jueves, 28 de diciembre de 2023

Vagancia Rosa.

La Ciudad de México siempre tiene lugares por descubrir, muchos frente a nuestra cara. He caminado cientos de ocasiones por Madero, de ida y vuelta al Zócalo, y nunca me había percatado de la existencia del Museo Mexicano del Diseño, un espacio enclavado en la antigua casa del Conde de Nuestra Señora de Guadalupe del Peñasco, Don Francisco Mora y Luna. Si uno aguza la mirada al interior de un pasillo largo encontrará carteles con el rostro de un personaje conocido: La Pantera Rosa.

Es difícil detenerse a observar entre el hervidero de personas sin el riesgo de ser empujado, así que lo mejor es dirigirse hasta un pasillo largo que sirve de entrada para la cafetería del sitio. Una hostes te recibe con una cálida sonrisa y de inmediato pregunta:

-   – ¿Viene a nuestra cafetería o a la exposición? – Y ella misma se responde: Para la cafetería tenemos lista de espera de 10 personas. Para la exposición el siguiente turno es hasta las 6:30.

Si se elige la exposición habrá que dirigirse a la caja, un estand en color rojo donde otra amable señorita, anotará en un boletito el horario en que te corresponde ingresar al espacio. Faltan algunos minutos para las 6:00 tiempo que puede aprovecharse para tomar las primeras imágenes de la exposición y leer los carteles que explican el origen del personaje. Pero ¿por qué hay una exposición de La Pantera Rosa? Porque está cumpliendo 60 años de su creación.

Lo que inicialmente fue una película de policías derivó en una serie animada que pronto atrapó el gusto colectivo, sin olvidar el tema compuesto por Henry Mancini que hasta hoy se mantiene como la firma inequívoca del personaje rosa.

A la exposición se ingresa cada 30 minutos y se hace en grupos reducidos debido a que la salas son pequeñas, aunque muy bien distribuidas y se encuentra en dos niveles de la casona que alguna vez albergara la morada de Hernán Cortés.

¿Quiénes participan en la exposición? Creativos mexicanos como el ilustrador gráfico Mareo Flores, responsable de la imagen de las cervezas Indio, Heineken, Carta Blanca y el vino Concha y Toro; la muralista Sofía Castellanos, responsable de colaborar con Nike y Chanel; Sofía Carrington quien ha ilustrado libros infantiles para ediciones B, las revistas InStyle, Bbmundo o los proyectos en línea de Conaculta; el diseñador de moda Macario Jiménez; el escritor e historietista Bernardo Fernández BEF, entre muchos otros.

¿Qué vas a encontrar? Ilustraciones, pinturas, máscaras, esculturas, maquetas y accesorios, todos con la temática de la Pantera Rosa desde el Rosaverso mexicano.

¿Por qué vale la pena visitar la exposición? Porque son diseños realizados por la visión de artistas mexicanos contemporáneos, lo que le da un toque especial a la muestra. Si uno es fanático del show y tiene buena memoria, podrá encontrar descubrir alusiones a capítulos memorables como aquel donde la Pantera se mete a una lavadora y secadora o a aquel primer capítulo donde sostiene una batalla de brochas gordas con Little Man. También podrán encontrar a los personajes que aparecieron en la caricatura, incluyendo al loco de las bombas, aunque a mi parecer faltan dos importantes. En la bienvenida, les develarán qué fue la Pantera Rosa antes de ser un personaje animado, así como datos de la película y las tres premisas que le dio Blake Edwars al animador Friz Freleng para la creación del personaje.

Aunque la exposición está contemplada para recorrerse en media hora, no hay problema si uno se demora un poco más. Además, se pueden tomar todas las fotografías y videos que se desee con la única restricción de no tocar las piezas, ni traspasar las cadenas.

La entrada cuesta 99 pesos y estará hasta septiembre de 2024.

martes, 26 de diciembre de 2023

Rosaverso mexicano.

En la calle Francisco I. Madero No. 74, en el Centro Histórico, se encuentra el MUDEDI (Museo Mexicano del Diseño), mismo que alberca la exposición conmemorativa al 60 aniversario de la creación de la Pantera Rosa: Rosaverso Mexicano.

La exposición es una genialidad. 60 creativos exponen su visión de este personaje animado desde la visión mexicana. Aquí una probadita. 


 

domingo, 3 de diciembre de 2023

Crónicas Pestilentes en FELINE Neza Rey Poeta

Crónicas Pestilentes estuvo en el stand de Espacios Literarios en la Feria del Libro Neza Rey Poeta 2023. 

Agradezco la hospitalidad de la editorial, del escritor Eduardo Ortíz Muñíz y de Fabiola Álvarez por el impulso para llevar este libro a este nicho y difundir mi trabajo. Mi cariño y admiración por ustedes...



 

sábado, 2 de diciembre de 2023

Pantera. Un año después

Vinnie Paul siempre lo tuvo claro: sin Dimebag no puede haber reunión de Pantera. Sin embargo, la muerte de Vinnie y la posterior reconciliación de Phil Anselmo con Rita Haney -novia de Dimebag-, lograron lo imposible. Un sueño para los seguidores.

En julio del 2022 el rumor de una reunión con los dos integrantes vivos y dos músicos amigos de la banda fue confirmado. No sólo eso, la promotora Summa Inferno se adelantó a anunciarlos en el festival Hell & Heaven a celebrarse meses después, provocó la emoción en quienes fuimos a sus conciertos entre 1997 y el año 2000.

- ¡Ahí vamos a estar! – dijo mi primo decidido mientras platicábamos las anécdotas de los conciertos a los que asistimos en la década de los noventa.

Esa decisión se hizo realidad. El 2 de diciembre, tras diseñar un plan para asistir a los tres días del festival, tomamos la carretera rumbo a Toluca. Yo, vistiendo una playera de Pantera comprada en julio de 1997 cuando se presentaron con Anthrax y Makina, en el Palacio de los Deportes del antiguo Distrito Federal.

Me ahorraré las penurias que pasamos para ingresar al festival, así como otras linduras que no vale la pena mencionar. Lo importante es que nos instalamos en un punto donde sabíamos veríamos el concierto sin problemas. Y así fue: con un frío poco soportable para los nacidos en esta tierra, sin ganas de ingerir más cerveza que la que bebimos antes de las 6 de la tarde, pero con una actitud de poderosa nostalgia, nos dispusimos a ver a nuestra banda preferida. Por mi cabeza pasaban los recuerdos de aquel concierto que abrieron a KISS y del cual escapé apenas Pantera terminó su turno. La visita con Anthrax donde Makina se rifó como los grandes. El inolvidable concierto del 30 de abril de 1999 en el Foro Sol cuando Phil Anselmo dejó claro, de una vez por todas, la razón por la que en ese tipo de conciertos las sillas están de sobra. Y finalmente, el último concierto en el Palacio de los Deportes con Type O’ Negative y Puya como teloneros.

22 años después nos postramos nuevamente frente a un escenario cuyo telón nos dice que ahí, detrás, Phil, Rex, Zakk y Charlie, estos dos últimos en sustitución de Dimebag y Vinnie respectivamente, dan forma al reencuentro de Pantera. Ni siquiera es prioritario decirlo: un porcentaje importante del público asistió para escuchar a esta nueva formación. La nostalgia nos invade con el video inicial donde se ve a los hermanos Abbott en sus mejores tiempos. Sabemos que Anselmo no tiene la voz de sus veintes y que Zakk Wilde no es Dime. Rex logra producir ese sonido excepcional del bajo mientras Charlie Benante se aplica con el doble bombo característico de Vinnie. Todos somos conscientes que no es la alineación de Pantera que deseábamos ver, pero el pasado dejó secuelas y que en estos tiempos la nostalgia vende bien. Para muestra el precio que pagamos por los boletos.

