, una compañerita de la primaria que siempre me cayó bien. Sobreviven el puesto de los dulces a granel, los dos puestos de chicharrón, los tacos de moronga y el enorme puesto de las flautas. También sobrevive el barril de tepache junto al chicharrón aunque ahora abundan los puestos de agua de coco. 

A veces me gusta recorrer el tianguis sólo para pensar en aquello que ya no existe y lo que ahora resulta novedoso. Recuerdo con nostalgia los puestos donde solía comprar mis luchadores de plástico o las máscaras y capas de luchador, las bolsas de soldaditos o algún jueguito hecho de madera. Hoy todos esos lugares son ocupados por otros giros.

Esta semana abundan los puestos de cubre bocas. Conté más de trece. Son los que más venta tienen y para ser honesto, me molesta su presencia. Son como de mal agüero.

sábado, 18 de abril de 2020

Cordero de Dios

No hay virus que pueda con los puestos de barbacoa. Es un hecho.

A estas alturas las medidas por la cuarentena se han endurecido. La mayoría de los negocios están cerrados más por necesidad que por obedecer a las restricciones que han comenzado a imponer las autoridades municipales. Muchos abren sólo unas horas y otros tienen un horario menor al habitual cerrando antes de las cinco de la tarde. Sólo la tortillería, una carnicería y dos tiendas de abarrotes se mantienen estoicas en sus horarios habituales. En días pasados un rumor nos hizo saber que los pequeños negocios de comida, muchos de ellos milenarios, dejarían de instalarse en sus esquinas habituales por decreto gubernamental. Y sí, esta mañana, varios puestos de tamales, de quesadillas, de gorditas, de pambazos no fueron instalados, pero los barbacoyeros están en su lugar.

Nomás por curiosidad recorro cinco colonias en el carro. Faltan puestos de papitas, de churros, de tamales. Faltan, incluso, puestos de pan. No se pusieron dos o tres puestos de carnitas. Pero no falta ninguno de barbacoa. Ellos se mantienen al pie del cañón, haciendo gala de estoicismo y rebeldía a cualquier decreto. Y la mayoría están llenos. ¿Cuál sana distancia?, me pregunto mientras veo a familias completas compartir la carne, el consomé y las tortillas hechas a mano.

Mis respetos para los barbacoyeros pues ya lo dice el padrecito en cada misa: cordero de Dios que quitas los pecados del mundo. Ten piedad y misericordia de nosotros.

viernes, 17 de abril de 2020

Pan de chinos

El pan de los chinos ya no es de chinos. Nunca entendí la diferencia entre el pan oriental de origen mexicano y el pan normal que se vende en la panadería, en la canasta de mimbre o la camioneta con el altavoz tocando una canción interpretada por Tin Tán. Sé que un tiempo gozó de mi predilección y me gustaba comerlo caliente, recién salido del horno, a veces acompañado de una taza de chocolate caliente, otras con una malteada helada, pocas veces con café.

Doña Rita tiene una panadería. La gente la conoce como "el pan chino" aunque la dueña, desde hace varios años, borró de la fachada cualquier rastro oriental. Lo único cierto es que su pan es el más caro de la colonia. Un día pagué casi cien pesos por siete piezas. Tres veces pregunté la cuenta tratando de corroborar que no se hubiera equivocado, pero doña Rita desglosó el costo de cada pieza y resultó que incluso me estaba cobrando un peso menos. Desde entonces decidí no comprar pan ahí salvo el panqué de nuez. La rebanada cuesta veinte pesos pero el panqué completo cuesta ciento cincuenta y salen diez rebanadas.

Hoy decidí comprar una pieza completa. No me dolió el codo. Lo vale. Doña Rita no se tienta el corazón para echarle nuez por dentro y por fuera. Pago. "Faltan cincuenta pesos", dice la chica que le ayuda. ¿Ya cuesta dos cientos?, pregunto incrédulo. La mujer asiente y extiende la mano esperando el resto del dinero.

Me está perdiendo, doña Rita. Me está perdiendo. Por vez primera extraño el pan de chinos que había antes en ese lugar. Y si, al final sí me dolió el codo.

jueves, 16 de abril de 2020

Recuerdos

He comenzado a extrañar mis rutinas, a las personas, el tránsito, el caos citadino.
He comenzado a extrañar hablar con otras personas.
He comenzado a extrañar y no me gusta.


Para eso tengo los recuerdos pero me siguen faltando las presencias.

miércoles, 15 de abril de 2020

Paradojas de la cuarentena

Hace ya un tiempo dejé ser el héroe de mi hijo. Lo supe aquella tarde que al revisar su tarea encontré un texto que decía: "Antes mi héroe era mi papá pero ahora admiro al Gordo, el dueño de la tortillería porque a diferencia de mi padre, él sigue escuchando heavy metal todo el día. Mi papá ahora se emociona con el 90's Pop Tour y el unplugged de Miguel Bosé."

Hace rato salí a las tortillas. El gordo está escuchando a Elefante y canta todas las canciones.

