lunes, 19 de agosto de 2019

El Rostro de una Migrante.

Dubraska Eliud Fuenmayor Olivares es venezolana y desde hace varios años se vio obligada a migrar a otro país debido a las condiciones en que se encuentra su país. Colombia la adoptó aunque le ha cobrado a su manera cada día de estancia. En ese país perdió parte de su identidad: la profesión que se forjó en Venezuela allí no vale. A cambió ha tenido que cuidar niños, hacer y vender comida, trabajar en restaurantes de cadena, entre otras cosas. En Colombia se disolvió su matrimonio, una historia que paradójicamente tiene más tintes de comedia negra que de tragedia. Tras este hecho la posibilidad de regresar a Venezuela fue más una obligación legal que una decisión. Pero no. Dubraska es aferrada, recia y obstinada. La idea de ser el sostén de su familia, con las limitaciones que esto representa, se mantuvo presente. Di seguimiento a las vicisitudes que corrió al encontrarse sola en un país ajeno. Sola, con más problemas que oportunidades y sin embargo, parece que la vida le sonríe pues constantemente sale avante de sus problemas.

Darle seguimiento a la historia de Dubraska como migrante, ha sido una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido. No es la típica historia de sufrimiento que normalmente he conocido de otras personas, por el contrario, dentro de cada hecho adverso median lecciones precedidas de risas que un día encontrarán una retribución.

A principios de este año, María Isabel Sánchez Reyna, a través de Melchor López, me hizo la invitación para participar en Rostros en la oscuridad, Migrantes. Aunque mis primeras opciones para abordar la temática se dirigieron a Estados Unidos y Europa, decidí voltear a sudamérica por el sólo hecho de conocer a Dubra mucho antes de que Hugo Chávez comenzara a derrumbar ese país. No es una afirmación mía, me lo dicen las tres historias que tengo de primera mano con personas oriundas de ese país. No me meteré en honduras, esa es otra historia.

En el texto La Ausente, publicado en este ejemplar de Rostros en la Oscuridad, Dubraska afirma: "esta vida es una constante sacudida en la que a todos los migrantes nos toca hacer todo de nuevo... Ya me acostumbré a hacer la ausente, la que se pierde lo que ocurre dentro de la familia... la que se extraña en las pérdidas."

El temor que envolvió los dichos de Dubra para esta entrevista y que se volvieron recurrentes el último año, se hizo realidad esta mañana: Luis, su padre, falleció.

Personalmente experimenté un dolor que no creí sentir jamás, pero ¿qué puedes esperar si he encontrado en Dubraska a una cómplice pero sobre todo, a una amiga?

No existen en este momento las palabras que puedan aliviar el dolor que ella se encuentra experimentando. No existe nada que repare su pérdida. Sé, únicamente, que ha llegado el momento de migrar... una vez más.

¡Fuerza!




viernes, 9 de agosto de 2019

Vecinos organizados.

Caminaba con paso tranquilo hacia mi casa cuando repentinamente una vecina se interpuso en mi camino. "Se metieron a la casa de Miriam". Alertando mis sentidos, agucé la vista hacia el horizonte y escuchando de fondo una horrenda canción del movimiento alterado-arremangado me encontré con una escena muy familiar a la de las películas de los Hermanos Almada: tres patrullas con las torretas encendidas, policías armados flanqueando a sus compañeros que escalaban los muros y recorrían las azoteas, vecinos agrupados en corrillos haciendo gala de su habilidad para comunicarse vía teléfono celular, señoras horrorizadas, niños comiendo papas fritas y perros ladrando. "Gracias por avisarme", le dije al tiempo que ella me instaba a unirme a la turba: "al parecer el hombre sigue adentro de la casa. ¡Apúrate!"

Entendí la indirecta y como lo haría cualquier súper héroe, caminé hacia mi casa, abrí la puerta con toda tranquilidad, deposité mi mochila en su lugar, bebí agua, miré el reloj, hice cálculos matemáticos precisos, conté hasta veintidós, fui al baño, me lavé las manos y acto seguido salí con paso decidido a enfrentar a las oscuras fuerzas del mal que en el último año han azotado con saña la estabilidad de mi calle.

- ¿Qué pedo? ¿Qué pasó ahora? -pregunté con familiaridad a Carlitos, el vecino más chispa de la comarca.
- Se metieron otra vez a esa casa -respondió.
- Dicen que el ladrón todavía está dentro -terció con precisión una de las vecinas que gusta dar informes a la menor provocación.