Al final entendimos que fue el primer concierto de este grupo y que las fallas fueron el precio que pagamos por presenciar este experimento, sin embargo, de mi parte no hay queja.

Hoy se cumple un año que dio inicio la reunión de mi banda preferida. Los miembros del grupo no sólo han sido respaldados por un sinfín de músicos y el público, incluso, Rita Haney ha tenido la oportunidad de subir al escenario a cantar Walk.

Pantera me hizo feliz en mi juventud y 22 años después logró hacerme brincar en cada oportunidad, lo mismo que desgarrarme la garganta con cada canción. Los metalheads nos estamos haciendo viejos viejos, necesitamos una inyección de juventud. La vida ha comenzado el declive y con ello viene la carga de ver morir a nuestros ídolos. Varios se han ido. Dimebag y Vinnie Paul se han ido, pero la dicha de haber visto a los Jinetes del Infierno en cinco ocasiones, valió todo para ver esta alineación. Han pasado 365 días y escribo este recuerdo sintiendo una alegría tremenda por tener la dicha de haber estado ahí mientras la banda sigue girando por el mundo sin mayores pretensiones que El Legado.

domingo, 26 de noviembre de 2023

Soluciones sin solución

Hay padres y madres de familia que quieren que sus hijas e hijos estudien, pero sin mandarlos a la escuela.

- ¿Cómo? - les pregunto siempre que salen con esa ocurrencia
- En línea, como en pandemia

Es dificil hacer entender a la gente comodina que las clases en línea fueron una alternativa remedial para un problema que atacó al mundo, pero ni ellos, ni sus hijas e hijos, ni el magisterio, estábamos preparados para eso. Lastimosamente, el rezago que se generó fue impresionante.

Si bien la educación en línea pudo ser una oportunidad para explotar una alternativa educativa, en el país con la cual combatir las desigualdades, no estamos preparados ni academica ni estructuralmente para ello.

Es común que la gente llegue a mi escuela a pedir el servicio en línea.

- Eso ya se acabó cuando menos de manera oficial

Ellos no lo creen. Ante su incredulidad procuro hacerles un reto: "traiga a su hijo, le aplico un examen de 127 preguntas. Si lo acredita, le doy la atencion en línea. Si lo reprueba, me lo manda a clases diarias." Ni siquiera regresan a hacer el examen. No les importa.

Tengo alumnos que están inscritos en primaria y secundaria, en la modalidad abierta del INEA, modalidad que ahora obliga a los alumnos a estudiar y no únicamente a obtener un certificado con las argucias más increibles que puedan imaginar y que a algunos de ustedes les he compartido. Hasta ahora y despues de cinco meses, no hay alumnos que hayan logrado certificar en un sólo examen. ¿Por qué? ¿El examen es imposible? ¿El maestro no los preparó bien? ¿Los aplicadores ya no se dejan corromper? ¿Qué está pasando? Simple: los alumnos carecen de los aprendizajes mínimos necesarios para responder un examen de 80 preguntas. Así de simple.

En consecuencia, al reprobar, se ven obligados a responder unos libros gordísimos que además de poner en juego sus conocimientos, les exige armar un proyecto comunitario, algo que para ellos representa dos dificultades: organizacion y trabajo.

¿Qué pasa entonces con los alumnos? En este caso, con mis alumnos: sus padres prefieren dejármelos otro turno para que respondan los libros porque "están bien dificiles y no puedo ayudarle" o porque "en casa no hace nada y como no le entiende al libro mejor se sale de vago. Mejor que esté con usted."

Y si, mis alumnos de plano no saben leer, no saben las tablas, no saben dividir con punto decimal, no saben restar cuando el minuendo es menor que el sustraendo. Lo peor, no saben leer una simple instrucción: si en su libro dice encierra, ellos subrayan; si dice marca con una X, ellos palomean o subrayan. Y si les dejo tarea, no la hacen.

Mis alumnos y otros miles de estudiamtes, traen un atraso educativo por sistema. Ese atraso se agravó en pandemia y sus padres jamás se preocuparon por preparar a sus hijos para el regreso a la escuela, al contrario, los alentaron a quedarse atras bajo el argumento de "no te pueden reprobar." Pueden inscribirlos, fingir interés, pero se dan el lujo de no apoyarlos para que cumplan con su trayecto académico. En consecuencia: tenemos niños y niñas, jovencitos e incluso, nacientes adultos, totalmente abandonados.

Pero gracias a eso, tengo trabajo. Lastimosamente, no soy mago. El atraso y el rezago educativo se encuentran en un momento grave, pero lo mas preocupante es el abandono en que están sumidos la mayoría de los chicos en edad escolar cuyas alternativas de sobreviviencia y proyectos de vida estan reducidas a actividades fáciles, redituables y peligrosas, que únicamente la delincuencia organizada les puede ofrecer.

Lo lamento, pero estamos tratando con la generación de padres que creyeron que la solución a todos sus problemas la encontrarían en internet, y con sus hijos, quienes le dan prioridad a tik tok que a la lectura de media cuartilla para entender lo básico de un tema.

domingo, 19 de noviembre de 2023

Lo primero es ser padre

 

Últimamente pienso en lo que implica ser padre. Hace un tiempo deseaba volver a serlo. Hace casi 25 años tuve una hija y hace 22 un hijo. Después de cumplir 40 años cuestioné mucho mi papel como padre: mis presencias y ausencias, mis ejemplos, mis detalles, mis aciertos, mis errores, en la crianza que les ofrecí. Es complicado ser autocrítico con esos pensamientos, por esa razón traté de evaluarme a través de las experiencias que otras personas tienen con los padres de sus hijos. Sin embargo, hablar de mi a partir de los errores de otros, no es objetivo. No justifico el actuar de otros hombres, pero menos justifico sus fallas, al final se trata de sus hijos. Sin embargo, a partir de esos sentires trato de evitar caer en diversas acciones que suelen ser un lastre para las madres y para las esposas, exesposas y principalmente, para los hijos.
 
Preferido tomar otras referencias, las positivas. Por ejemplo, actualmente los antologados en el libro Abran esa puerta, nos encontramos promocionando el libro. Una de las primeras presentaciones fue en el programa No Muy Punkx que se grabó días antes de su transmisión. Para ello se invitó a uno de los escritores mayor trayectoria: Daniel Salinas. A pesar de que se trataron de ajustar los tiempos para su participación, sus actividades como papá lo orillaron a tener una participación brevísima en el programa. Lo primero es ser padre.
 
Por cierto, uno de los locutores de dicho programa, Juan Mendoza, retrata su papel como papá en su libro Nosotros iniciamos el incendio, un compilado de crónicas acerca de conciertos de rock en el que su hija brisa toma un papel relevante para las historias donde hay un mensaje claro: primero es ser padre.
 
Otro ejemplo es Pillo Vázquez y Ruin Andrade quienes de última hora cancelaron su participación en la presentación del libro Abran esa puerta, debido a situaciones muy particulares con sus hijos. Lo primero es ser padres.