- Andas muy suavecito, ¿no?
- Hay que variarle. Me gusta. Y cómo dicen: hay que escuchar de todo, ¿no? ¿Tú no escuchas de esta música?
- Mano, yo ahorita estoy clavado con Chetes. 16 de febrero, Querer...

El gordo suelta la carcajada.

- Mi hijo te admiraba que porque eres metalero en serio.

Es una lástima que mi hijo esté siguiendo al pie de la letra el #QuédateEnCasa

martes, 14 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Rutinas

"El gobierno está haciendo todo con las patas. Pero eso se sacan por elegir a un pelmazo como presidente. ¡Y los que nos falta! ¡Qué horror! "

Nora me responde la video llamada acomodada en el despacho de su casa. Está molesta, lo sé por el tono de su voz al emitir sus comentarios. Trato de hacerle ver que el asunto del Covid-19 es un asunto mundial pero ella no cede. Sus argumentos están fundamentados en los tendencias que surgen en Twitter contra el presidente López Obrador. Le hago ver eso y su respuesta es que todo está fundamentado por expertos. "Después te mando una serie de documentos que me han compartido personas que saben de esto."

En la pantalla puedo ver a las hijas de Nora. "Están armando un rompecabezas. Hemos aprovechado el tiempo para estar en familia haciendo diversas actividades. Desde que nos confinaron a este encierro lo decidimos así."

- ¿Cómo es tu rutina diaria?

- En mi caso, por el trabajo, establecí tiempos estrictos: me levanto a las seis de la mañana, hago un poco de bicicleta, me baño y desayuno. A las 8 comienzo a preparar las clases para mis alumnos de la universidad. Tengo algo adelantado como para tres o cuatro días pero voy preparando lecturas, actividades y videos que me ayudan las chicas a grabar. A las doce del día me levanto a organizar las cosas de esta casa, la comida principalmente. Lety ya sabe como funciona esta casa y yo sólo verifico que todo vaya bien. A la una como porque de dos a siete estoy atendiendo a mis grupos. A las siete y media nos sentamos todos a la mesa a cenar y a platicar un poco antes de irnos a ver una serie. Ahorita estamos viendo La Casa de Papel. A las diez cada quien dispone de su tiempo. Yo me voy a leer o a meditar. A veces escucho música pero es muy raro porque eso lo hago mientras preparo mis clases.

- ¿Y tus hijas?

- Ellas están un poco más relajadas. Las que van a la escuela, se levantan a las seis y media y a las siete o siete y media ya están en clases. Como son aplicaditas a veces sólo suben sus trabajos antes de tiempo. A la una se sientan a comer conmigo y después de las dos adelantan trabajos, leen, escuchan música. Entre las cinco y las seis y media hacen ejercicio. Luego cenamos, vemos una serie y después de ese rato charlan con sus amigas o preparan algún pendiente.

- ¿Y las que trabajan? ¿Están saliendo?

- Afortunadamente tienen trabajos en los que pueden hacer home office. Casi siguen la misma rutina aunque tienen la libertad de levantarse a apoyar a los otros. Ellas comen en otros horarios y normalmente el momento de reunión es la cena. En tres semanas sólo han salidos una o dos veces. Si es necesaria una firma o algo que se tenga que entregar en físico pero hay modo que un mensajero del despacho pueda entregar, le piden que venga a recogerlo.

- ¿Y para la comida, el súper, los pagos, cómo se organizan?

- Casi todo lo podemos hacer en línea. Bendita tecnología. Pagos en línea, compras en línea. Sólo si se nos llega a pasar algo le pedimos a Lety que ella salga a comprarlo. Le pedimos un Uber y que se proteja, que lleve gel, que use unos zapatos para salir y otros para andar en la casa. Pero no necesitamos decirle mucho, ella es como de la familia y sabe como funcionamos en esta casa.

Nora aprovecha mi pausa para despotricar nuevamente contra las medidas que han tomado las autoridades. Se centra en la falta de visión por parte de presidente y sus secretarios. Le preocupan el futuro de la economía pero sobre todo que pasará un tiempo antes que puedan salir de vacaciones. "Este año íbamos a pasar semana santa en Nueva York, justamente. No creemos que podamos hacerlo en vacaciones de verano ni para fin de año. Me aterra un poco el futuro."

Es domingo y Nora puede disfrutar de su familia. Puedo ver que sus hijas abandonan el rompecabezas y tras saludarme haciendo gestos a la pantalla, desaparecen. "Estas niñas, son un torbellino. Ya se van a ver alguna película. Pagan tres plataformas así que no hay tiempo para aburrirse. Hay que aprovecharlas al máximo, ¿no crees?"

Tras este comentario, Nora quiere saber cómo la estoy pasando y qué hago en estos días. Cuando le hago saber que he tenido que salir casi diario pega un grito de terror. Me pide que me cuide mucho y que tome las medidas necesarias. Le hago saber que también estoy escribiendo una bitácora diaria y que me gustaría escribir su relato acerca de la cuarentena. Me autoriza con la condición que le envié primero el texto para leerlo.