En ese momento los policías cortaron cartucho. Todos nos pusimos alerta. Gritos, chiflidos, voces. Carlitos y yo nos escondimos detrás de un frondoso árbol de durazno y aprovechamos la confusión para cortar unas cuantas frutas.

- ¡Están verdes! -dijo él.
- ¡El mío está bien dulce! -presumí al tiempo que se lo entregaba para que lo mordiera.
- ¡Éste está bien bueno! 
- Mira, los de esa rama se ven amarillitos. ¡Córtalos!

Falsa alarma.

De pronto los vecinos se arremolinaron en torno a una de las patrullas. Miriam estaba desesperada. Se le notaba la impotencia en la mirada. Es la segunda vez que se meten a su casa, pensé. A petición de ella los vecinos decidimos colocar alarmas en la calle, alarmas que vale aclarar han servido para maldita la cosa pues cuando han sonado, han sido parte de las bromas de algún gracioso o falsas alarmas. La vez que necesitamos que sonaran no ocurrió. La vecina que tiene instalado el altavoz en su casa, lo desconectó porque el bromista no paraba de accionar el botón. Aquel día, 9 de mayo, saquearon una casa que además tenía instalado un sistema de circuito cerrado. Los ladrones encontraron el CPU y se lo llevaron como parte del botín. En esa misma semana fueron saqueadas al menos tres casas en distintas calles.

Nos tienen bien estudiados, se atrevió a decir don Charlie, quien antes que ser un genio es un pesimista natural. Comenzamos a revisar los sucesos de las últimas semanas y a analizar a diversos personajes que han tocado a nuestras puertas. Unos mencionaron a los más lógicos, a esos desarrapados que mona en mano suelen caminar diariamente por nuestra calle o a los que nosotros ya sabemos que le dan duro a "la uña" y el "talón". Yo contribuí sospechando del señor que muy amable toca cada tercer día en las casas ofreciéndose a lavar los carros. Sí, ese mismo que se ofrece a lavar carros incluso en aquellas casas donde no hay carros. O en los dos empleados de televisión por cable que pasan dos o tres horas metidos en su carro con el celular en la mano. En ese momento los policías recibieron una alerta por radio: otro robo a casa habitación en una calle cercana. Como si se tratara de un grupo de reacción inmediata los policías subieron a sus patrullas y desaparecieron del sitio.

En sucesos como éste mis vecinos son gustosos de armar borlote pero no tienen un protocolo. Pensemos -le dije a Carlitos- que el ladrón estuviera adentro de la casa, ¿qué hubieran hecho?

- Lo linchamos -respondió enseguida.
- ¿Y si el cabrón viene armado? ¿Si trae una pistola?
- No, pues sí. Nos plomea antes de tocarlo.
- Y ve, todos estamos aquí haciendo bolita y nadie trae ni siquiera un palo de escoba o una resortera.

Nos reímos.

Una vecina que es viejita se desbordó en llanto. Su temor es que ella vive sola y nadie está al pendiente. Sus miedos están fundados en los capítulos de La ley y el orden y CSI. Mientras otros vecinos se acercaban a consolarla Carlitos y yo aprovechamos para desaparecer. Chelita, que es todo un caso, nos esperaba gustosa para recibir el último reporte. "Estamos bien pendejos", acoté sin compasión mientras veía a su hijo y esposo correr de un lado a otro con el teléfono en la mano. "Imagínate que nuestras únicas armas son los teléfonos celulares. El ladrón, si está entre nosotros, ha de estar meado de risa". Chelita me observó atenta y sonrió. Carlitos y yo seguimos nuestro camino hasta donde Don Marco, que todavía no cumple 40 años pero ya es abuelo, celebraba una fiesta con muchas caguamas.

Son las 23.58 horas y los vecinos aún tienen las luces de sus patios encendidas. Sé que algunos las dejarán así y otros se levantarán por la madrugada a pagarlas. Nadie ha caído en la cuenta que los robos han sido a plena luz del día, entre las 11 de la mañana y las 4 de la tarde. Creo que en la siguiente junta de vecinos se los tengo que recordar. Eso y que ya está por terminarse el año y no hemos organizado la noche mexicana, el altar a los muertos y el rol de las posadas.

