lunes, 30 de marzo de 2020

Diario de cuarentena. Persignada.

Doña Hortensia tiene 82 años. Los últimos cuatro los ha trascurrido en los alrededores del parque Revolución, en el centro de Naucalpan. Su herramienta de trabajo son dos banquitos plegables y una canasta de mimbre percudido en la que reposan golosinas y cigarros. Diariamente, la señora se traslada caminando desde la colonia San Luis Tlatilco para alcanzar lugar. "Ya está muy competido. Antes nada más vendíamos otras dos señoras y yo. Ahora están los puesteros, las muchachas que venden dulces, gelatinas, churros; los muchachos de las aguas, los de la fruta. También los que venden libros. Sale pa' todos pero más poquito", dice con cierta angustia mientras acomoda con ansiedad los dulces que están al centro de la canasta. "Con esto de la cuarentena casi no hay ventas. Yo de por sí no saco mucho. Ahorita apenas unos 50 pesos diarios. Con eso no come uno." La señora regresa la mirada a una carpeta para tortillas que se encontraba bordando a mi llegada. "A mí me hacen fuerte los niños de las escuelas pero ahora no hay escuelas. Todo está muerto." La señora me dice que solía llegar a las 9 de la mañana a su lugar de venta, cuando el solecito comienza a calentar. Ahorita llega a las 8 y se va a las 8. Pero no hay gente. El silencio de doña Hortensia se prolonga por varios minutos. Me incomodo. Busco en la canasta algo que motive mi solidaridad. Tomo unos chicles y unos chocolates. "Son veinte pesitos, joven. Que diosito se lo pague y lo lleve con bien", la escucho decir mientras la observo realizar el ritual de la señal de la cruz sobre su rostro. Son las 3:43 de la tarde.

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