Lo que usted, amable lector, ha leído, es la versión autorizada por Nora quien gustosa me dice: Sí, soy fifí.

lunes, 13 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Vacaciones del terror.

"Normalmente nos hospedamos en un hotelito cerca de la Costera. Cuando llegamos ni siquiera estaba abierto. Lo bueno es que hay variedad y nunca falta quien tire paro." El gordo es camarada. En su época desmadrosa fue secre de varias bandas de rock. Luego conoció a su chava, se hicieron novios y tuvieron una hija. Ahora tiene un pequeño negocio que atiende sin descanso los siete días de la semana.

"Por mi chamba mis únicas vacaciones son en semana santa. Es tradición y no las perdonamos. Nos gusta Acapulco y siempre le caemos allá, nos vamos puebleando y deteniendo en los lugares que nos gustan. Esta vez nos fuimos tendidos hasta Acapulco porque casi todo está cerrado. Total, nuestro hotel de siempre estaba cerrado. No le padecimos mucho pero encontramos uno pero nos advirtieron que no ibamos a encontrar nada. El jueves en la tarde nos tiramos a descansar y a ver televisión hasta pasada la media noche. El viernes decidimos salir a ver qué encontrabamos. De la playa de plano nos retacharon. Fuimos a un mercadito a comer y sólo encontramos quecas. Ve lo curioso, mai: ir de por acá a comer lo que comes diario."

El gordo atiende a sus primeros clientes del día. Es hábil en lo que hace y suele ser gentil con las personas, por eso se ha hecho de clientes que le han ayudado a mantener el negocio durante tres años. Una clienta le pregunta cómo le fue en sus vacaciones. Le comienza a contar la misma historia que a mí y cuando llega a la parte del mercado busca llamar nuevamente mi atención:

"Es lo que te estaba contando, carnal. Llegamos a comer gorditas y pambazos. Pinche comida que me jambo aquí diario. Pero neta, no fue fácil encontrar donde comer. Total que íbamos de regreso al hotel y una calle antes de llegar que nos intercepta el ejército. Regresense a su casa, que en hacen en la calle. Y que se van dando cuenta que las placas del carro son de acá y que se baja un cabrón bien mamón. A ver qué chingados andan haciendo acá. ¿A dónde van? Se pusieron bien mamones y para no hacerte el cuento largo que nos escoltan hasta el hotel, nos acompañaron a empacar y a pagar la cuenta y nos escoltaron de regreso. Llegamos a un retén y ahi había más turistas, chilangos casi todos, que le quisieron jugar al vivo. Pues nos escoltaron hasta pasar la caseta."

El Gordo se carcajea de su aventura. "Neta que creímos que nos iban a exterminar. Ya ves que por allá no quieren a los chilangos. Quieren nuestro dinero pero a nosotos no. Pero la neta sí sentimos terror."

La clienta se asombra con la historia. Desea conocer más detalles pero la fila se hizo larga. Me despido del Gordo sabiendo que en la medida en que trancurra el día, le sumará elementos fantásticos a su historia. Lo único cierto es que esta vez Acapulco no lo recibió con los brazos abiertos.

viernes, 10 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Chambitas emergentes

Cubre bocas para automóvil $100. El anuncio provocó nuestra risa y lo único que se me ocurrió fue detener el automóvil y echarme un metro en reversa para leer bien. Un hombre se levantó de inmediato: "cubre bocas para tu carro, papi", dijo con aire picarón. De inmediato sacó varias bolsas y nos mostró los productos. Eran cubre bocas gigantes. Nos comentó que se le ocurrió porque vio que varios microbúses traían esa ocurrencia. "Los primeros días vendí chido, de diez a quince. Ahorita ya bajó, primero porque ya no es novedad y segundo porque la gente no quiere gastar en mamadas. Pero con unos tres que venda al día, ya la hice."

*   *   *

El taller donde trabaja Gera cerró por tiempo indefinido. "Sí teníamos chamba pero el dueño dijo que iba a cerrar. A mí siempre me ha gustado dibujar paisajes y se me ocurrió vender mis cuadros." Sobre una lona, en el piso, reposan al menos diez cuadros con paisajes parecidos a los que pintaba Bob Ross. Todos siguen el mismo patrón. "Llevate uno, los doy a $80 pero si te lo llevas dame $50", me dice con cierto aire de resignación. El dueño del taller les dijo que cerraría dos semanas pero sólo les podría pagar una. "Necesito sacar lo de la otra semana", acota. Una mujer se acerca a ver los cuadros. Gera suelta la oferta y la mujer se lleva dos. Son los primeros cuadros que vende en cuatro días, me confiesa.