También Jorge Tadeo me platicó brevemente su historia como padre. Establecer una residencia en un lugar distinto a sus terruños con tal de mantener la cercanía y atenciones hacia su hija, es uno de los actos de amor más grandes que pueden existir porque para él, antes que otra cosa, lo primero es ser padre.

 
Ellos son apenas un ejemplo, pero existen otros. Hace unas semanas, mi amigo Mike Wazasky repentinamente puso a la venta sus boletos para el Hell & Heaven debido a que su hija quería festejar su cumpleaños con una fiesta muy peculiar. Primero mi hija, nos dijo a un grupo de amigos cuando puso a la venta sus boletos. Lo primero es ser padre, me queda claro.
 
Otro amigo que lleva años divorciado suele darle prioridad a los gastos escolares y personales de su hija sin cuestionar a la madre. Es para mi hija, no tengo nada qué decir. Hace un tiempo mientras nos encontrábamos en una borrachera muy amena, dejó media botella de whisky con tal de ir a donde se encontraba su hija pues al parecer había sufrido una caída. Todos colaboramos de una u otra forma para que pudiera llegar a pesar de que la madre de la niña únicamente se había comunicado con él para avisarle. No era nada grave, pero eso a él no le importó. Desvelado, ebrio y preocupado, llegó a cerciorarse que su niña se encontrara en perfecto estado. La peda puede esperar. Lo primero para él, es ser padre.
 
El editor de mi libro Crónicas pestilentes es otro ejemplo de lo que significa ser padre. Por situaciones legales que no sé si lo comprometan, no relataré las anécdotas que dan cuenta de su amor y responsabilidad como papá, pero cuando menos, puedo decir que él es uno de quienes.
 
Y así como ellos, podría dar cuenta de un sin fin de amigos más que no temen quedarse sin zapatos, cervezas, amigos, mujeres, fama, diversión, dinero y decenas de cosas más, si ello implica dejar de ser el papá que sus hijos e hijas necesitan: uno presente y responsable con su crianza y necesidades económicas.
 
En contra parte, sabemos que existen hombres que procuran hacerles la vida imposible no sólo a las madres de sus hijos sino a sus hijos mismos. A ellos no está dedicado este texto. Por mi parte sigo cuestionando mi papel como papá, aunque algo me dice que no lo he hecho tan mal.

*Imagen tomada del libro: Mi papá es un ogro, del chico detergente.

domingo, 12 de noviembre de 2023

1824

No conozco una persona que esté conforme del lugar en que vive. Si no son los vecinos, son las vialidades, el alumbrado público, el servicio de recolección de basura, los megas de subida y de bajada, el ruido de los tamaleros, el megáfono que anuncia al panadero con el pan, la bocina del recolector de fierro viejo, la letanía del comprador de muebles usados, el loquito que recorre las calles llevando consigo kilos de basura y mugre, el cableado de las empresas de televisión de paga, la contaminación visual, los perros callejeros y un sinfín de aspectos que podemos sumar a la lista. De lo que estoy seguro es que nadie, absolutamente nadie, puede decir que está conforme con lo que sucede en su entorno.
 
En mi comunidad existe una madre que todos conocemos como OPERAGUA y que denomina al Organismo Público Descentralizado Municipal para la Prestación de los Servicios de Agua Potable, Alcantarillado y Saneamiento. Lamentablemente, tan pomposo nombre únicamente hace referencia a un edificio que los fundadores del municipio conocen como La CONASUPO y donde se guarecen un montón de hombres que portan atuendos de servidor público, es decir, chalequitos mamalones y zapatos de chile guajillo mientras que las señoritas gustan de ostentar largas uñas de gel y ceños fruncidos. Todos bajo la misma constante: atender prioritariamente sus teléfonos celulares antes que cualquier otra actividad que pueda justificar que el sueldo que se les otorga se encuentra debidamente justificado.
 
En contraparte, los ciudadanos que cada dos meses tienen que acudir a dicho edificio padecen el calvario que implica pagar el gua. Para usted, querido lector, que gusta de pagar impuestos sin ton ni son, le pregunto: ¿cómo es el procedimiento para pagar este servicio en el lugar en el que vive? Si usted vive en la CDMX imagino que le llega el recibo a casa y puede pagarlo en un banco o un centro comercial. Si es usted de Puebla, seguro tiene el pago domiciliado a su tarjeta. Si es usted del norte, lo más probable es que acuda, recibo en mano, a pagar a alguna oficina del organismo en su municipio. En el sureste tal vez lo hagan a través de una tienda de conveniencia o los funcionarios del organismo le lleven una tesorería móvil para que haga su pago. La cosa es simple: el gobierno siempre busca la forma para que la gente le dé dinero a cambio de servicios que no recibimos completos, justificando los faltantes gracias a los morosos.
 
Pues bien, el caso de mi comunidad es singular. OPERAGUA tiene un mecanismo propio de 1824 que consiste en enviar a un viejito a recorrer las casas, una a una, con un palito que igual sirve para defenderse de los perros, que para levantar las tapitas de los medidores. Acto seguido, imagino que el hombre anota la lectura en un papelito y cuando ya recorrió toda una colonia regresa a la guarida a dejar cientos de papelitos para que una señorita los capture en una plataforma. Una vez capturadas las lecturas, seguro un jocoso jovenzuelo tendrá que dejar de picarle las costillas a sus compañeras de cajas, para ir hacia su computadora a imprimir un montón de recibos. Una vez impresos, los mencionados recibos tendrán que ordenarse en pilas enormes por varios grupos hombres y mujeres que después de semejante labor podrán decir que su sueldo está debidamente justificado. Cuando los recibos han sido ordenados y acomodados por colonia, calle y número, intuyo que se los entregan a un ejercito de hombres, también de la tercera edad, que recorrerán las calles de las comunidades que conforman el municipio dejando los recibos en tiempo y forma (frase célebre y mamalona utilizada por servidores públicos de cualquier nivel) con el objetivo de que la gente acuda rozagante y satisfecha a dejar su dinero a las cajas del organismo. Todo lo anterior es hipotético, pero piense, sería lo más lógico.
 

Si usted creyó que es así, lamento decirle que se equivoca. Lo que OPERAGUA hace es que independientemente que usted lleve el recibo que ellos mismos generaron y enviaron a su casa, la gente de realizar el siguiente procedimiento: 1) tomar una fotografía de su medidor donde se aprecie la lectura, 2) acudir a las instalaciones del organismo previa preparación física y mental, 3) formarse en la fila que un señor denomina “la de toma de lecturas”. Dicha fila que, a la hora que usted llegue ya tendrá mínimo cincuenta personas, es atendida por dos personas que normalmente están echando desmadre con otras personas que pienso, son de otras áreas. Ahí le pedirán que saque su teléfono celular y muestre la foto de su medidor. Le preguntarán si la foto es de hoy y usted por mero protocolo dirá que si para evitar que lo envíen -imagino- a otra fila donde tendrá que dar explicaciones de por qué la foto no es del día; 4) una vez capturada la lectura, la gente sale disparada a formarse a otra fila que un policía ha denominado “la de liquidaciones” para que un señor ansioso y jetón le genere e imprima una orden de pago. 5) Después, el usuario tiene que formarse en otra fila que lo lleva directo a las cajas donde, finalmente, otra señorita muy platicadora (con sus compañeras de cajas) le recibirá su dinero. Sin embargo, si el usuario lleva un acompañante, 5) podrá formarlo en una cuarta fila, digamos preferente, en la que hará la espera en lo que el usuario hace el recorrido antes mencionado con la diferencia que, cuando salga de la fila de liquidaciones con su orden de pago impresa, podrá pasar directamente a la fila de la fila, donde una señorita le pasará a caja antes que el que ya se encontraba formado en la fila de los que no llevan acompañante. Absurdo, ¿verdad? Pues así es como OPERAGUA funciona.
 
