miércoles, 13 de abril de 2022

El trágico accidente del pastel

Hoy tuve mi primera asamblea sindical como representante de mi zona. Supe lo que es ser extranjero en mi propia tierra y entendí cómo el poder político ciega las entendederas de quienes un día consideré los seres más lúcidos en mi gremio. Pero todo eso me valió rete harta madre cuando reparé en la fuerte lluvia y en qué no traía suéter.

Mientras los delegados intentaban dirimir minucias del siglo pasado a través de una lamentable votación aún más caduca que las ideas democráticas que dicen combatir, mis pensamientos se concentraron en las goteras que aparecieron en los plafones. ¡Vale madres, justo hoy! Amo las lluvias, pero no cuando cargo documentos del trabajo en una mochila sin nailon.

Tras un par de horas de ríspidos alegatos, mi compañera delegada me tomó de la mano y con evidente nerviosismo pregunto: ¿cómo me voy a ir? La respuesta se me dejó absorto pues repentinamente reparé que ella es quien trae automóvil. Dudé.

-Es que me da miedo manejar cuando llueve. Me pongo muy nerviosa.

En ese momento los nervios me llovieron a mí. Esperando que la lluvia amainara, pensé en decenas de posibilidades para no mojarme. Para nublar mi preocupación ocupé dos de mis sentidos en los asuntos generales que ya se leían.

Mi compañera me pidió manejar. ¿Acaso está mujer no sabe lo que me está pidiendo? Calculé en días y semanas el tiempo que llevo sin agarrar un carro por obligación. La última vez puse en riesgo la vida de todos aquellos que tuvieron la desdicha de cruzarse en mi camino. Al ver su carilla al borde del llanto, quise llorar también. "Dame las llaves." Y como cualquier pelagatos que no tiene la mínima intención de quedar mal, ajusté el asiento, acomodé el cinturón de seguridad, moví espejos laterales y retrovisor, calculé mis movimientos como si fuera un piloto aviador y encendí el motor. No acostumbro a santiguarme, pero si sugerirle al copiloto que, como parte de su seguro de vida, se haga la señal de la santa cruz. Una hora después dejé a mi compañera frente a casa de su hermana y yo me dispuse a recorrer un trayecto de media hora de regreso para poder abordar el transporte a casa. Hasta la copiosa llovizna se me olvidó.

Con un atraso de una hora abordé la combi hacia mi comunidad. Las señoritas que trabajan en Plaza Satélite inundaron de perfume el interior de la vagoneta mientras un hombre subió cargando dos panqués y un hermoso pastel que no omito decir, me hizo salivar.

Tal vez el pastel era un obsequio porque además de bonito y apetitoso, iba coronado con un moñito de dulce igual de antojable. Mientras escribía mensajes y repasaba los memes del día, de vez en cuando echaba una ojeada a esa torta que supuse rellena de frutas frescas y bañado en la cantidad de leches necesarias para darle el toque mágico. La desesperación en que nos sumió el tráfico hizo que pronto me olvidará de saborearlo, aunque reconozco que mis tripas ya fraguaban una protesta que no pasaba desapercibida para mí compañera de asiento.

Y entonces ocurrió: el hombre que cargaba los panqués y el pastel osó dormitar y en algún momento la reacción de su cuerpo lo hizo aflojar la mano derecha lo que generó que el pastel fuera a estrellarse contra el piso del vehículo. La reacción de todos fue un lastimoso "¡ah!" El hombre observó la consecuencia de su descuido y de inmediato intento limpiar el desaguisado. Mientras una mujer le ayudaba sosteniendo los panqués y otra le daba una bolsa, yo no podía dejar de lamentar el accidente.

Después de ese momento, todos en la combi (que no es combi, pero así le decimos) nos limitamos a observar la huella de crema, nueces y fruta que quedó en el piso, tal vez imaginando una mejor suerte para ese pastel de haber sido nosotros los responsables de su cuidado.

Ni modo.

La vida no siempre es justa y en casos como este es cuando creo en las palabras de mi abuelita cuando decía que no viéramos lo que no nos pertenecía, pues la envidia era más poderosa y siempre traía tragedias.

¿Qué hay más trágico que un pastel en el suelo a causa de una dormitada? Tal vez ustedes no lo entiendan, pero yo sí.

Sé que les vale madre, pero se los quería contar.