lunes, 19 de agosto de 2019

El Rostro de una Migrante.

Dubraska Eliud Fuenmayor Olivares es venezolana y desde hace varios años se vio obligada a migrar a otro país debido a las condiciones en que se encuentra su país. Colombia la adoptó aunque le ha cobrado a su manera cada día de estancia. En ese país perdió parte de su identidad: la profesión que se forjó en Venezuela allí no vale. A cambió ha tenido que cuidar niños, hacer y vender comida, trabajar en restaurantes de cadena, entre otras cosas. En Colombia se disolvió su matrimonio, una historia que paradójicamente tiene más tintes de comedia negra que de tragedia. Tras este hecho la posibilidad de regresar a Venezuela fue más una obligación legal que una decisión. Pero no. Dubraska es aferrada, recia y obstinada. La idea de ser el sostén de su familia, con las limitaciones que esto representa, se mantuvo presente. Di seguimiento a las vicisitudes que corrió al encontrarse sola en un país ajeno. Sola, con más problemas que oportunidades y sin embargo, parece que la vida le sonríe pues constantemente sale avante de sus problemas.

Darle seguimiento a la historia de Dubraska como migrante, ha sido una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido. No es la típica historia de sufrimiento que normalmente he conocido de otras personas, por el contrario, dentro de cada hecho adverso median lecciones precedidas de risas que un día encontrarán una retribución.

A principios de este año, María Isabel Sánchez Reyna, a través de Melchor López, me hizo la invitación para participar en Rostros en la oscuridad, Migrantes. Aunque mis primeras opciones para abordar la temática se dirigieron a Estados Unidos y Europa, decidí voltear a sudamérica por el sólo hecho de conocer a Dubra mucho antes de que Hugo Chávez comenzara a derrumbar ese país. No es una afirmación mía, me lo dicen las tres historias que tengo de primera mano con personas oriundas de ese país. No me meteré en honduras, esa es otra historia.

En el texto La Ausente, publicado en este ejemplar de Rostros en la Oscuridad, Dubraska afirma: "esta vida es una constante sacudida en la que a todos los migrantes nos toca hacer todo de nuevo... Ya me acostumbré a hacer la ausente, la que se pierde lo que ocurre dentro de la familia... la que se extraña en las pérdidas."

El temor que envolvió los dichos de Dubra para esta entrevista y que se volvieron recurrentes el último año, se hizo realidad esta mañana: Luis, su padre, falleció.

Personalmente experimenté un dolor que no creí sentir jamás, pero ¿qué puedes esperar si he encontrado en Dubraska a una cómplice pero sobre todo, a una amiga?

No existen en este momento las palabras que puedan aliviar el dolor que ella se encuentra experimentando. No existe nada que repare su pérdida. Sé, únicamente, que ha llegado el momento de migrar... una vez más.

¡Fuerza!




viernes, 9 de agosto de 2019

Vecinos organizados.

Caminaba con paso tranquilo hacia mi casa cuando repentinamente una vecina se interpuso en mi camino. "Se metieron a la casa de Miriam". Alertando mis sentidos, agucé la vista hacia el horizonte y escuchando de fondo una horrenda canción del movimiento alterado-arremangado me encontré con una escena muy familiar a la de las películas de los Hermanos Almada: tres patrullas con las torretas encendidas, policías armados flanqueando a sus compañeros que escalaban los muros y recorrían las azoteas, vecinos agrupados en corrillos haciendo gala de su habilidad para comunicarse vía teléfono celular, señoras horrorizadas, niños comiendo papas fritas y perros ladrando. "Gracias por avisarme", le dije al tiempo que ella me instaba a unirme a la turba: "al parecer el hombre sigue adentro de la casa. ¡Apúrate!"

Entendí la indirecta y como lo haría cualquier súper héroe, caminé hacia mi casa, abrí la puerta con toda tranquilidad, deposité mi mochila en su lugar, bebí agua, miré el reloj, hice cálculos matemáticos precisos, conté hasta veintidós, fui al baño, me lavé las manos y acto seguido salí con paso decidido a enfrentar a las oscuras fuerzas del mal que en el último año han azotado con saña la estabilidad de mi calle.

- ¿Qué pedo? ¿Qué pasó ahora? -pregunté con familiaridad a Carlitos, el vecino más chispa de la comarca.
- Se metieron otra vez a esa casa -respondió.
- Dicen que el ladrón todavía está dentro -terció con precisión una de las vecinas que gusta dar informes a la menor provocación.