Hace años un periodista de la comarca de nombre Omar Tapia, tuvo a bien bautizar a este organismo como INOPERAGUA. Han pasado varios trienios y la cosa parece ponerse peor. Pero así es esto de la administración pública: generar trabajos para una bola de mantenidos que dicen trabajar, pero lo que hacen estorbar y crear mecanismos para convertir el trámite más sencillo, en calvarios inmamables. Burocracia, le llaman. El mal de la humanidad.

domingo, 5 de noviembre de 2023

Pagos con tarjeta

No sé quién me hizo creer que usar mi tarjeta para realizar pagos y compras me facilitaría la vida. ¡Mentira! La primera vez que ocupé mi tarjeta para realizar un pago, la plataforma de la dependencia encargada de cobrar el agua en mi comunidad me rechazó cada uno de los intentos por costear el servicio. No sólo invertí horas-nalga, sino que después tuve que apersonarme en las cajas de la dependencia para cumplir con mis responsabilidades. La idea de usar la tarjeta era evitar las tres filas que demanda el organismo para hacer un simple pago: una para mostrar la lectura, otra para generar los recibos y la última para depositar mi dinero en las manos de una señorita jetona. Misión fallida. Lo mismo ocurrió con la empresa que suministra el gas. Tras varios intentos finalmente apareció un anuncio en mi pantalla: your card is not accepted by our company. Gracias.
 
Pensé que mi suerte no podía ser tan mala así que una tarde, mientras jugaba a comprar libros en línea, llené un carrito de deseos con cerca de 20 títulos. Tengo una tarjeta, me dije. Puedo pagarlos. Y mientras el diablillo en mi hombro izquierdo me alentaba a quemarme $4500 caminé al lugar donde guardo el plástico. Los requisitos para realizar el pago consistieron en llenar un formulario de datos. Nada complicado, pero sí muy tedioso: nombre, apellidos, fecha de nacimiento, calle, número, colonia, ciudad, estado, código postal, entre qué calle y que calle, referencia, número telefónico, correo electrónico y datos de la tarjeta. Cuando piden eso me embarga la paranoia. Número de tarjeta, nombre completo del titular, fecha de vencimiento y el código CVV. Después confirmar el pedido, recibir el mensaje MSM como prueba de que soy el titular de la tarjeta y listo. Pasaron dos días antes de que a mi correo electrónico llegara un mensaje que me informaba que mi compra no se había concretado. No quise indagar. Misión fallida.
 
Pasó cerca de un año antes de que intentara hacer otro pago con la tarjeta. Esta vez fue en un restaurante cuya especialidad son las alitas y las cervezas. Sin querer consumí comida y bebidas como si no hubiera mañana y después de percatarme que el efectivo no era suficiente saqué la tarjeta. Lo siento, señor, nuestro establecimiento no cuenta con terminal para pagos con tarjeta. Gracias. No platicaré aquí la peripecia que tuve que pasar para liquidar una cuenta de $600, pero soy un fiel creyente que para salir a comer primero hay que revisar la cartera y después los precios, o de plano, evitar el hambre.
 
Hoy mi salud exige cuidados. El ánimo por salir a comprar mis medicamentos me llevó a desempolvar la tarjeta y sentarme un par de horas frente a la computadora para realizar las compras. Afortunadamente, desde la comodidad del sillón se pueden comparar precios en diversos establecimientos.  Así lo hice. Unas píldoras por aquí, unas vitaminas por acá, los polvitos mágicos en otra farmacia. El tercer establecimiento comenzó las gracejadas: Your card is not valid. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? Tres intentos y nada. Cambio de estrategia. Doy la opción de pago en efectivo. Gracias. La segunda farmacia, me pide los datos hasta de la iglesia donde fui bautizado. Una pregunta ronda en mi cabeza: ¿Fui bautizado? Continuo mis compras. La banca electrónica me hace saber que se hizo una compra con la tarjeta. Menos mal. La tercera farmacia, que en realidad fue la primera en la que compré, me informa que mi orden está lista. Ahora sólo falta esperar que mis medicinas lleguen. Pasan dos horas y pienso que, si de esos medicamentos dependiera mi vida, habría muerto hace un buen rato. Entro a mi correo para revisar el rastreo de mi pedido. Me percato que la primera compra dice que ya está lista, pero tengo que pasar a recogerlo a mostrador. ¿Cómo? Entro a verificar los datos de la compra y me percato que solicité pagar con tarjeta, pero seleccioné la opción de recoger el producto en la sucursal más cercana. Misión fallida. Tendré que salir de casa.
 
Camino a la sucursal que se encuentra a veinte minutos a pie. Entonces pienso que la casa está sola y los otros dos pedidos llegarán allá. Cambio el paso veloz por el trote. Mi salud no da para eso, pero debo arriesgarme. Hago media hora entre ida y vuelta. Apenas entro a casa y me percato que en mi teléfono hay una notificación de la tercera farmacia. Tu pedido no pudo ser entregado. Nadie pudo recogerlo. ¡Maldita sea! De inmediato busco el asistente de ayuda. Tras varios minutos de interactuar con un bot sin razón, concluyo que debo volver a hacer el pedido. Antes, reviso el pedido de la segunda farmacia. Al realizar el rastreo me percato que hay tres pedidos en curso. ¿Tres pedidos? ¿Por qué? No sé qué hice, pero hay tres pedidos en curso. Reviso la banca electrónica y me percato que las tres compras fueron consumadas. Mis recursos han minado drásticamente. Gracias.
 
Reconozco una incapacidad total para hace compras con tarjeta. Es un don que dios me negó. Ahora sólo quiero recibir mis medicamentos y evitar un infarto al miocardio. Mientras espero, me preparo un té de hojas de olivo. Dicen que es un bien remedio para evitar la oclusión vascular, ajusta el flujo sanguíneo y reduce el riesgo de ataques cardiacos. Lo necesito frente a esta incertidumbre.

sábado, 4 de noviembre de 2023

Fantasias animadas

Sufro de insomnio. En esta época eso no es novedad y sí un mal que comparto con millones de personas en el mundo y decenas de conocidos. Dormir no es opción cuando el estrés apremia. Charlar con otros a través de WhatsApp no es opción. Llamadas telefónicas menos. Con el paso del tiempo y en la medida que mi falta de sueño se ha arraigado, he buscado un sinfín de actividades que cumplan el cometido de aburrirme o cansarme y que, en consecuencia, me produzcan sueño. Sin embargo, algunas de esas actividades se han convertido en adictivas para mí. Una de las más adictivas consiste en jugar a comprar cosas por internet.
 
La primera vez buscaba algunos regalos de navidad. Eran las 3.00 de la madrugada y el insomnio apareció. Sabedor que no encontraría la forma de conciliar el sueño cuando menos en dos horas, me levanté. Sigiloso, encendí la computadora y pensé en aprovechar para comprar algunos obsequios. Entré en la página de una tienda departamental y comencé a explorar. Un suéter para el primo Harry y una gabardina para el tío John. $9823. Es obvio que un sujeto como yo no gastaría tanto en dos prendas tan ridículas para dos personajes acostumbrados a usar sudaderas. Agregué un pantalón de gabardina para mí. $1375. Unos aretes de oro de 18 kilates para la tía Cleo. Horribles, pero valiosos. ¿Qué podría gustarle a la prima Beba? ¿Un reloj? Un Tissot Carson Premium Lady va con su personalidad. ¿Y para el abuelo? Unos habanos Churchilss añejados de $34,230. Me siento dadivoso y poderoso económicamente, pero me gana el sueño. Con la almohada consultaré mis compras y mañana Dios dirá.
 
