martes, 31 de marzo de 2020

Diario de cuarentena. No vendes piñas

"¡Sesenta pesos!" exclama con alarma la mujer al tiempo que vuelve a dejar la piña en su lugar. "No, Victor así no vas a vender nada y las vas a terminar tirando". El rostro del hombre es de preocupación cuando observa que las personas comienzan a dejar varias frutas en el lugar al escuchar los precios. "No les estoy ganando nada, señora" repite una y otra vez el hombre cada vez que las personas le preguntan los precios. "Ahorita la gente no viene por kilos o medios kilos. Vienen por una o dos piezas. Dos mangos, un aguacate, la pencamás chiquita de plátanos, tres naranjas, cuatro mandarinas, un meloncito. Para mi también las cosas están duras porque yo estoy dando al precio." Doña Luz, la dueña de la cocina económica más cercana comienza a comprar algunas cosas. Paga casi $300. Se queja pues dice que no puede aumentar el precio de las comidas pero apenas recupera lo de la inversión. "Lo que estoy haciendo es que le estoy echando más agua a los frijoles y menos fruta al agua", dice divertida. La gente festeja su comentario y se desata una retahila de comentarios jocosos.

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En la tienda que se encuentra frente a la verdulería de Víctor, las piñas están entre los $20 y los $35. La gente ha corrido el rumor y Víctor tuvo que bajar el precio de las piñas a $40 porque son un poco más grandes que las que ofrecen en la tienda.

lunes, 30 de marzo de 2020

Diario de cuarentena. Persignada.

Doña Hortensia tiene 82 años. Los últimos cuatro los ha trascurrido en los alrededores del parque Revolución, en el centro de Naucalpan. Su herramienta de trabajo son dos banquitos plegables y una canasta de mimbre percudido en la que reposan golosinas y cigarros. Diariamente, la señora se traslada caminando desde la colonia San Luis Tlatilco para alcanzar lugar. "Ya está muy competido. Antes nada más vendíamos otras dos señoras y yo. Ahora están los puesteros, las muchachas que venden dulces, gelatinas, churros; los muchachos de las aguas, los de la fruta. También los que venden libros. Sale pa' todos pero más poquito", dice con cierta angustia mientras acomoda con ansiedad los dulces que están al centro de la canasta. "Con esto de la cuarentena casi no hay ventas. Yo de por sí no saco mucho. Ahorita apenas unos 50 pesos diarios. Con eso no come uno." La señora regresa la mirada a una carpeta para tortillas que se encontraba bordando a mi llegada. "A mí me hacen fuerte los niños de las escuelas pero ahora no hay escuelas. Todo está muerto." La señora me dice que solía llegar a las 9 de la mañana a su lugar de venta, cuando el solecito comienza a calentar. Ahorita llega a las 8 y se va a las 8. Pero no hay gente. El silencio de doña Hortensia se prolonga por varios minutos. Me incomodo. Busco en la canasta algo que motive mi solidaridad. Tomo unos chicles y unos chocolates. "Son veinte pesitos, joven. Que diosito se lo pague y lo lleve con bien", la escucho decir mientras la observo realizar el ritual de la señal de la cruz sobre su rostro. Son las 3:43 de la tarde.

domingo, 29 de marzo de 2020

Diario de cuarentena. Home classroom

Sony espera a alguien en la puerta de su casa. Sonriente como es habitual, me saluda. "De lejitos, por la sana distancia", me advierte cuando nota que mis pasos toman dirección hacia ella. "Estoy esperando al hijo de Mariela. Es que le estoy dando clases particulares", me dice mientras se acomoda la ropa en un instinto habitual en ella. Le gusta estar presentable para el trabajo. "Como ahorita no hay clases, la escuela donde trabajo ya no nos pagó esta semana según porque no hay dinero. Según. Pero a los alumnos les cobraron la colegiatura de todo el mes. Le platiqué a Mariela y ella me ofreció $30 pesos diarios por ayudarle a su hijo a hacer las tareas que le encargaron en la escuela. Es un montón de trabajo. Al tercer día me trajo a otros dos chamaquitos, hijos de sus amigas. Para que te salga, me dijo. Ya tengo cinco. No es mucho dinero y sí es mucho trabajo pero ya es una ayudita". Sony es psicóloga y desde hace dos años trabaja en una preparatoria abierta. Su sueldo en esa escuela le permite costear sus gastos mientras termina la maestría, después ya tratará de encontrar un trabajo con mayor estabilidad y que le generé un mejor ingreso. "El problema es que yo también tengo que cubrir la colegiatura de mi escuela a mas tardar el día 5 y este trabajito a lo mucho será hasta el viernes porque luego empiezan las vacaciones de semana santa. Si bien me va luego serán otras dos semanas." Sony no pierde la sonrisa. Su optimismo contrasta con la quietud de la calle. "Espero que la cuarentena no se prolongue en mayo porque ahí sí, no sé qué voy a hacer". La puerta de Mariela se abre intempestivamente. Mario sale corriendo a toda velocidad con la mochila en la espalda, atraviesa la calle y se enfila hacia donde se encuentra Sony que lo recibe con un buenos días y un beso volado como saludo. Mientras Mariela le dice lo que trae de comida y el trabajo que tiene que entregar, llegan otros dos niños con sus madres. Ambas saludan. Los niños hacen una fila dejando un pasito de distancia entre uno y otro. Mi presencia sobra. Me alejo despidiéndome de ellas y deseándoles un buen día.