*   *   *

"Apenas había entrado a dar clases de música a un colegio privado. Llevaba casi un año sin chamba aunque a veces salía a tocar con un conjunto versatil los fines de semana pero se nos cayeron todos los eventos. En el colegio ni me pagaron la quincena. Me dijeron que regresando veíamos lo de mi contrato." Mario termina su descanso y continúa recorriendo los locales tocando un saxofón. Al hombro lleva una guitarra. Intercala ambos instrumentos dependiendo su ánimo. "Nunca había tocado en la calle pero hay que buscar el chivo y ni modo. No me va mal pero en otras circunstancia podría ser mejor." Doña Ramona, la señora de la tienda le pide las mañanitas para su nuera que está cumpliendo años. Mario toca las mañanitas con la guitarra y luego algunos boleros a menara de serenata. Doña Ramona le coopera con $50. Efectivamente, en otras circunstancias le iría mejor, pienso.

*   *   *

"¿Le pinto el número de la casa?", pregunta un joven corpulento que sostiene una latita con pintura. "Es de cooperación voluntaria." La señora de la casa asiente con la cabeza mientras desde el interior se escucha la voz de su marido: "si yo lo que quiero es que no se vea el número para que los aboneros no me encuentren." Carcajadas. El joven se esmera en lo que hace. Cinco minutos después se para frente al zaguán y recibe los quince pesitos que en estos momentos son una bendición. Tres casas. Cinco casas. Diez casas después vuelve a trabajar. Le ofrecen $10. Al final de la calle tapa sus latas y se sienta en la banqueta a contar su dinero. Minutos después se mete en la tienda y sale con una coca grande y un pan bimbo.

*   *   *

"Servilletas pa' las tortillas. Quédese con una. Mírelas, están bien bonitas." La mujer saca tres trozos de tela tejidos por las orillas. Las ofrece en $20 cada una. La veo a la distancia recorrer las cuarenta y dos casas de la calle. Tal vez en una le compraron pero no estoy seguro. Minutos después veo pasar a la mujer. Corre. Otra señora la saluda y de inmediato, la de las servilletas, le dice que consiguió trabajo en una casa. Quieren que limpie y les dije que de una vez pero que nomás me dejaran avisarle a mi hija para que no esté preocupada. La mujer se ve feliz. Hay días así, que de tan simples resultan felices.

jueves, 9 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Seguimos trabajando

"Venimos desde Toluca. Nos traen por parte del gobernador para entregar despensas", me dice la mujer mientras se acomoda el cubre bocas el cuello. Me ofrece un sandwich pero lo rechazo con un agradecimiento. Son las nueve de la mañana y en la fila hay alrededor de cien mujeres que esperan ansiosas su turno para recoger la ayuda que envían desde el gobierno del Estado de México. "No es gran cosa pero es una ayudita ahorita que todo está muy caro", dice una ancianita a la que he visto toser por varios minutos. Las mujeres más jóvenes bromean: "señora, váyase a su casa, nos está llenando de coronavirus a todas". La mujer se sonroja y se excusa diciendo que siente el polvo en la garganta. Lo cierto es que nadie tendría que estar en este sitio, ni la anciana, ni las jóvenes, ni las mujeres que vienen por parte del gobernador. Se supone que estamos en cuarentena pero es obvio que eso a los políticos no les importa. En estos momentos de crisis es donde hay que hacerse notar, auto promover la imagen en actos discrecionales de campaña. Si el gobernador leyera esto negaría mi dicho. No son tiempos, acotaría tajantemente. Pero ellos mejor que nadie, saben que éstos son los mejores tiempos de campaña sobre todo cuando durante más de un año no había dado señales en su trabajo, salvo a principios de este 2020 cuando autorizó el alza de la tarifa al transporte público, golpeándo con ello la economía de los mexiquenses.

- ¿Tienen algún protocolo para cuidarse mientras hacen su trabajo? -pregunto-.
- Pues la sana distancia. Esa es la única recomendación que nos hicieron. Que las señoras mantengan metro y medio de distancia entre ellas mientras estén en la fila. Pero nosotras forsozamente tenemos que tener contacto cercano con ellas.
- ¿Y les dieron algo para protegerse?
- Sólo los cubrebocas y gel antibacterial.
La mujer me muestra el cubre bocas y el frasquito de gel. Aunque las recomendación de la sana distancia es periódica, las mujeres a veces la olvidan. No es fácil estar en una fila en silencio y para que la charla sepa, hay que acercarse. "Ni modo que nos estemos gritando", dice una mujer que no ha dejado de hablar desde que me percaté de la entrega de ayudas. Ella es jocosa, risueña. La clásica señora que lleva el argüende por dentro.
- ¿La ayuda es para toda la población?
- No, únicamente para las mujeres que están en las listas. Ya sabe, las que están registradas en los programas que impulsa el gobernador.

La mujer me confieza que eso también fue un relajo pues durante varios días estuvieron trabajando en la documentación de las personas. "Comenzó la cuarentena y ya no pudimos terminar el trabajo en campo así que nos pidieron que nosotros llenaramos los documentos, ¿me entiende? Estuvimos así varios días, trabajando a marchas forzadas porque el gobernador estaba interesado en que se entregara la ayuda lo más pronto posible. Muchas ya estamos cansadas pero es el trabajo. Se cumplió con esa parte de la chamba pero ahora tenemos que entregar los apoyos directamente. Hoy estamos aquí. Ayer a mí me tocó ir a Coacalco, mañana voy a San Pedro. Pero así estamos, es nuestro trabajo."

