miércoles, 29 de septiembre de 2021

Crónicas en la Sputnik Dos

A principios de mes encontré que mi libro Crónicas pestilentes fue reseñado en la revista Sputnik Dos, gracias a la mano privilegiada de Ivanna Martínez.
Échenle un lente y anímense a comprar un ejemplar. Van: Sputnik dos



miércoles, 1 de septiembre de 2021

Ansiedad

 

No sé definir qué es un día normal, pero lo asocio con despertar temprano y dar vueltas en la cama durante unos minutos antes de saltar directo a darme una ducha. No sé qué tan normal es tomar un desayuno como si fuera la comida y después salir a trabajar durante las siguientes diez horas. He repetido esa rutina los últimos 25 años, con excepción de las temporadas de vacaciones y para mí no hay nada extraordinario. Vivir implica estar satisfecho con lo que se hace, no tener sobresaltos y cubrir todas las necesidades básicas sin tener que tronarse los dedos. Apegado a esas premisas, mi vida es simple y normal. 

Mientras lo pienso, observo el reloj. Son las 3.00 a.m. Visualizo bosques y pajaritos, como lo sugirió Johana, y hago ejercicios de respiración como lo aprendí en terapia. Nunca he logrado poner la mente en blanco y cada que lo intento pasan todo tipo de imágenes que forman un collage. Soy géminis, me exculpo, mientras me enrollo una mantita en la cabeza como si se tratara de un turbante. El turbante ha sido la solución más práctica para quedarme dormido en momentos como este. Tal vez se trate de figuraciones personales, pero pienso que la mantita impide que mi sueño se escabulla por la ventana. No sé qué factores intervengan, pero ese calorcito atrapado me genera sopor y en consecuencia sueño. Ocurre lo mismo en temporadas de calor, en mayo o junio cuando las temperaturas hacen que la gente tenga sueño cuando se alcanzan los 31 grados.

Con la pandemia mis hábitos más elementales y en los que depositaba mi mayor disciplina se fueron al carajo. Dejé de caminar, de estirar mi cuerpo y de comer a mis horas. A cambio vinieron días enteros sentado frente a tres dispositivos electrónicos diferentes, encerrado en un espacio de 9 metros cuadrados, atendiendo a personas a quienes únicamente les conocía la voz y la foto de perfil. No importaba si dormía tarde o si se me interrumpía el sueño a las 3:00 a.m., la mayoría de las veces encendía la televisión para ver una película con la certeza que al otro día podía cumplir con mi trabajo aún en la cama. Poco a poco se me fueron desarrollando otras costumbres a las que no puse atención pues lo que inicialmente pintaba para ser una cuarentena se fue extendiendo hasta consolidar una nueva normalidad de la que todavía muchos no hemos logrado salir.

En un día normal solía cubrir rutinas casi inquebrantables y eso hablaba de la persona que solía ser. A veces hacia pausas procurando no alterar lo programado. Un día podía salirme temprano del trabajo para sentarme unos minutos en la banca del parque a ver a los niños jugar. Otro, no tenía empacho en meterme a una cantina a beber un par de cervezas mientras bromeaba con la mesera. Solía bajarme del camión un par de kilómetros antes y caminar hasta mi casa con la finalidad de cansarme un poco. De paso, compraba el pan o un pastel para compartir con mi familia. En un día normal podía llegar a casa a disfrutar de una whisky mientras leía un libro o escuchaba un compac disc. Si por alguna razón estaba enganchado con una serie o una telenovela, me apostaba frente a la pantalla en el horario convenido. En un día normal no se piensa que hay lobos acechándote y que esperan un descuido para lanzarse y hacerte presa.