Somos pendejos y desorganizados, no hay más.

viernes, 14 de junio de 2019

Nota para el refrigerador







Traigo muy apretados los cordones de tu recuerdo, tanto que ya no me dejan caminar en paz.

lunes, 3 de junio de 2019

Café Tacvba


Lo reconozco: ¡nunca me gustó Café Tacvba!

El recuerdo más lejano de mis días como preparatoriano tiene que ver con aquellas fiestas donde los que llegaban temprano comían papitas y tomaban refresco, participaban en juegos de mesa  mientras cantaban canciones como Las batallas, Rarotonga, La chica banda y Las persianas. Después, únicamente se limitaban a bailar cumbias antes de ser desterrados por quienes llegaban a poner el desorden a punta de bravuconerías, alcohol barato y canciones de Nirvana. Con éstos es con quienes me identificaba.

En mi memoria existe la imagen de un sujeto al que apodábamos Screetch que cantaba las canciones de Café Tacvba mientras movía su cuerpo larguirucho y agitaba su crespa cabellera. Verlo aplaudir y cantar me resultaba una molesta gracejada. Pero él lo disfrutaba y en ese momento yo no lograba entender la razón. A mí simplemente el grupo me cagaba y pasarían varios años antes de atreverme a escuchar un disco completo de la banda.

    *     *     *

Es 3 de junio de 2019 y gracias a un paro masivo de taxistas estoy dentro de un Mix Up. El panorama en la tienda es desolador. Hasta hace medio año el anaquel que resguardaba los discos de heavy metal estaba en un lugar privilegiado al que únicamente algunos privilegiados teníamos acceso. Hoy tristemente apenas ocupa un espacio donde convive con el pop en inglés y el rock en español. Sin poder encontrar algo que realmente valga la pena me dirijo a la sección de libros esperando encontrar el nuevo de Carlos Velázquez: Aprende a amar el plástico. “No lo tenemos, señor”, me dice un hombre que puede ser mi papá pero que porta con aire juvenil su horrendo uniforme. A punto de emprender la retirada me llama la atención un libro grueso con una portada horrible: Bailando por nuestra cuenta. Café Tacvba. La historia oficial. Titubeo. El precio me dice que es una verdadera ganga pero, ¿Café Tacvba? Dejo el libro en su lugar y camino hacia otra sección de la tienda.

Mientras caigo en la cuenta que los vinilos de José José son más caros de que los Kiss o The Cure pienso en cuanto me he divertido leyendo la columna semanal de Joselo Rangel en el Excélsior y que gracias a ella me comenzado a sentir ciert afinidad con el grupo. O las veces que he releído One hit wonder, su libro de relatos que está entre mis preferidos. Reconozco que disfruté mucho la antología de relatos A través de las persianas, publicada por Marvin y donde los relatos de Raquel Castro, Paola Tinoco, Paul Medrano y Arturo J. Flores, son mis preferidos. Pienso también en que ya estoy un tanto grande para dejarme llevar por mis prejuicios y andarme con mamadas, así que regreso y sin flaquear tomo el libro y me dirijo a la caja. Acto seguido salgo de la tienda y aguardo el primer pretexto para abrirlo y comenzar a leer.

Mi primera decepción viene cuando me doy cuenta de que se trata de un libro construido a través de horas de entrevistas. Imagino que son retazos de aquello que alguna vez se publicó en revistas o periódicos. Abandono el libro por varias horas y le doy una segunda oportunidad hasta la noche cuando Netflix me aburre.

En la medida en que voy leyendo la presentación escrita por Enrique Blanc –autor del libro–, el prólogo de Rogelio Villareal y una carta que Gustavo Santaolalla les dedicó para este material, voy haciendo clic con las preguntas y aún más con las respuestas. Tengo la impresión que mucho de lo dicho por cada uno de los tacubos ya lo he leído o escuchado en otro lado. Tal vez sea por Joselo. Sin darme cuenta es casi media noche. A punto de irme a dormir encuentro una referencia importante: en la página 34 Blanc pregunta el motivo por el que para la banda es importante una tocada en El hijo del cuervo, a lo que Rubén responde que es el punto de partida del grupo. Líneas más adelante menciona que esa fecha es el 3 de junio. ¡Hoy hace  treinta años!

La casualidad me parece hermosa y debo documentarlo. Abandono el libro y enciendo la computadora. Aunque tengo ganas de dormir me emociona relatar esta casualidad. Creo que hay algo que sí me une a Café Tacvba y no lo sabía.