El trámite no es engorroso pero el tiempo en la fila sí es suficiente para fastidiarse. "Hacemos el trabajo lo más rápido posible. No crea, lo hacemos también por nosotras, queremos terminar rápido. El gobernador como quiera está en su oficina y no se expone pero nosotras somos las que estamos aquí al pie del cañón, lidiando con las personas. Hemos tenido contacto con señoras enfermas que no respetan las recomendaciones que se les hacen. Vienen enfermas, unas con fiebre, con tos. Nos tosen o nos estornudan en la cara. Eso obviamente no lo padece el gobernador. Si nos da coronavirus no sabemos que vamos a hacer. Eso es lo único malo de trabajar para el gobierno: los politicos no se exponen, ellos se cuidan pero exponen a sus trabajadores."

La mujer termina de desayunar. Le da un trago largo a su jugo y apura el resto de la botella y así, sin ella misma seguir las recomendaciones más básicas de higiéne, toma el cubre bocas con los dedos y se lo acomoda de tal forma que se vea bien. Saca el teléfono y con el aparato como espejito, se observa varias veces hasta quedar conforme. "Mucho gusto, eh. Vamos a seguir trabajando", me dice con aire bonachón antes de regresar a donde sus compañeras tratan de hacer la entrega de despensas con eficacia.

La mujer parlanchina de la fila sigue con los comentarios jocosos. La ancinita enferma de tos camina apoyándose del brazo de su hija y lleva de la mano a su nieta. El sol comienza a quemar. La fila parece interminable. Yo prefiero seguir mi camino rumbo a la panadería.

miércoles, 8 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Nota de diario.

La carnicería cerró desde hace dos días. El tradicional tianguis de los miércoles no se instaló completo. Apenas vinieron algunos marchantes que no se dieron abasto en atender las necesidades de la gente. La señora de los tlacoyos decidió no abrir su local hasta el 13 de abril. La señora de la papelería verde abrirá normal aun en días santos pero sabe que no habrá venta. Las dos tiendas de abarrotes se disputan a los pocos clientes que se ven obligados a salir a comprar lo más básico. Es a los que mejor les va.

Esta vez no vi niños en la calle. Ni Yovas está en el parque. Ya lo encerró su abuela. Tampoco están los patinetos que por las tardes se mostraban renuentes a quedarse en casa. Los grafiteros que están llenando de murales el parque sí llegaron pero mantienen la sana distancia.

Tuve que ir al centro comercial. Por vez primera en toda mi vida tuve que hacer fila para entrar. Quienes iban acompañados tuvieron que elegir a una persona para entrar, obviamente, todos los que van en pareja o grupo se dan sus mañas. El guardia de la entrada tomaba la temperatura con un aparato. Cinco personas adelante de mi detuvieron a una mujer. Ella reclamó pero no hubo vuelta de hoja: "por su seguridad y la de todas las personas, váyase a casa." No hubo oídos a los reclamos. Sencillamente no se le permitió la entrada. Discretamente las personas que estaban cerca de ella se replegaron. Al entrar me echaron gel antibacterial en las manos. "Vamos a esperar que salgan unas cuantas personas antes de permitir el ingreso de más". Hubo reclamos. Dentro los pasillos estaban casi vacíos y en el área de cajas se obligó a todos a respetar las marcas de sana distancia. La cajera usaba guantes, sucios, por cierto. Más gel después de recibir el cambio. Tuve que empacar mis cosas porque no hay personas mayores laborando. Al salir, el estacionamiento estaba lleno como en cualquier día.

El regreso a casa me pareció normal. México, uno de los países que no respeta el "quédate en casa". Pero entrando a la colonia la cosa parece contradecir el encabezado que leí por la mañana. Las calles están prácticamente vacías ¿Será realmente precaución, consciencia o temor?

Recorro el tianguis en menos de cinco minutos. No hay mucho qué ver, nada que escuchar. Decido detenerme en uno de los puestos a comprar fruta. "¿Nada más, jefe?" Sonrío afirmativamente. "No habrá tianguis el domingo. Le estamos avisando a todos nuestros clientes para que se prevengan."