En ese momento los policías cortaron cartucho. Todos nos pusimos alerta. Gritos, chiflidos, voces. Carlitos y yo nos escondimos detrás de un frondoso árbol de durazno y aprovechamos la confusión para cortar unas cuantas frutas.

- ¡Están verdes! -dijo él.
- ¡El mío está bien dulce! -presumí al tiempo que se lo entregaba para que lo mordiera.
- ¡Éste está bien bueno! 
- Mira, los de esa rama se ven amarillitos. ¡Córtalos!

Falsa alarma.

De pronto los vecinos se arremolinaron en torno a una de las patrullas. Miriam estaba desesperada. Se le notaba la impotencia en la mirada. Es la segunda vez que se meten a su casa, pensé. A petición de ella los vecinos decidimos colocar alarmas en la calle, alarmas que vale aclarar han servido para maldita la cosa pues cuando han sonado, han sido parte de las bromas de algún gracioso o falsas alarmas. La vez que necesitamos que sonaran no ocurrió. La vecina que tiene instalado el altavoz en su casa, lo desconectó porque el bromista no paraba de accionar el botón. Aquel día, 9 de mayo, saquearon una casa que además tenía instalado un sistema de circuito cerrado. Los ladrones encontraron el CPU y se lo llevaron como parte del botín. En esa misma semana fueron saqueadas al menos tres casas en distintas calles.

Nos tienen bien estudiados, se atrevió a decir don Charlie, quien antes que ser un genio es un pesimista natural. Comenzamos a revisar los sucesos de las últimas semanas y a analizar a diversos personajes que han tocado a nuestras puertas. Unos mencionaron a los más lógicos, a esos desarrapados que mona en mano suelen caminar diariamente por nuestra calle o a los que nosotros ya sabemos que le dan duro a "la uña" y el "talón". Yo contribuí sospechando del señor que muy amable toca cada tercer día en las casas ofreciéndose a lavar los carros. Sí, ese mismo que se ofrece a lavar carros incluso en aquellas casas donde no hay carros. O en los dos empleados de televisión por cable que pasan dos o tres horas metidos en su carro con el celular en la mano. En ese momento los policías recibieron una alerta por radio: otro robo a casa habitación en una calle cercana. Como si se tratara de un grupo de reacción inmediata los policías subieron a sus patrullas y desaparecieron del sitio.

En sucesos como éste mis vecinos son gustosos de armar borlote pero no tienen un protocolo. Pensemos -le dije a Carlitos- que el ladrón estuviera adentro de la casa, ¿qué hubieran hecho?

- Lo linchamos -respondió enseguida.
- ¿Y si el cabrón viene armado? ¿Si trae una pistola?
- No, pues sí. Nos plomea antes de tocarlo.
- Y ve, todos estamos aquí haciendo bolita y nadie trae ni siquiera un palo de escoba o una resortera.

Nos reímos.

Una vecina que es viejita se desbordó en llanto. Su temor es que ella vive sola y nadie está al pendiente. Sus miedos están fundados en los capítulos de La ley y el orden y CSI. Mientras otros vecinos se acercaban a consolarla Carlitos y yo aprovechamos para desaparecer. Chelita, que es todo un caso, nos esperaba gustosa para recibir el último reporte. "Estamos bien pendejos", acoté sin compasión mientras veía a su hijo y esposo correr de un lado a otro con el teléfono en la mano. "Imagínate que nuestras únicas armas son los teléfonos celulares. El ladrón, si está entre nosotros, ha de estar meado de risa". Chelita me observó atenta y sonrió. Carlitos y yo seguimos nuestro camino hasta donde Don Marco, que todavía no cumple 40 años pero ya es abuelo, celebraba una fiesta con muchas caguamas.

Son las 23.58 horas y los vecinos aún tienen las luces de sus patios encendidas. Sé que algunos las dejarán así y otros se levantarán por la madrugada a pagarlas. Nadie ha caído en la cuenta que los robos han sido a plena luz del día, entre las 11 de la mañana y las 4 de la tarde. Creo que en la siguiente junta de vecinos se los tengo que recordar. Eso y que ya está por terminarse el año y no hemos organizado la noche mexicana, el altar a los muertos y el rol de las posadas.

Somos pendejos y desorganizados, no hay más.