viernes, 10 de abril de 2020

Diario de cuarentena. Chambitas emergentes

Cubre bocas para automóvil $100. El anuncio provocó nuestra risa y lo único que se me ocurrió fue detener el automóvil y echarme un metro en reversa para leer bien. Un hombre se levantó de inmediato: "cubre bocas para tu carro, papi", dijo con aire picarón. De inmediato sacó varias bolsas y nos mostró los productos. Eran cubre bocas gigantes. Nos comentó que se le ocurrió porque vio que varios microbúses traían esa ocurrencia. "Los primeros días vendí chido, de diez a quince. Ahorita ya bajó, primero porque ya no es novedad y segundo porque la gente no quiere gastar en mamadas. Pero con unos tres que venda al día, ya la hice."

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El taller donde trabaja Gera cerró por tiempo indefinido. "Sí teníamos chamba pero el dueño dijo que iba a cerrar. A mí siempre me ha gustado dibujar paisajes y se me ocurrió vender mis cuadros." Sobre una lona, en el piso, reposan al menos diez cuadros con paisajes parecidos a los que pintaba Bob Ross. Todos siguen el mismo patrón. "Llevate uno, los doy a $80 pero si te lo llevas dame $50", me dice con cierto aire de resignación. El dueño del taller les dijo que cerraría dos semanas pero sólo les podría pagar una. "Necesito sacar lo de la otra semana", acota. Una mujer se acerca a ver los cuadros. Gera suelta la oferta y la mujer se lleva dos. Son los primeros cuadros que vende en cuatro días, me confiesa.

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"Apenas había entrado a dar clases de música a un colegio privado. Llevaba casi un año sin chamba aunque a veces salía a tocar con un conjunto versatil los fines de semana pero se nos cayeron todos los eventos. En el colegio ni me pagaron la quincena. Me dijeron que regresando veíamos lo de mi contrato." Mario termina su descanso y continúa recorriendo los locales tocando un saxofón. Al hombro lleva una guitarra. Intercala ambos instrumentos dependiendo su ánimo. "Nunca había tocado en la calle pero hay que buscar el chivo y ni modo. No me va mal pero en otras circunstancia podría ser mejor." Doña Ramona, la señora de la tienda le pide las mañanitas para su nuera que está cumpliendo años. Mario toca las mañanitas con la guitarra y luego algunos boleros a menara de serenata. Doña Ramona le coopera con $50. Efectivamente, en otras circunstancias le iría mejor, pienso.

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"¿Le pinto el número de la casa?", pregunta un joven corpulento que sostiene una latita con pintura. "Es de cooperación voluntaria." La señora de la casa asiente con la cabeza mientras desde el interior se escucha la voz de su marido: "si yo lo que quiero es que no se vea el número para que los aboneros no me encuentren." Carcajadas. El joven se esmera en lo que hace. Cinco minutos después se para frente al zaguán y recibe los quince pesitos que en estos momentos son una bendición. Tres casas. Cinco casas. Diez casas después vuelve a trabajar. Le ofrecen $10. Al final de la calle tapa sus latas y se sienta en la banqueta a contar su dinero. Minutos después se mete en la tienda y sale con una coca grande y un pan bimbo.

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"Servilletas pa' las tortillas. Quédese con una. Mírelas, están bien bonitas." La mujer saca tres trozos de tela tejidos por las orillas. Las ofrece en $20 cada una. La veo a la distancia recorrer las cuarenta y dos casas de la calle. Tal vez en una le compraron pero no estoy seguro. Minutos después veo pasar a la mujer. Corre. Otra señora la saluda y de inmediato, la de las servilletas, le dice que consiguió trabajo en una casa. Quieren que limpie y les dije que de una vez pero que nomás me dejaran avisarle a mi hija para que no esté preocupada. La mujer se ve feliz. Hay días así, que de tan simples resultan felices.

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