Gastar dinero es una pasión a la que nadie puede sustraerse. Si lo tienes, hazlo. Despilfarra. Haz sentir bien a quien amas o sencillamente hazlo para ti. Recuerdo un video donde un millonario lleva a su familia a un centro comercial y gasta un millón de pesos en apenas unas cuantas prendas y unos pares de tenis. No tengo tanto dinero, pero a veces puedo darme un gusto. Despilfarrar a mi modo.
 
Una noche cualquiera, pasadas las 2.00 a.m. abro la computadora. Entro a una página de tenis. De inmediato me atrapan unos Jordan 1 Mid Black Royal Blue. Agrego al carrito. Sin querer llego a unos Nike Air Mag. Los de Volver al Futuro por si no los ubican. $6585 dólares. Se sale de mi presupuesto, pero en esta vida lo material se recupera pronto. Los Pharell Human Race NMD, me parecen preciosos. Los $7600 dólares mejor invertidos de mi vida. Me echo un volado mental para dejar estos o la réplica de los Marty Mc. Fly en el carrito. Dejo ambos, pero mi siguiente selección tendrá que ser más moderada. Recuerdo que Nike lanzó una edición especial recordando a Chucky. $1750 no se me verán mal en los pies, pienso. Cuando menos llamarán la atención. Un bostezo me arruina la compra. Es hora de dormir. Consultaré el gasto con la almohada, la mejor consejera.
 
La noche me atrapa con un insomnio que comienza antes de las diez de la noche. Hora de jugar a gastar. Reviso mi banca electrónica y me percato que no hay más de $5000. Como toda persona normal tengo gastos para la siguiente semana. Como toda persona normal también tengo gustos que deben ser pagados para compensar mi estrés.
 
Tengo una debilidad por las historias, así que los libros llenarán el vacío de este insomnio. La Armada Invencible de A. Ortuño es un pendiente desde inicio de año. Lo agrego al carrito. BEF es uno de mis autores preferidos y aunque tengo casi todos sus libros, las novelas de Tiempo de alacranes son diferentes ediciones. Compro el paquete de la misma editorial. Luego una edición especial de aniversario de Diablo guardián. Me gustan las fotos y el libro de The Rolling Stones es buena opción. Alguna biografía de un rockero que ya es cadáver y algunas confesiones de otro roquero vivo. Un par de novelitas muy recomendables. Entonces, me percato que apenas diez libros, mi presupuesto ha sobre pasado su límite. No quiero deshacerme de nada, así que mantengo todo en el carrito. Han pasado tres horas desde que comencé a seleccionar cosas y mi cuerpo reclama que vaya a dormir.
 
Observo satisfecho mis compras y pienso que de no importarme el dinero que trabajosamente gano, en este momento daría clic al botón para procesar y terminar mi compra. Pero se trata de un juego con el que espanto el insomnio e imagino lo divertido que sería no tener que preocuparme por despilfarrar la riqueza que un día tendré.

viernes, 3 de noviembre de 2023

Sombreros

¡Quiero un sombrero! Lo decidí hoy por la mañana mientras espabilaba. En la vida he tenido tres sombreros: uno tipo Outback (similar al de Indiana Jones), un Fedora (formal, como de viejito) y uno vaquero. A decir verdad, he tenido dos vaqueros: uno afelpado color negro y otro de palma que sirve para su fin. El primero lo eché a perder la tercera vez que lo utilicé. Era una tarde lluviosa y no sabía que los sombreros no debían mojarse. Debí utilizar un forro plástico. Al siguiente día cometí un segundo error: colocarlo debajo del rayo del sol para que secara. El sombrero comenzó a endurecerse y la felpa se decoloró volviéndose café. El tercer error vino cuando, al intentar regresarle el color, le embarré cera líquida para calzado. De a poco fui arruinando ese hermoso sombrero, regalo de un viejo del pueblo que aseguraba que yo debía usar sombrero. Entonces no le tomé importancia. El sombrero fue a dar a la basura y a los pocos días descubrí que uno de los recolectores de la basura lo traía puesto. El estado de aquel aditamento era lamentable. En fin. Para no ser un sombrero que tome en cuenta, le he dedicado mucho tiempo.
 
El sombrero Outback lo adquirí cuando quería ser rockero. Entonces creía que, para serlo, la apariencia era importante. Había visto a muchos músicos de rock usar sombrero, sobre todo a aquellos con influencias sureñas arraigadas. Aquel sombrero me gustaba tanto que preferí no usarlo hasta que un momento especial llegara. Un festival fue el pretexto perfecto. Cometí el error de meterme al moshpit a la menor provocación y cuando reparé mi sombrero había desaparecido. Lo busqué entre la multitud, pero no pude encontrarlo. Más de setenta mil personas reducían la oportunidad de encontrarlo. Ni siquiera disfruté el concierto por buscar entre los asistentes a quien lo hubiera hurtado. Fue imposible.
 
Mi tío era un sujeto muy elegante. Solía vestir con pantalones de vestir, camisas planchadas de forma impecable, tirantes, corbata, zapatos de charol y sombrero Fedona. Me gustaba admirarlo cuando caminaba por el pasillo que llevaba de la entrada de su departamento a la sala. A pesar de que su atuendo lo hacía parecer un hombre de otro tiempo, me llamaba la atención su porte. Para mí el sombrero era parte de un disfraz y por eso solía colocármelo apenas mi tío lo acomodaba en una esquina del sillón. Jamás me reconvino por ello. Recuerdo la tarde en que llegó cargando entre las manos un cubo color gris. Dentro llevaba un hermoso sombrero del mismo color.
 
     -       ¡Es para ti! Cuídalo mucho.
 
Emocionado, cargué la caja desde su casa y hasta el camión el cual abordé emocionado. Ya quería llegar a casa para colocármelo. Había decidido ponérmelo para ir a la escuela sabedor que eso llamaría la atención de los demás. Desafortunadamente, ya en el camión me sumí en un sueño profundo y cuando desperté me di cuenta de que me había pasado unas calles. Me levanté de inmediato y corrí a tocar el timbre para bajarme, olvidando el sombrero. Al darme cuenta, intenté alcanzar el camión, pero fue inútil. Ni siquiera intenté llegar a la base, sabedor que los choferes lo primero que hacen al descender la totalidad del pasaje, es buscar lo que hayan olvidado los pasajeros y quedárselo como un botín.
 
El cuarto sombrero lo usé cuando participé en un grupo norteño. A diferencia del primero, éste es muy corriente, de palma. Tengo casi quince años con él y a pesar de que se encuentra decolorado, sucio y maltrecho, su misión de cubrirme del sol se mantiene intacta.
 
Pero hoy, me levanté con la idea que quiero un sombrero. No sé por qué, pero lo quiero. Toda la mañana he visto videos de sombreros y me he decidido por uno hermoso, muy fiel a mi personalidad. Ya me imaginé llevándolo en la cabeza. En lugar de escribir debo encontrar la forma de que me lo envíen a casa. La siguiente ocasión que escriba acerca de sombreros será del que lleve en la cabeza. Es una promesa.

jueves, 2 de noviembre de 2023

No Muy Punkx

Hoy festejamos el cumpleaños de No Muy Punkx, cuyos locutores, Juan Mendoza y Alfonso Morcillo, nos hacen la vida más llevadera en cada episodio.

