martes, 4 de enero de 2022

Roscas


De nuez, nata, de zarzamora con queso, crema de avellanas, gourmet (sea lo que eso signifique), la tradicional; con muñecos de plástico blancos, ahora también de colores, con el niño Jesús; con los personajes del nacimiento, con Baby Yoda, con los reyes magos y sus respectivos animales; de la panificadora del barrio, de la panificadora de cadena, de tienda departamental, de súper mercado, casera, la que revenden en el camellón…

El año comenzó y como se ha hecho costumbre en nuestra pobretona nación, una crisis económica nació con el 2022. Sin embargo, eso no es impedimento para que millones compatriotas se den un último gusto culinario y el próximo día 6 mantengan viva una de las tradiciones más hermosas: el convivio para partir y repartir la rosca de reyes.

Gustoso de las tradiciones y gozoso de la comida de temporada, aunque ahora se encuentre todo el año, decidí salir a buscar una rosca capaz de satisfacer mi gula. Mi primera parada fue en la panadería de los ricos, nombrada así por los vecinos de la colonia que hace años consideraron que el pan expedido en dicho local era costeable únicamente para quienes gozaban de cierto nivel adquisitivo. Si bien, con el tiempo y sabiendo que el negocio vislumbraba una muerte por abandono, los dueños del lugar decidieron bajar el precio del pan sacrificando la calidad de los insumos. Actualmente es la panadería más visitada de la comarca, pero una rosca familiar de $380, con los ingredientes tradicionales y sin un atractivo extra, invita a caminar un kilómetro más y buscar otras opciones.

Ansioso me dirigí hasta la zona que alberga los centros comerciales. Parece que se ponen de acuerdo. Rosca individual entre $40 y $70. Las pequeñas que se fraccionan en cuatro porciones entre $120 y $180, las medianas en $200 y las grandes arriba de los $350. ¿Qué privilegio tiene una rosca de reyes para tener ese costo? La inflación, me respondo de rebote. La temporada, corrijo para no sentirme un analista mamón de redes sociales y con ello agriar mi paseo.

En mi niñez me gustaba el 6 de enero más por la rosca que por los obsequios. Nunca faltó una buena porción acompañada de una taza de chocolate caliente. Entonces, además del área azucarada, la rosca tenía acitrón. Lo odiaba. Persiste mi sentimiento de culpa por no haberme comido jamás ese derivado de la bisnaga y que gracias a nuestras incorruptibles autoridades, hoy la PROFEPA tiene prohibido comerciar. Pienso entonces en los ingredientes actuales de una rosca. ¿A quién se le ocurrió rellenarla de nata? ¿Qué eso no era propio de las conchas? ¿Por qué de zarzamora con queso? ¿Qué no existen ya pasteles con esa horrible mezcla? ¿Por qué crema de avellanas? En una tienda departamental venden una rosca que anuncian como gourmet. Mi imaginación viaja hacia una galaxia insospechada. La imagino rellena de ingredientes que no se acoplan a mi paladar corriente, aunque también pienso en apenas unos gramos más de mantequilla, huevos de avestruz, nueces de la india, avellanas, piñones y algún dulce cristalizado derivado de alguna cactácea del desierto de Gobi. Mi curiosidad me lleva a investigar al respecto y me encuentro con que es un pan normal, con los ingredientes normales y cuyo precio es menor que el de las tiendas de cadena por todos conocidas.

Reparo que me encuentro cerca de dos panificadores de moda entre la pelagatancia aspiracional. Llego a la del Elefantito y por poco y muero de un infarto al miocardio. Pero en la restitución de mis signos vitales, observo que no soy el único sorprendido. Salí del lugar estudiando los rostros de las personas que, en un afán por distraer a las señoritas demostradoras, justificaban su visita al lugar con un amable: “vengo por bolillos”. Pasos más adelante y aún con la risa contenida, entré a la competencia. De otra era. Ahí no podía esperar más que poses y roscas que definitivamente compraría si careciera de neuronas. Sus innovaciones se limitan a ofrecer panes rellenos de nata y conejitos de chocolate. ¡Qué ingenio! ¿Ofrecerán una dosis de insulina en la compra de la rosca? ¡Ni pensarlo!

Sintiendo el fracaso en cada paso y pensando que lo mejor será sustituir la rosca anual por un par de conchas de chocolate, llevo mis despojos hacia mi hogar. En el camino veo una panificadora pequeña, de esas que hasta hace unos años llamábamos de chinos, pero que los años trajeron nuevamente a manos de una familia mexicana. En la vitrina se exhiben roscas de tres tamaños. El aroma invita a preguntar que ofrecen a cambio de los billetes de mi cartera. Tras recibir una pruebita, tradición que también se ha perdido con el pasar del tiempo, merco una tamaño familiar.

Dispuesto a comer un gran trozo acompañado de una taza de chocolate caliente, recuerdo que apenas es 3 de enero y que no he escrito mi carta a los santos reyes. Eso si es un sacrilegio. Abandono mi intención y me siento frente a la computadora:

 

¨Queridos Reyes Magos…”

 

Entonces recuerdo que no pensé en las deliciosas aberraciones de la rosca de tacos, la rosca de tortas y mi preferida: la chicharrosca de chicharrón norteño. Pero ahora tengo una encomienda importante y dejaré ese importante análisis socio-gastronómico para el siguiente año.

 

Nota final: Por favor, no compren roscas de más de quinientos pesos. No sean mamones.

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