(Continuará...)

sábado, 18 de mayo de 2019

Vivir salir


"Que difícil puede resultar vivir en un lugar así, en un hogar así,
donde vale mas la pena que reír y desear estar feliz,
y desear vivir feliz..."

He sido un entusiasta seguidor de Rocko Arroyo desde hace varios años cuando Gerardo Meneses Díaz me lo presentó en la FES Aragón. Atrás había quedado la etapa de la Stupid Band porque lo nuevo era ExpeRiMentO, una banda de blues y rock que traía a cuestas un disco (que en realidad era libro), un discurso y el talento de varios sujetos amorosos por lo que hacen hasta hoy.


Además de la Stupid y el ExpeRiMentO, seguí a Rocko en otros proyectos como Circo Majareto y Engrudo Volcánico. Repentinamente, como suele pasarme con la gente que aprecio, Rocko se me perdió. Afortunadamente existe Facebook y gracias a ello supe que se encontraba trabajando muy duro en asuntos de producción musical.

Hace unas noches, cuando el insomnio me acorraló, decidí meterme a su perfil para ponerme al corriente. Supe que iba a sacar el video de una canción y para tal suceso habría un toquín con buenos camaradas. Ocurrió anoche en el Bar Karuzo de la ciudad de Puebla. Debido a la cantidad de compromisos previamente contraídos con mi sofá no pude asistir pero me mantuve a la expectativa.

Hace un rato vi el video de Vivir salir en YouTube. Me agradó. Lo posteé en mi muro de Facebook, en Twitter, lo envié por Whatsapp y pregunté opiniones a quienes lo vieron. Afortunadamente muchos conectaron con la canción, por lo que aquí se los muestro. Ojalá a ustedes también les guste.


viernes, 17 de mayo de 2019

El Mago Chen Kai


Tenía siete años cuando el mago Chen Kai llevó su espectáculo a mi escuela. En ese tiempo era normal que los magos llevaran sus shows a las escuelas primarias. Emocionado le pedí a mi mamá para el boleto y ella sin mostrar desazón removió en su monedero mientras yo le confiaba que aquel que no pagara tendría que quedarse encerrado en el salón. A la mañana siguiente la maestra recogió el dinero, nos mostró los boletos y dijo que ella los guardaría hasta el día del espectáculo. No sea que los pierdan, dijo.

Fue un jueves soleado cuando Chen Kai llegó a la primaria. Faltando algunos minutos para las diez de la mañana el profesor Arcadio, director de la escuela, pasó al salón a indicarle a la maestra que nos sacara al patio. La maestra nos pidió levantarnos de nuestro lugar y hacer una fila dentro del salón. Tomamos distancia y marcamos el paso antes de marchar hacia afuera. En la medida que cruzábamos la puerta, la maestra nos entregaba nuestro boleto mismo que traía impresa la cara del mago y muchas letras que no recuerdo qué decían. Yo sentía algo en el estómago pues había visto al mago muchas veces en la televisión pero esta vez sería la oportunidad de verlo en persona, de cerquita.

La maestra no se había tocado el corazón: en el salón se quedaron un par de compañeros cuyas madres no pudieron pagar el boleto. El resto, emocionados, nos acomodamos para homenaje mientras la expectativa se acrecentaba. “Ya llegó Chen Kai”, recuerdo que gritó alguien y como impulsados por un resorte, todos saltamos tratando de ver al mago sin perder la formación. Recuerdo haber visto en la puerta de la dirección a un señor que no era Chen Kai, al mismo director y a una señorita que nos saludó con la mano. La maestra nos pidió que nos acomodáramos en el suelo. Las niñas y los chaparritos adelante, los altos atrás. Tuve la suerte de quedarme entre las niñas, en primera fila, así que cuando la señorita saludadora salió, micrófono en mano, a dar la primera llamada, todos festejamos. El hueco en mi estómago se hizo más grande y el tiempo pareció transcurrir más lento.

Al dar la tercera llamada el profesor Arcadio gritó comenzamos, se escuchó una música muy alta por el altavoz y la señorita saludadora apareció en el patio vestida con un payasito vistoso para realizar una coreografía estilo Milton Ghio. Detrás salió Chen Kai vestido de negro. A pesar de ser un hombre pequeñito a mí me pareció muy grande. Me emocioné y aplaudí mucho cuando los vi. Recorrió el patio saludando al chiquillero que furtivamente estirábamos la mano para saludarlo.