¡Felicidades, Punkx!

Comparto el capítulo cuando me invitaron a contar la aventura de La Vecina Buenona y el origen del Ron Richardson. Dense:



domingo, 29 de octubre de 2023

Mi amigo Robert

Querido Robert:
 
Hace dos meses te fuiste y apenas estoy asimilando tu ausencia. Es curioso decirlo porque la última vez que te vi fue la madrugada del 9 de febrero del 2020 cuando bajaste de la camioneta en la que te llevamos a casa. Luego de estrechar mi mano y darme las gracias (por no habernos estampado antes de llegar), diste la vuelta para entrar a tu casa. No aceleré hasta que vimos que cerraste la puerta. Al mes siguiente comenzó la pandemia y nuestros lazos se estrecharon. Mi incipiente insomnio se volvió crónico y eso me hermanó contigo. Durante esos meses solía escribirte a las 2 o 3 de la mañana, sabedor que eras el único que me respondería. Nunca fallaste. Nuestras charlas no eran mayores a diez minutos, pero los pocos mensajes que intercambiamos eran suficientes para sentirme acompañado. Entonces vino mi declive. La vida me puso decenas de vicisitudes en pocos meses y fuiste el único que realmente estuvo presente. El interés que mostraste hacia mi salud física y emocional provocó que hasta hoy sienta un infinito agradecimiento.
 
Hoy desperté recordando las bromas con las que coroné nuestra singular amistad. “Robert: quiero ser la o que complete tu nombre”, solía decirte de vez en cuando para estudiar tus reacciones. Tú mueca delataba algo que siempre interpreté como una sonrisa. Jamás me reclamaste. Desde que te conocí, allá por el 2009, cada cumpleaños te felicité enviándote una imagen del Pianosaurio mientras que el día del músico te enviaba una del luchador Emilio Charles Jr. Una vez, muy amable, me dijiste que muchas personas te decían el Rey del Beautiful. Festejé tu confesión haciendo la pose clásica del luchador de plástico mientras te limitabas a sonreír con esa seriedad que para mí era una carcajada.
 
Nada de lo que aquí escriba alcanza a dimensionar el vacío que dejaste. Basta con revisar tu cuenta de Facebook para entender que al igual que a mí, le haces falta a mucha gente.
 
Hace dos meses hablamos varios días seguidos e incluso, te hice participe de un ridículo drama del que después te puse al tanto. Tus stickers con risas me hicieron saber que lo tomaste con humor y que más bien te preocupaste por mí y las consecuencias de mis bromas. Siempre supiste que soy un incorregible y aunque nunca lo dijiste, sé que igual te divertiste y preocupaste con esos líos que me gané por ser más guapo que tú. El 28 de agosto muy temprano, recibí tu mensaje: “¡Que tengas una excelente semana! Te dejo un cálido abrazo.” Agradecí ese gesto que en ti era normal y continué con mi rutina. Me extrañó que mensajearas tan temprano. Jamás lo hacías. No conmigo. Nuestras charlas siempre fueron de madrugada. No le di importancia.
 
Al día siguiente mi día iba normal hasta que recibí la llamada de alguien a quien no deseaba responderle. La insistencia vino con varios mensajes:
 
Hola.
¿Cómo estás?
 
Dejé pasar los minutos, pero esos mensajes me alertaron. No eran normales.
 
Hola.
Bien.
¿Tú cómo estás?
 
¿Qué sabes de Roberto?
 
¿Pasa algo?
 
Hay llamadas y mensajes que no quieres recibir. Entonces tuve que indagar, llamar a personas con las que llevaba meses distanciado, pero son tus cercanos.
 
No entiendo por qué la gente como tú suele irse temprano de esta vida. Esa pregunta siempre será una interrogante. ¿Sería que ya querías estar junto a tus padres? ¿Sería que este mundo te quedaba pequeño? Hay preguntas para las que jamás existirá una respuesta sensata. Lo cierto es que han pasado dos meses y aún suelo despertar en las madrugadas, siempre a las 3:00 y revisar mi teléfono con la esperanza de verte en línea y enviarte una broma o recibir una tuya como las últimas acerca de la quema de libros de texto. No ha pasado y no pasará.
 
Hace unos días hice limpieza de mis contactos en el teléfono. Cuando llegué a tu nombre no me atreví a eliminarte. ¡Qué raros somos los seres humanos que nos resistimos a soltar! Lo lamento. Aquí sigues.
 
Han pasado dos meses y me haces falta. Es por eso que te escribo esta carta, sabedor que alguien más la leerá y se hermanará conmigo. Sabedor que hay muchas personas al igual que yo, te extrañan.

Cuautitlán Izcalli, México; a 29 de octubre de 2023

sábado, 2 de septiembre de 2023

Abran esa puerta. Texto no leído en la presentación en Venas Rotas Discos.

Llegué a los 16 años sin saber qué era un portazo. No tenía por qué saberlo. En ese tiempo la música me estaba limitada a un viejo tocadiscos y a una casetera que solía mordisquear las cintas hasta hacerlas inservibles. Hasta entonces no había ido a un concierto, pero imagino que si tuve la intención de hacerlo, lo más probable es que la falta de dinero me hizo desechar la posibilidad.

Años antes habia escuchado la euforia por el concierto de Rod Stewart en Querétaro y Bon Jovi en Guadalajara. Ambos personajes no figuraban en mi radar musical y en consecuencia, pasaron varios años antes de leer o escuchar lo ocurrido en ambos conciertos. 

Imagino que la primera ocasión que escuché acerca de un portazo ocurrió a principios de la década de los noventa cuando los camaradas de la preparatoria, esos morros fresas que tenian acceso a MTV y a revistas musicales de importación, ya tenían la espinita por entrar a un concierto. Pensar en trasladarse desde Cuautitlán Izcalli al Distrito Federal era lo de menos, nunca falta una madre sobre protectora o un padre con ínfulas rebeldes. Lo complicado era juntar el dinero de la entrada. Por otro lado, la única ocasión que una banda de grandes ligas (Los Caifanes) se dignaron a pisar nuestra comunidad rural, ocurrió lo imaginable: los boletos se agotaron, pero a nadie le importó.

La influencia de MTV surtió efecto entre muchos de mis cercanos. Los más pudientes comenzaron a formar bandas de covers para emular a Metallica, Nirvana y Guns and Roses. Muchos lograron lo imposible: hacer que nuestros oídos distinguieran entre sus interpretaciones de una y otra banda. Para ellos eso los convertía en rockstars y de paso, les daba la oportunidad de amenizar fiestas en las que por alguna lucrativa razón creyeron tener la calidad moral para cobrar por sus interpretaciones. No era para tanto.

Entonces sucedió: una mocosa engreída y caprichosa que jamás se había dignado siquiera a mirarme, tuvo el desatino de invitar a los compañeros de escuela a una fiesta. Nunca dijo que la convivencia estaría amenizada por una banda de covers, que cobraría por las bebidas y que la entrada exigía pagar cover. Atrás quedaron las fiestas de papitas y refresco, las vaquitas para comprar una garrafa de naranjada y un panalito de Tonayan, y las puertas abiertas para que entraran los convidados y no. Adiós infancia. 

