Tenía siete años cuando el mago Chen Kai llevó su
espectáculo a mi escuela. En ese tiempo era normal que los magos llevaran sus
shows a las escuelas primarias. Emocionado le pedí a mi mamá para el boleto y
ella sin mostrar desazón removió en su monedero mientras yo le confiaba que aquel
que no pagara tendría que quedarse encerrado en el salón. A la mañana siguiente
la maestra recogió el dinero, nos mostró los boletos y dijo que ella los guardaría
hasta el día del espectáculo. No sea que los pierdan, dijo.
Fue un jueves soleado cuando Chen Kai llegó a la primaria. Faltando
algunos minutos para las diez de la mañana el profesor Arcadio, director de la
escuela, pasó al salón a indicarle a la maestra que nos sacara al patio. La
maestra nos pidió levantarnos de nuestro lugar y hacer una fila dentro del
salón. Tomamos distancia y marcamos el paso antes de marchar hacia afuera. En
la medida que cruzábamos la puerta, la maestra nos entregaba nuestro boleto
mismo que traía impresa la cara del mago y muchas letras que no recuerdo qué
decían. Yo sentía algo en el estómago pues había visto al mago muchas veces en
la televisión pero esta vez sería la oportunidad de verlo en persona, de
cerquita.
La maestra no se había tocado el corazón: en el salón se quedaron
un par de compañeros cuyas madres no pudieron pagar el boleto. El resto,
emocionados, nos acomodamos para homenaje
mientras la expectativa se acrecentaba. “Ya llegó Chen Kai”, recuerdo que gritó
alguien y como impulsados por un resorte, todos saltamos tratando de ver al
mago sin perder la formación. Recuerdo haber visto en la puerta de la dirección
a un señor que no era Chen Kai, al mismo director y a una señorita que nos saludó
con la mano. La maestra nos pidió que nos acomodáramos en el suelo. Las niñas y
los chaparritos adelante, los altos atrás. Tuve la suerte de quedarme entre las
niñas, en primera fila, así que cuando la señorita saludadora salió, micrófono
en mano, a dar la primera llamada, todos festejamos. El hueco en mi estómago se
hizo más grande y el tiempo pareció transcurrir más lento.
Al dar la tercera llamada el profesor Arcadio gritó comenzamos, se escuchó una música muy alta
por el altavoz y la señorita saludadora apareció en el patio vestida con un payasito vistoso para realizar una
coreografía estilo Milton Ghio. Detrás salió Chen Kai vestido de negro. A pesar
de ser un hombre pequeñito a mí me pareció muy grande. Me emocioné y aplaudí
mucho cuando los vi. Recorrió el patio saludando al chiquillero que
furtivamente estirábamos la mano para saludarlo.
No recuerdo con exactitud los trucos que nos mostró pero sí
las cartas, las mascadas, un sombrero, vasos con agua, cajas, jaulas, algún
animalito, fuego, y por supuesto, a la señorita del payasito vistoso. Yo estaba
muy emocionado. En algún momento Chen Kai detuvo el espectáculo para pasar al
frente a un niño o niña bien portados. Por más quieto que me quedé para parecer
niño bueno, no me eligió. Sentí tristeza pero no se cayó mi ánimo. Bastante atento
seguí el truco hasta el final y cuando terminó les aplaudí mucho.
Fueron las dos horas más divertidas de mi vida hasta
entonces. Cuando el mago se despidió, todos gritábamos que queríamos más pero
Chen Kai ya no salió. El director indicó que podíamos romper las filas y disfrutar
nuestro recreo. Y mientras la mayoría corrió a los salones en busca de su torta
o su dinero, yo seguí a la palomilla hasta la dirección. Ahí el mago platicaba
con las maestras y el director.
Durante varios minutos todos nos mantuvimos expectantes afuera
de la dirección. En algún momento, cuando calculábamos que el recreo estaba por
terminar, la puerta se abrió y Chen Kai salió sonriente, saludando a todos pero
sin dejar de caminar. Detrás iba la señorita del payasito vistoso que ahora
llevaba puesto un abrigo café. El mago sólo se detenía cuando alguien le
acercaba una libreta para pedirle un autógrafo. Era una pausa de apenas unos
segundos y después continuaba su camino. Algunos de mis compañeros le buscaban
cosas bajo las mangas del saco, le pedían que les mostrara las bolsas o le
imploraban que los desapareciera y los volviera a desaparecer.
Cuando llegamos a la puerta principal, lugar prohibido para
los alumnos durante el recreo, Chen Kai se despidió. En ese momento sonó el
timbre y casi todos corrieron al patio principal a formarse. Apenas nos
quedamos tres o cuatro rebeldes junto al mago. Firmó los últimos tres
autógrafos y luego volteó a verme. ¿Y tú no quieres un autógrafo, amiguito? -me
preguntó-. En ese momento la timidez se apoderó de mí y sólo agaché la cabeza.
Recuerdo que mientras me hacía una caricia me preguntó si me gustaba la magia,
si me había gustado el show y si conocía a muchos magos. A todo respondí que sí.
¿A qué magos conoces? No recuerdo con exactitud mi respuesta pero imagino que
mencioné a Ari Sandy y Frank. Si me respondes esta pregunta te doy un obsequio,
dijo. En el patio todos ya estaban en formación y yo corría el riesgo de
ganarme un castigo. ¿Quién es el Tigre de la magia? Cristian Crishan, respondí
sin dudarlo, y Chen Kaí apareció en su mano, frente a mis ojos, una cajita y me
la obsequió. Para que hagas magia, me dijo antes de desaparecer.
Don Isidro, muy sonriente, cerró la puerta y me indicó que
corriera a mi salón porque la maestra me iba a regañar. Lo hice a toda
velocidad, rabiando de alegría Cuando entré al salón les mostré a mis
compañeros lo que me había regalado Chen Kai. Todos se sorprendieron y me
pidieron ver la cajita que traía cuerditas y aros de metal pequeñitos, como
anillos.
Nunca supe usar el juego pero durante años mantuve la
ilusión de descubrir la forma de hacer un truco y dar el primer paso para
convertirme en mago. Un día, sin embargo, desistí como posteriormente lo haría de
casi todos los oficios con los que soñaba hacerme famoso. Otro día les contaré.