No recuerdo con exactitud los trucos que nos mostró pero sí las cartas, las mascadas, un sombrero, vasos con agua, cajas, jaulas, algún animalito, fuego, y por supuesto, a la señorita del payasito vistoso. Yo estaba muy emocionado. En algún momento Chen Kai detuvo el espectáculo para pasar al frente a un niño o niña bien portados. Por más quieto que me quedé para parecer niño bueno, no me eligió. Sentí tristeza pero no se cayó mi ánimo. Bastante atento seguí el truco hasta el final y cuando terminó les aplaudí mucho.

Fueron las dos horas más divertidas de mi vida hasta entonces. Cuando el mago se despidió, todos gritábamos que queríamos más pero Chen Kai ya no salió. El director indicó que podíamos romper las filas y disfrutar nuestro recreo. Y mientras la mayoría corrió a los salones en busca de su torta o su dinero, yo seguí a la palomilla hasta la dirección. Ahí el mago platicaba con las maestras y el director.

Durante varios minutos todos nos mantuvimos expectantes afuera de la dirección. En algún momento, cuando calculábamos que el recreo estaba por terminar, la puerta se abrió y Chen Kai salió sonriente, saludando a todos pero sin dejar de caminar. Detrás iba la señorita del payasito vistoso que ahora llevaba puesto un abrigo café. El mago sólo se detenía cuando alguien le acercaba una libreta para pedirle un autógrafo. Era una pausa de apenas unos segundos y después continuaba su camino. Algunos de mis compañeros le buscaban cosas bajo las mangas del saco, le pedían que les mostrara las bolsas o le imploraban que los desapareciera y los volviera a desaparecer.

Cuando llegamos a la puerta principal, lugar prohibido para los alumnos durante el recreo, Chen Kai se despidió. En ese momento sonó el timbre y casi todos corrieron al patio principal a formarse. Apenas nos quedamos tres o cuatro rebeldes junto al mago. Firmó los últimos tres autógrafos y luego volteó a verme. ¿Y tú no quieres un autógrafo, amiguito? -me preguntó-. En ese momento la timidez se apoderó de mí y sólo agaché la cabeza. Recuerdo que mientras me hacía una caricia me preguntó si me gustaba la magia, si me había gustado el show y si conocía a muchos magos. A todo respondí que sí. ¿A qué magos conoces? No recuerdo con exactitud mi respuesta pero imagino que mencioné a Ari Sandy y Frank. Si me respondes esta pregunta te doy un obsequio, dijo. En el patio todos ya estaban en formación y yo corría el riesgo de ganarme un castigo. ¿Quién es el Tigre de la magia? Cristian Crishan, respondí sin dudarlo, y Chen Kaí apareció en su mano, frente a mis ojos, una cajita y me la obsequió. Para que hagas magia, me dijo antes de desaparecer.

Don Isidro, muy sonriente, cerró la puerta y me indicó que corriera a mi salón porque la maestra me iba a regañar. Lo hice a toda velocidad, rabiando de alegría Cuando entré al salón les mostré a mis compañeros lo que me había regalado Chen Kai. Todos se sorprendieron y me pidieron ver la cajita que traía cuerditas y aros de metal pequeñitos, como anillos.

Nunca supe usar el juego pero durante años mantuve la ilusión de descubrir la forma de hacer un truco y dar el primer paso para convertirme en mago. Un día, sin embargo, desistí como posteriormente lo haría de casi todos los oficios con los que soñaba hacerme famoso. Otro día les contaré.

lunes, 15 de abril de 2019

Pesadilla en la tienda del infierno

Tuve un sueño que me inquietó sobremanera.

Por alguna circunstancia difícil de comprender, me encontraba haciendo fila para cambiar un cheque. El lugar, sin embargo, no era un banco sino una tienda tipo MixUp. La condición para cambiar el cheque era simple: consumir los productos del establecimiento y para eso se tenía que realizar un trámite engorroso con una señorita ataviada con un uniforme azul y mascada al cuello, como usualmente visten las señoritas de las tiendas Telmex.

Debido a que estoy clasificado como un idiota para realizar todo tipo de movimientos bancarios (la última vez que en la vida real firmé algo dentro de un banco casi pierdo el auto), le pedí de favor a una mujer nalgona y de prominente escote, que en el sueño se ostentaba como mi esposa, que realizara los trámites correspondientes mientras yo caminaba por los pasillos de la tienda eligiendo diferentes productos que seguramente no necesitaba pero a mí me iban a hacer muy feliz. Primero escogí algunos libros como el Diario Íntimo de un Guacarróquer, de Armando Vega-Gil (cuya muerte me hizo lamentar haberlo prestado a alguien que no sabe apreciar el valor de un libro) y varios ejemplares de la editorial española Es Pop que hasta este día no he podido comprar.