Aquella fiesta, que imaginé -y el resto de los convidados también- como cualquier celebración de cumpleaños, terminó en una batalla ejemplar por hacer valer nuestro derecho a ser invitados. Ni Leslie, ni el flyer que repartió como invitación mencionó que tendriamos que pagar. De nada valieron mis mejores ropas, mi carácter festivo. No cash, no party. Y mientras la banda amenizaba únicamente para los anfitriones, afuera la pandilla jodida (punks, metaleros y groncheros) apelaban al instinto gregario bajo una sola causa: entrar a la fiesta sin pagar.
 
Y asi, sin organizarlo e incluso sin mala fe, participamos en el primer portazo de nuestras vidas.

*     *     *

Luego que Jorge Tadeo compartiera la portada e indice del libro que hoy presentamos, tuve la fortuna de coincidir con uno de los personajes mencionados en mi texto. Fue una dicha descubrir que lo relatado en mi texto es muy fiel a lo ocurrido aquella noche. 

Sin embargo, omití detalles violentos que ahora sé, hubieran sido dignos de apuntar, entre ellos, la anécdota por la que hasta hoy he sido recordado por los presentes: mi aspecto fresón que me impidió ser remitido al ministerio público quedando excluído de mi primera detención.

¡Pinches tiras! ¡Pinche Leslie!

Cuautitlán Izcalli, México, a 1 de septiembre de 2023.

Cartel 1: Ruín Andrade.
Cartel 2: La Historia. Caifanes. C.D.
Foto: Fabiola Álvarez

viernes, 10 de marzo de 2023

Favor de pagar con cambio

Siempre me he preguntado por qué las personas pagan el pasaje con billetes de $100 o $200. Toda esta semana he compartido el transporte con gente que lo hace. ¡No la chinguen! Feriar los billetes grandes pagando el pasaje, es una fea costumbre, pero en los últimos tiempos es más común. ¿Será un efecto de la inflación, una paradoja de la austeridad republicana o una bonanza que a mí no me ha tocado? No lo sé. Lo cierto es que unas lo hacen porque sí, porque pueden y porque aluden que los choferes deben traer cambio. ¿Se han puesto a pensar la cantidad de morralla que tendrían que traer ellos si, en un viaje sencillo, los 17 pasajeros de una vagoneta pagan su pasaje con billetes de $100?

En mis diarios andares por el transporte público he detectado a algunos personajes mañosos que ocupan este ardid para que el pasaje les salga gratis. Ubico a una persona que siempre paga con un billete de $200 cuando su viaje cuesta $15.

     – ¿No trae cambio?
     – ¡No!

El chofer le regresa el billete y sin demostrar empacho alguno, la persona lo guarda y espera paciente a llegar a su destino para pedir la bajada. Y así, ante la vista de todos, el chofer tiene que tragarse su coraje y perder una porción de la cuenta.

Es conocido que esta fauna (los choferes) tienen una supina capacidad de pelearte $.50 de la tarifa con tal de no perder. Y si se trata de ganar, no encuentran obstáculo en jugarse la vida de los usuarios por $12, $15 o $20 que hacen la diferencia en la cuenta, la gasolina o las propinas para los checadores.

Pero la estrageia de la persona que menciono anteriormente ya es conocida por varios cumbiamberos que, al hacerle la parada, suelen preguntarle si va a pagar con cambio y dependiendo de la respuesta le cierran la puerta en la cara o educadamente la invitan a esperar la que sigue. También me tocó que en una ocasión el chofer la bajó un par de kilómetros adelante, hasta que irremediablemente tuvo que hacerle la parada a otro pasajero. Pague con cambio, le dijo el chofer tras recibir una cascada de mentadas de madre. Una última ocasión, el chofer prácticamente la obligó a sacar cambio hasta de los zapatos y completarle el pasaje. Pero insisto, no es la única. Está semana varias personas cometieron esa irresponsabiidad (porque es una irresponsabilidad, estén o no de acuerdo).

Esta mañana, de las doce personas que viajamos en la vagoneta, cinco pagaron con billetes grandes. Y entonces, ante el enojo del chofer y la desesperación de la gente, media el bolsillo solidario del mexicano: un joven le dio $10 a un adulto mayor para completarle el viaje mientras una señora se ofreció a pagar el pasaje de otra que llevaba en brazos a un bebé. La tercera mujer ante la negativa del chofer por recibirle un billete de $200 nos pidió a todos que le cambiáramos el billete. El resto de los pasajeros hicimos mutis. Una cuarta persona pagó incompleto y otra de plano le dijo que no traía más que el billete de $100 con que intentó pagar. Al preparar mi bajada saqué un montón de morralla que suelo cargar para tañ efecto. Pedí la bajada y de inmediato la señora me increpó:

     – ¿Por qué no quise cambiarme el billete? ¡Usted si trae cambio!

“What…? ¿Eso fue un reclamo? ¡Ja!” Pude haber externado una respuesta, una nada humilde opinión e incluso, pude haberla reconvenido agregando todas las estrategias que tengo que desarrollar para feriar un billete todos los domingos y tener morralla para toda la semana. Es un hábtio que me formé desde que pago pasajes. Creo inició cuando cursaba la secundaria. Pero esas cosas no las entienden personas como ella y me limité a poner mi ya tradicional cara de nada fingiendo no saber a quién le hablaba. Al bajar di las gracias al chofer (si, también soy de los que dan las gracias cuando recibo un buen servicio) y me bajé. La señora dijo algunas lisuras que no escuché bien.

Podrán estar de acuerdo o no conmigo, pero no la chinguen, favor de pagar con cambio.

viernes, 3 de marzo de 2023

¿Karma?

No tengo ganas de nada. Me duele el cuerpo y apenas puedo moverme con facilidad. Subo al taxi y llegó a la clínica. Realizo el protocolo habitual de mis visitas y la señorita me pide tomar asiento. Saco el teléfono y abro Facebook. Jorge Tadeo, escritor y melómano por quien siento gran admiración, cariño y respeto, acaba de publicar algo. Me gusta ver sus publicaciones, casi siempre recomendaciones musicales a las que no puedo seguirles el ritmo. En pocos días, se vuelven una lista enorme.

“Hace unos meses alguien que se supone que me quería mucho me dijo que mis problemas de salud eran el karma por todo el daño que he hecho."

Sin terminar de leer el post, pienso que una vez me dijeron algo parecido: “nuestro cuerpo acumula energía que busca liberarse en diversos momentos, de diferentes maneras. Los rencores, las tristezas, los odios y hasta la maldad, se acumulan. Seguramente tú has hecho muchas maldades que se te han acumulado. Ahora tu cuerpo lo refleja y trata de liberarlo con una enfermedad.”

Pase un tiempo pensando en lo culero que he sido en la vida y concluí: "para semejante cabrón, me salió barato este asunto". Sin embargo, la persona que mencionó aquellas palabras nunca pudo entender qué tan grandes son los dolores que se pueden experimentar cuando el cuerpo, efectivamente, trae una carga tóxica -dicho en el sentido más químico posible- al grado que te noquea.

A mucha gente le he platicado como fueron mis primeros "desconectes", blackouts que me mandaban a dormir un par de días y dolencias que no sentía sino como secuelas. Ella únicamente se reía y decía que exageraba. Prometió llevarme con un médico que me sanaría. Nunca lo hizo. Prometió llevarme al temazcal. Tampoco lo hizo. Me dijo que con medicina alternativa saldría adelante. Jamás supe cuál era esa medicina. Busqué por mi lado y siempre me lo criticó. Ella hablaba del capitalismo y de los negocios de las farmacéuticas, pero no de la solución.