Eso no lo había vivido en tantos años. Ni siquiera cuando el año nuevo cae en domingo. Hay quien se aferra a sus cábalas y comienza los ciclos trabajando. Esta vez, me convenzo que la gente tiene miedo. Creo que también me contagié.

martes, 7 de abril de 2020

Diario de cuarentena. El camión escolar

Carlitos conduce el camión escolar. Su trabajo dura lo mismo que el ciclo escolar y al hacer un servicio particular, únicamente puede cobrar las semanas que los alumnos asisten  a clases. "A mí me dan en la torre cuando se suspenden las clases de esta forma", me dice con un rictus lastimero que dura unos instantes y de inmediato muta a su característica sonrisa. "¿Se acuerda cuando fue el temblor? También me aventé más de un mes sin trabajar. Cualquiera podría decir que está padre porque tengo mis buenos días de descanso. Pero la gente no sabe que en esos días no cobro y también como. Y la gente no sabe que tengo una esposa y un hijo; que pago renta, luz, agua, teléfono y gas. Yo tengo programados mis gastos y voy haciendo un guardadito para las épocas de vacaciones pero cuando son emergencias como ésta, la verdad si me dan en la torre porque estas dos semanas de abril, la primera y la última, definitivamente ya no las podré cobrar."

Tras el temblor del 2017, cuando tuvo que dejar de trabajar seis semanas, Carlitos decidió vender papas fritas en el patio de su casa. Fue un negocio emergente donde la mayoría de los vecinos lo apoyaron sabiendo su situación. Un buen día decidió que ya estaba recuperado y vendió el cazito de cobre, el tanque de gas y el resto de los instrumentos con los que se apoyaba. "No aprendí la lección. Me confié. Ni pa' cuándo uno se iba a imaginar que venía esto. Yo cuando menos no me la esperaba. Más bien todos los días le pedía a diosito que no temblara. Esto está peor porque dicen que se va alargar todavía el mes de mayo y mi familia depende mucho de la actividad de una escuela. Si la escuela no tiene alumnos simplemente nosotros no comemos."
¿Y ahorita qué estás haciendo para ayudarte? "Pues ya ve que le sé a la chaineada de carros. Ahorita le ofrezco a los vecinos limpiarles sus carros, darles una pulidita sencilla, ponerles teflón y su embellecida por dentro. Estoy cobrando ciento cincuenta pesos por carro y ya si quieren la pulida más a fondo les cobro trescientos. Me quedan bien bonitos. Mire."

Carlitos me hace una demostración del trabajo que está realizando. Sin embargo me cuenta que la mayoría de los vecinos le han dicho que están ahorrando para lo que viene y la todos evitan hacer gastos innecesarios, cosa que a él le preocupa porque de lo contrario tendrá que buscar otra cosa y ahorita la cabeza ya no le da para idear.

Carlitos es de charla prolongada. Es complicado cortarlo pues tiene la facilidad de ir de un tema a otro y envolverte con sapiencia. En algún momento recibe una llamada telefónica y eso me rescata. Me despido de él deciéndole adiós con la mano. Mientras voy camino a casa veo su camión estacionado en la avenida. Entonces deseo ferviertemente regresar lo más pronto posible a mi trabajo. Si yo lo hago, él también lo hará.

lunes, 6 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Ojos que ven

Yaneymi es dueña de tres clínicas oftalmológicas en el área metropolitana, una de ellas en una exclusiva torre médica. Su llamada tiene como finalidad saludarme y hacerme saber que ha tenido que cerrar temporalmente dos de las tres clínicas. "Entiendo que es una forma de resguardarnos y contra las autoridades no puedo ir." Yaneymi es cubana. Tiene dos hijos adolescentes que transcurren la vida entre Alemania, Canadá y México, y una vez cada dos años pasean con ella por la isla.

- ¿Le preocupa lo que está pasando?
- Como a todos aunque sé que respecto a otros, estoy en una situación privilegiada.
- ¿En qué medida le afecta el cierre de las dos clínicas?
- Me preocupan mis empleados. Tengo 5 personas que me apoyan y no puedo amontonarlas en la clínica de la torre. No tiene caso. De dos, tengo que cubrir sus sueldos de tres semanas esperando que en mayo me permitan abrir. Los otros tres siguen trabajando y afortunadamente para nosotros el trabajo no ha escaseado. Lo que sí me preocupa un poco es que las clínicas cerradas siguen generando gastos. Debo la renta y los administradores de las plazas fueron muy claros: hagan sus depósitos de puntualmente. Tendré que reducir muchos gastos, sorbe todo personales, pero espero sacar cada deuda, siempre y cuando la cuarentena sólo dure el mes de abril.
- ¿Y en el aspecto familiar, cómo le está afectando?
- Pues tengo a mis hijos todo el día en la casa y usted sabe, ellos no son de estar encerrados y menos de estar en la internet. Ellos quieren ir a la escuela, al cine, a comer fuera. La hija tiene suspendidas sus clases de danza y actuación. El hijo tiene suspendidos los entrenamientos. Apenas van dos semanas y ya están retorciendo la cabeza. Quise mandarlos a Alemania pero me recomendaron que no pues casi el 80%  de la población está infectada de Covid. Pensé en Canadá pero ya me fue imposible. Este año tendrán que aguantarse y hacer caso de las autoridades.
- ¿Y usted qué opina de todo esto? ¿Qué piensa de la actuación de las autoridades?
- Mire, yo viví en Cuba. Yo sé lo que es estar guardado si o si, y tener rutinas muy rígidas. A mí no me afecta mucho. Creo que el virus existe y está matando a las personas. También sé que hay mucho sensacionalismo y que las personas se afectan mucho con los chismes de las redes. Tampoco hay que tomarlo a la ligera. A mí me preocupa que no tenemos una cultura de la prevención y a diferencia de otros países, aquí en México nos tomamos las cosas muy ligeras pero entiendo que muchos no podemos parar. Veo muchas críticas al gobierno pero yo lo único que tengo claro es que las personas son muy irresponsables. Veo jóvenes paseándose en los parques o en los carros. Los veo haciendo fiestas, los veo rumbeando y eso es diario. ¿Por qué los padres se los permiten? Veo familias paseando con niños. Veo gente que se le pega a los demás y no respetan la sana distancia. ¿Eso es culpa de las autoridades que ya hicieron el exhorto de quedarse en casa, de mantener la distancia segura? Si aquí la cosa se pone mal, los únicos culpables serán los mexicanos, que no saben quedarse quietos. Y hablo de quienes pueden quedarse en sus casas, no de los otros que ya sabemos que tienen que salir a trabajar.