Posteriormente entré a una sección donde había revistas viejas. Miles de revistas como Conecte y La Mosca en la Pared, todas cuya temática central es el rock. Eché algunas decenas en mi carrito pensando que la señora nalgona que seguía dialogando con la cajera seguramente me haría elegir entre su amor marital y cúmulo de papel ocre y de aroma rancio. No tendría problema en hacer una elección, pensé mientras echaba otras cuantas revistas nomás por joder.

Lo emocionante vino cuando ingresé en la sección de música. Había viniles, cassettes y discos compactos acomodados en anaqueles estilo Sodimac. Discos que siempre quise tener pero que la pobreza adolescente no me permitió ni siquiera tocar. Después entré a un espacio tipo antesala del infierno pues había música de Marilyn Manson (el más fresita), Rob Zombie, Glen Benton, Varg Vikernes y G. G. Allin, entre otros. Pura lindura. Repentinamente a la tienda entraba Juan Brujo con su banda alterna cuyo nombre vi impreso en una manta pero no logro recordarlo. En ese momento me enteré que se desarrollaría una firma de autógrafos. Juan Brujo, hay que decirlo, no iba con su característico chaleco de piel, gorra y paliacate de la bandera de México cubriéndole la cara sino que portaba un atuendo similar al del Cardinal Copia (Ghost) pero en azul clarito. En algún momento del sueño me topé con Jeff Walker quien estaba saludando a los que estaban en los pasillos. Cuando me disponía a tomarme un auto retrato con él, Juan Brujo sacó un machete y al grito de “división del norte” los miembros de su banda comenzaron a cortar las cabezas de los que se encontraban cerca.

Yo, completamente culiconstricto, veía a Jeff Walker convertido en zombi así que corría hacia la salida para salvar mi vida. Cuando estaba a unos metros de cruzar la puerta recordé a la mujer que se encontraba en la caja. ¡En la madre! No podía dejarla allá, después de todo si el sueño era cierto, mi esposa estaba a punto de ser destripada por una horda de zombis. Con todo el dolor de mi corazón tuve que detenerme y volver mis pasos hacia donde se encontraba. En mi regreso veía a los “brujerios-ghost-asgardian” macheteando cadáveres y comiendo tripas. El soundtrack de fondo para la masacre era la canción Evisceration Plague, de Cannibal Corpse. El volumen era aún más terrorífico que la matanza. Lo curioso es que mientras corría en mi camino aparecían subtítulos para poder cantarla. ¡Una total locura!

Por fin, cuando estaba a punto de desfallecer, veía a la mujer nalgona charlando despreocupadamente con la señorita cajera. Seguro le decía: “este hombre no sabe nada así que dame el dinero en efectivo.” En ese momento ella volteaba a verme, sonreía y me lanzaba un beso de esos que llevan impresos el sello de Judas Iscariote. En ese momento entendía que el carrito con todas mis compras se encontraba en un pasillo lejano a merced de los zombis. No dudé que alguien aprovecharía la confusión para robar mis productos (el zombi de Nicholas Barker, imagino). Sin dudarlo, opté por dejar a mi esposa espuria y correr por mis tesoros. Corría más que Forrest Gump cuando lo querían madrear porque detrás de mí ya venían decenas de zombis con atuendos de heavy metaleros venidos a menos. Muy pobrecitos, la verdad. Cuando estaban a punto de ganarse mi cabeza y mis tripas y yo había resuelto desfallecer a la ley del machete, vi el carrito con todos mis libros, revistas y discos intacto. Sentí una alegría tremenda, de esas que no se pueden sentir en la vida real.

Y sí, querido lector, como suele ocurrir en los finales comunes de los sueños más chingones, cuando estaba a punto de salvar mis compras a alguien se le ocurrió tirar una cacerola en la cocina haciendo un ruido que me despertó. ¡Puerca miseria! Por más que intenté dormirme nuevamente para retomar el sueño, no lo logré así que resolví levantarme, encender la computadora y escribir lo ocurrido no tanto para compartirlo sino para analizarlo con más calma e intentar descubrir pistas sobre el futuro venidero.