jueves, 7 de abril de 2022

Ahí vienen los testigos

Una de las cosas que le agradezco a la pandemia es que mi comunidad se libró de los testigos de Jehová.

En febrero de 2020 se volvió casi imposible transitar a pie por la colonia. Los retenes de hombres trajeados y mujeres con falda, armados con gruesas biblias, sombrillas y portafolios, se instalaron como parte del paisaje urbano. Parques, avenidas principales, paradas de autobuses, tianguis, estacionamientos de centros comerciales, todo estaba plagado de aleluyos que insistentes, cercaban a los peatones orillándolos a escuchar una selección de versículos, pretendiendo convencerlos que el mundo prometido es semejante al que muestran en las portadas de sus revistas. Personalmente, no me imagino en un paraje departiendo entre tigres de bengala y simios involucionados, pero igual no discuto su deseo de soñar.

-Pero ¿a ti que te molesta? -solía preguntarme la heroína muy risueña cada vez que se me ocurría quejarme en voz alta mientras cerraba puertas, ventanas y cortinas, y apagaba todo aparato electrodoméstico que diera indicios de vida en nuestro hogar.
-Es que son muy necios. Se pasan por alto mi cartulina de los Testigos de Cthulhu o de los adoradores de satán y se supone que ellos son los que saben leer.

Aquella frase resultó una revelación cuando días después mientras esperaba gustoso el transporte, se me acercó un buen hombre y biblia en mano, pretendió leerme algo. Puse ara de imbécil y no respondí. Desconcertado, el hombre comenzó a leer algo que entendí era un pasaje de la Guerra de las Galaxias, o cuando menos eso me pasó por la cabeza. El hombre preguntó mi opinión. Reafirmé la cara de imbécil. Sólo entonces pude ver como su rostro amable fue mutando, adquiriendo tintes de desesperación al no lograr arrancarme una palabra. "Si gusta podemos ir a su casa y enseñarle a leer la biblia." ¿Y yo como para qué chingados quiero que me enseñen a leer la Biblia? Recordé la revelación de días pasados. Al no obtener respuesta, hurgó en el portafolio y sacó dos ejemplares de las tradicionales Despertar y Atalaya.

-¡Tome! Le regalo estas revistas para que las analice en la tranquilidad de su hogar, con su familia.
-¡Noooooooo, señor! -me apresuré a responder sin darle la oportunidad de insistir. Es que… es que… es que… ¡no sé ler!

El hombre me dio los buenos días y se retiró dejando su sonrisa en el piso. Si Dios existe está de mi lado, pensé. Durante horas pude reflexionar al respecto y decidí que, a partir de ese día, cada vez que un Testigo de Jehová me abordara pondría cara de pendejo. Más aún: aderezaría mi actuación imitando la voz de Héctor Suárez en el Mil Usos para no dejar duda que se encontraban frente a alguien que no comprendería nada que pudieran decirle acerca de la venida del Señor. Por si fuera poco, cada vez que tuvieran la osadía de querer regalarme una revista respondería: "uuuuy, noooo señor, es que... es que... es que... no sé ler". Y sí, aunque les parezca increíble por varios años mi técnica resultó infalible para evadir de la verborrea de esos seres y de otros que predican la palabra del apóstol Joseph Smith.

Todo iba bien hasta que un día, mientras hacía gala de mi actuación de analfabeta funcional frente a unas mujeres y ellas mi miraban con dejo de misericordia, un par de alumnos pasaron a unos metros de donde nos encontrábamos y gritaron: "adiós profe, no se vaya a ir de pinta. Nos vemos al rato en la escuela." Ese día Dios me dio la espalda.

Afortunadamente, Jehová mandó una pandemia que durante 24 meses nos ha librado de esta gente. Ya en otra ocasión les contaré quienes los están sucediendo, pero por hoy no les quiero aburrir más.

Sé que les vale madres, pero se los quería contar.

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