A diferencia de las otras personas con quienes he platicado, las preocupaciones de Yaneymi son menores. Como suele afirmar: "un cubano no conoce las crisis, creemos en las oportunidades. Lo que para otros es tragedia para nosotros es bendición."

Yaneymi me aprovecha la llamada para recordarme que tenemos pendiente un check up de los ojos. "Usted dígame si lo hacemos mañana mismo. Yo sigo y seguiré trabajando, además a usted le queda a diez pasos la clínica de la torre." Acordamos la cita y me despido. Si lo pienso un poco su preocupación radica en sus empleados y no en ella o su familia. Así de paradójica es la vida. Bueno, pero ella es cubana, su concepto de sufrimiento es muy distinto al de cualquier mexicano.

sábado, 4 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Yovas

Son vacaciones y donde ahora tendría que haber bullicio de niños y adolescentes, balones rebotando, bicicletas y patines rodando, hay silencio. Allá, en el columpio de llanta, un niño trata de mecerse pero las piernas no le llegan al suelo.

- ¿Qué haces aquí, niño? ¡Deberías estar en tu casa!
- Ya me aburrí, señor...
- ¿Tu mamá te dejó venir?

- Mi mamá está trabajando y mi abuelita estaba dormida cuando me salí. ¿Me empuja?
Yovas es mi vecino, tiene 8 años y suele andar solo en la calle de unos meses para acá, desde que su papá "se fue a vivir a otro lado". Su madre trabaja en Soriana y su abuela trata de hacerse cargo del niño hasta donde puede. "Es un muchacho inquieto y yo ya no puedo con él", suele decir la señora a todos los que se acercan a darle quejas de su nieto. Lo empujo levemente y el niño enseguida protesta: "más fuerte". Yovas no entiende por qué tiene que estar en casa, no sabe por qué no tiene clases y menos entiende la razón por la que sus amigos han abandonado el parque. "Ya nadie de mis cuates viene a echar retas. Sólo los de la calle de allá pero no me dejan jugar." Le pregunto si le dejaron tarea en la escuela: "no sé... si me dejaron pero no le entendí y mi abuelita tampoco le entendio. Me dijo que hasta que llegara mamá del trabajo me ayudara pero se me olvida decirle".

Para Yovas las vaciones comenzaron hace dos semanas pero son las más aburridas que ha tenido porque su papá no lo llevará a ningún lado y su mamá no puede dejar de trabajar. No tiene video juego, ni bicicleta. Si tiene balón pero no hay con quién jugar.

- ¿Se echa una reta conmigo, señor?

- ¡Va, diez goles porque tengo que ir al mercado!

viernes, 3 de abril de 2020

Diario de cuarentena. La viejita de las gelatinas

No hay nada que pueda ocultar la normalidad porque el silencio es apabullante. Los automóviles parecen haber quedado mudos como ocurrió con el bullicio de la gente. Es como si nadie quisiera hablar, como si la palabra fuera una forma de contagio.
 
A la distancia se distingue a una anciana que encorvada, carga sus años y un par de bolsas de mandado. ¿Cuántas cosas habrá vivido esa mujer para no temerle ni al silencio y ni a la ausencia? Se encuentra frente a la entrada de El Sótano, un restaurantito antes concurrido y cuyas mesas hoy se encuentran olvidadas. La ancianita mira hacia abajo buscando gente. Treinta segundos. Cuarenta. Sesenta. Con más ganas que fuerza levanta las bolsas y camina lentamente unos metros hasta llegar con dos mujeres. Intercambia algunas palabras y se retira . Madre e hija la miran y el ceño de la más joven se frunce con esa efímera mezcla de compasión y ternura. La madre se coloca la mano en el pecho y con la mirada parece sostener a la viejita para que no caiga. Luago, ambas se voltean hacia la indiferencia tratando de borrar la realidad. La ancianita se detiene frente a los puestos que están afuera del banco donde otros comerciantes ven pasar la zozobra de las personas. "No hay nada", se queja uno. La respuesta es un eco de afirmación que se replica en sinónimos.
 