Alguna vez, después de una discusión, me recalcó la relación entre ser culero y estar enfermo. Y yo, en medio de febrícula y un cansancio que presagiaba lo que tendría que padecer horas o días más adelante, pensé que tenía razón. ¿Karma? El dolor de huesos es algo que no le deseo a nadie, ni a mi peor enemigo. Podría desearle la muerte ya que imagino, el sufrimiento se apaga con el deceso del cuerpo. Pero el dolor se mantiene mientras tengas vida. Así debe ser el dolor de las personas a las que lastimo: exasperante, tortuoso, interminable.

Hace tres años, justo por estas fechas, la persona a la que me refiero se encontraba mal de salud. En algún momento creímos que era una de las primeras infectadas del Coronavirus. Durante varios la vi padecer los efectos de una gripe anormal. La procuré como yo mismo no era capaz de hacerlo conmigo. En una ocasión cuando me resultaba imposible bajar su fiebre, pensé: "seguramente es por ser tan culera con la gente". Me arrepentí siquiera de pensarlo. Afortunadamente, la cosa no pasó a mayores y antes que el virus atacara al mundo ella pudo seguir con su vida normal.

Por lo visto Jorge Tadeo y yo tenemos grados de maldad supinos y en ello deriva lo que nos pasa. Nada tiene que ver con los golpes en la cabeza que a él le recetaron los policías, ni a mí el cúmulo de hierro y testosterona en mi cuerpo. Somos culeros y ese es el diagnóstico.

martes, 28 de febrero de 2023

Mi amigo El Gonzo

La techumbre oxidada de un puesto de tacos abandonado me sirvió de refugio para guarecerme del sol. Dos minutos. Nada. Esta parte de la ciudad nunca ha sido segura, así que sacar el teléfono es una invitación para los asaltantes. Ningún taxi a la vista. Recuerdo las incontables ocasiones en que mis hijos suelen reclamar mis nulas intenciones de descargar la aplicación para pedir un carro de servicio. “Nunca lo he necesitado”, preciso no sin después recetarles alguna aventura. “¿Les he platicado la ocasión que caminé desde el Auditorio Nacional hasta la casa?” Su mohín me dice que si, que ya se los platiqué más de una vez.

Diez minutos. Nada. Mi ansiedad gana y decido sacar el teléfono para revisar WhatsApp. De inmediato, un anciano se materializa a mi costado y con su perra voz gangosa me pide la hora. Ya valió madres. ¿Por qué nunca me hago caso? “10:10, carnal.” El sujeto parece aturdido. Puede ser el exceso de drogas y alcohol en su cuerpo o sencillamente sueño. Frente a su intento de entablar una charla conmigo, levantó la mano a un taxi que se aproxima. El chófer se orilla cuidadosamente, disminuye la velocidad, echa un ojo y acelera. “No se paró, Mai. Yo no sé pa' qué se alquila si no quieren levantar gente.” Lo escucho hablar y antes de intentar responderle lo culpo de mi mala suerte. Tal vez si este pinche anciano no hubiera estado junto a mí... Lo observó. Su barba blanca contrasta con la parte oscura de su cabeza rapada. El tipo me observa. Su carilla es como de un niño, pero con la barba de un anciano. Sus ojos sin brillo, sin esperanza.

18 minutos. Nada. Ya tendría que estar en el trabajo, pero a cambio sigo guarecido del sol matinal con un pinche viejito que espanta a los taxistas. Discretamente guardo el teléfono, uno nunca sabe. Diviso otro taxi. Levanto el brazo y avanzo dos pasos. Tres. El chófer disminuye la velocidad, echa una mirada y acelera. El viejito se encuentra junto a mi observando al frente, con la mirada puesta en la nada y las manos encajadas en los bolsillos. ¡Maldita sea! Antes de permitirle decir algo me volteo hacia él con mi gesto más amenazante. Él ni se entera. Permanece con la mirada clavada en la nada, el ceño fruncido y las manos hurgando en sus bolsillos, seguro vacíos. “Carnalito, ¿Traerás un pesito que me regales? Voy a la chamba y no completo mi pasaje.” ¿Quién chingados sale a la chamba sin dinero para el pasaje?, me preguntó mientras me revuelvo los bolsillos intentando tentalear la moneda de menor valor. ¡Sacó una de diez!  Necesito aprender a leer con los dedos. El tipo da las gracias y se aleja. ¡De haberlo sabido! Mientras lo observo noto cierta familiaridad. Si no fuera por su facha de vagabundo y esa horrible mochila que le hace propaganda al gobierno estatal, podría asegurar que lo conozco.

23 minutos. Nada. Otro carro con facha de taxi se acerca. El chófer toca el claxon y me apunta con el dedo. “¿Quiere taxi?”, lo escucho preguntar un par de veces antes de negar con la cabeza. Conozco a ese cabrón, me afirmo un par de veces mientras trato de reconocer al anciano. Me acerco a él y su reacción es de defensa. Su cuerpo escuálido me hace pensar que el tipo lleva días o semanas sin comer. ¿Meses? Semejante deconstrucción del cuerpo solo se logra con a) una enfermedad brutal o b) con años de mala alimentación.

Cuando termino de pensar el tipo me pregunta la hora. “10:47, carnal.” De inmediato me dice que si le regaló un pesito. "Es para completar para un taquito, mai". Meto la mano al bolsillo derecho y le entrego la primera moneda que tentaleo. Es de peso. ¡Qué poca madre tengo!, pienso. ¡Qué poca madre tienes!, parece decirme con esa mirada inquisidora propia de los desesperanzados. Podrán ser parias en esta vida, pero eso no nos da derecho a tratarlos como cualquier cosa. Al observarlo mejor reparo en su profusa nariz. No puedo clasificarla cómo aguileña, ni como hacha. Esa madre es casi un snorquel. ¡Ya sé quién es este infeliz! Oye carnal, le desclavo la mirada del camión que se aproxima. “¿Tú eres el...?” Ni alcanzo a terminar la pregunta cuando lo veo treparse al camión.

Gonzo. ¡Ese cabrón es mi amigo El Gonzo! Un personaje. Bar tender, mesero, bailarín, árbitro de futbol, símbolo sexual, entre otras linduras. Trabajé con él en La Obra, un tugurio de mi comunidad caracterizado por vender a la juventud de los noventa, eventos de barra libre en la que nosotros rebajamos la cerveza con el agua de los hielos. “Pidan la propina por adela y si alguien se mocha chido, le servimos chela recién sacad del refri”, solía instruirnos el Gonzo. Intento ir tras el camión y treparme también, pero la falta de costumbre a usar zapatos de vestir, me impide correr.

58 minutos. Un taxi se aproxima, levanto el brazo y el chofer solícito, se orilla con precaución. “¿A dónde lo llevo, caballero?” Le indico mi destino en tanto me acomodo en el asiento trasero. Al notar mi estado meditabundo, el hombre hace mutis y hasta baja la música.
¡Pinche Gonzo! Es la prueba de que la juventud se nos escurre de las manos y no de las formas más gratas posibles. Siempre supe de su vida desgobernada y licenciosa, pero él llegó al extremo.

Trato de regresar a mi realidad y concentrarme en los pendientes del día.
¿Así de jodido me veré?
¿Así de jodido me verán ustedes?
¡Valgo madres!