Para mí los días normales no terminaron con la pandemia sino años antes cuando no le hice caso a las señales que daba mi cuerpo. ¿Qué puede tener de malo despertar con el sabor a moneda en la boca? Al final te acostumbras e incluso aprendes cómo confundir ese sabor por uno dulce o agrio. ¿Qué puede tener de malo presentar moretones en el cuerpo si al final terminan por desaparecer sin aplicarles remedio alguno? Al decirlo, recuerdo la cantidad de veces que afirmé que se me subía la muerta y me hacía chupetones mientras notaba la incredulidad y risas de quienes veían las marcas en el cuerpo. Nunca puse atención a esas señales que no tenían origen paranormal.

No sabía de días anormales hasta la primera vez que me desconecté del mundo. Había pasado mi cumpleaños y aún quedaban algunos festejos y brindis pendientes. Aquella tarde de junio de 2019 decidí salirme temprano del trabajo y encontrarme con Susana en el único bar que ella conoce: el Héctor & Joe. Como cada año, desde hacía cuando menos quince, nos abrazamos, recibí mi obsequio, nos pusimos al tanto de nuestras vidas y brindamos por el futuro. Aquella tarde reímos y hasta nos tomamos algunas selfies. Hasta entonces todo transcurrió de acuerdo con lo planeado, incluso su tradicional, previsible e intempestiva huida. El reloj marcaba las 4:00 de la tarde y apenas le daría tiempo de regresar a su realidad. Despedí a Su entre bromas mientras pedía un par de tragos para mí. En algún momento comencé a sentirme mal, pedí la cuenta y salí del bar. Desde ahí sólo recuerdo episodios aislados y sin saber cómo llegué a casa, desperté hasta el siguiente día golpeado por una mirada inquisidora que me recriminaba la borrachera del día anterior. Concluí que la urgencia con la que tomé los tragos y tal vez alguna bebida adulterada habían ocasionado tremendo black out.

Lo único cierto es que un desconecte similar ocurrió un par de meses después, en agosto, mientras me encontraba trabajando. Cuando desperté me encontraba en mi casa, padeciendo la sacudida que genera una fiebre superior a los 40 grados. La tercera vez que experimente aquella sensación fue en noviembre. Al black out y la fiebre se sumó un dolor de huesos. Los médicos concluyeron que se trataba de un resfriado. Nada de qué preocuparse. En enero del siguiente año vino un nuevo apagón de mi cuerpo. En esta ocasión fue necesario recurrir al médico. La cosa se puso seria pues ya no se trataba de un resfriado. Concluyeron que era agotamiento físico y estrés. 

A pesar de las circunstancias he forzado que mis días sigan siendo normales, sin embargo, sé que esa normalidad no existe más. Despertar diariamente, a la misma hora, con la playera y la sábana mojadas profusamente por el sudor, está fuera de lo común.

Ahora sé que mi cuerpo encontró alteraciones que se manifestaron desde la infancia, pero que nadie atendió. Ni yo. Las personas procuran normalizar aquello que ocurre con frecuencia, incluidas las alteraciones de salud. Nadie piensa en que existen lobos acechando y esperan un mínimo descuido para lanzarse y hacerte presa. Es entonces que nos vemos forzados a hacer una pausa para entender que nuestro cuerpo carga con esos lobos que te están mullendo la energía mientras te carcomen los huesos, los músculos y los tendones, al tiempo que te engrosan la sangre. Es complicado aceptar que somos la consecuencia de un sinfín de omisiones y que esa es la diferencia entre acercarse de a poco al infierno o asirse a una vida normal, sin contratiempos, haciendo de la vida algo simple y normal.

Esta noche ha desaparecido la incertidumbre de no saber qué me pasaba. He abandonado el miedo generado por la especulación y por las historias del pasado. Ahora sé que estoy descompuesto y los padecimientos que me aquejan no son cosa menor. Desafortunadamente, entre el deseo por dejar todo atrás y las ganas de incorporarme a mi vieja realidad, la ansiedad me impide hacer las cosas como las deseo.

Y ya que decidí no tratar este tema con quienes no se encuentren dispuestos a apoyarme, tal vez lo mejor sea escribirlo, pero ahora ya casi son las 6:00 de la mañana y necesito dormir un poco antes de ir a trabajar.