La ancianita, indiferente, levanta sus bolsas y continúa su camino. Pasos adelante se planta frente a la gente que hace fila para pasar al cajero electrónico. Alguien, por fin, le pone atención y platica con ella. La mujer coloca las bolsas en el suelo y de una comienza a sacar vasitos con gelatinas. El hombre de rostro adusto, saca la billetera mientras la mujer acomoda las gelatinas en una bolsita. Lo hace lentamente, con los movimientos propios de quien pone cuidado en su trabajo. El hombre la mira detrás de las gafas oscuras como si con ellas pudiera ocultar el nudo que se le ha formado en la garganta. La viejita acomoda cuatro cucharitas dentro de la bolsa y con las dificultades que su cuerpo clama, se yergue para ofrecer el producto al comprador que estoico, se mantiene deteniendo la fila. Nadie protesta. Nadie tendría razón de hacerlo. El hombre deposita cuidadosamente un billete en la manita arrugada de la mujer que lo recibe, lo observa, lo acaricia y conforme, saca un momenederito del que comienza a remover algunas monedas. Sus movimientos son lentos. Un impaciente en la fila por fin se atreve a protestar. El hombre detiene el reclamo con una mirada retadora que lapida. La viejita, sin prestar atención a la escena, ofrece el cambio y con una vocecita apenas perceptible da las gracias antes de volver a encorvarse para cargar sus bolsas y continuar su camino. El hombre decide que es momento de avanzar la fila sin despegar la vista de la anciana. Siete pasos adelante se detiene, se levanta las gafas y busca al autor del reclamo. Le sostiene unos instantes la mirada antes de regresar a esta nueva realidad. La ancianita sigue su camino. Nadie conoce su historia para comprender por qué no está encerrada en su casa a resguardo del fantasma de un virus que se rumora ronda entre nostros pero aún nadie ha podido comprobar con una muerte.
 
El silencio sigue flotando en el ambiente y no hay murmullo que se atreva a distender esta incomodidad.

Foto: Punto Medio @PuntoMedioEdo

jueves, 2 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Aguas frescas

Tony y el Moco son hermanos. Venden aguas frescas en un crucero transitado de Cuautitlán Izcalli. Diariamente empujan un carrito de súper mercado con cuatro vitroleros al tope de agua. "No es por nada, tío, pero están bien chidas las aguas. Tamarindo, horchata, limón y sandía. Pura fruta de calidad", dice el Moco con esa habilidad del que se dedica a comerciar en la calle. Su hermano, un poco más reservado, limpia cuidadosamente las cubetas donde traen más aguas preparadas. "El coronavirus nos está poniendo una madriza, tío. De los $1500, $2000 que levantábamos diario, ahorita apenas salen $700. Primero porque no hay gente y segunda porque le han hecho a creer a la gente que se van a contagiar con nuestras aguas. Pues si no es parvovirus, qué no, papi". Tony sonríe al tiempo que muestra un vaso de unicel a un automovilista que se detiene en el semáforo. El conductor le hace una señal afirmativa. El Moco, de inmediato, grita: "tamarindo, horchata, limón o sandía...". Con una destreza inusual, Tony sirve un poco de hielo y luego rellena el vaso con agua, lo pasa a Tony que limpia el vaso y corre hacia el conductor. La sincronía es perfecta. "Ya nos falta menos", dice como queriendo disimular que no pasa nada, que la situación es apenas una pesadilla de la que habremos de despertar aunque no sepamos cuándo.

miércoles, 1 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Gatorades fríos

La ruptura de lo habitual es evidente. El metro San Lázaro se encuentra desierto. Apenas unas veinte personas se encuentran en el andén. Al cerrarse la puerta una mujer de unos sesenta años comienza a ofrecer Gatores fríos. Quienes ocupamos el vagón, la escuchamos con indiferencia. Su discurso no es el de los vendedores habituales, esos que ya tienen maña. No menciona ninguna frase elaborada que atraiga al comprador. La mujer llega al final del vagón y se acomoda en uno de los asientos muy cerca de mi. De inmediato, otra mujer, apenas un poco más joven, ofrece chocolates. Clavo la mirada en la mujer de los Gatorades y veo que en la pequeña bolsa de plástico apenas trae seis o siete botellitas. En la mano trae unas monedas. Comienza a contarlas. La mujer de los chocolates llega al final del vagón. "Vámonos hasta Tepito y ahí de regreso. Lo que salga." La señora de los Gatorades afirma con la cabeza. Tras un breve silencio, dice: "como me hace falta mi trabajo". La mujer es el reflejo de lo que ocurre con millones de personas que durante esta cuarentena tienen que salir a buscar el sustento diario. Preferible morir de coronavirus que de morir de hambre. Al llegar al metro Tepito, las mujeres bajan del vagón. La más joven toma del brazo a su acompañante y caminan hacia los torniquetes. Siento remordimiento por no haber comprado un Gatorade.