domingo, 19 de abril de 2020

Mal agüero

Desde que tengo memoria, los domingos son de tianguis. El de mi comunidad, por cierto, ha ido mutando drásticamente con el paso de los años. El puesto de la Morena pasó a propiedad de los hijos del verdulero; la señorita de los raspados ahora vende calcetas; el puesto del pescado ahora trae casi todo empaquetado. El de las vísceras se pone cuando quiere.

Abundan los puestos de micheladas. Hay uno cada seis lugares. Todos ofrecen lo mismo y básicamente la diferencia está en la cara de quien atiende. A mí me gusta ir con la Güerita, una muchacha nalgoncita que conozco desde mi terna juventud y cuyo carácter es de la chingada, pero ir a verla despachar su negocio no tiene precio. 

Los tacos de cecina han provocado que desaparecieran siete u ocho puestos: el de los hilos y el de la ropa de bebé. Este último fue una pena pues ahí me hubiera gustado comprarle una chambrita a mi próximo hijo. Nunca compré hilos pero me gustaba pasar y ver a la mamá de Sandra, una compañerita de la primaria que siempre me cayó bien. Sobreviven el puesto de los dulces a granel, los dos puestos de chicharrón, los tacos de moronga y el enorme puesto de las flautas. También sobrevive el barril de tepache junto al chicharrón aunque ahora abundan los puestos de agua de coco. 

A veces me gusta recorrer el tianguis sólo para pensar en aquello que ya no existe y lo que ahora resulta novedoso. Recuerdo con nostalgia los puestos donde solía comprar mis luchadores de plástico o las máscaras y capas de luchador, las bolsas de soldaditos o algún jueguito hecho de madera. Hoy todos esos lugares son ocupados por otros giros.

Esta semana abundan los puestos de cubre bocas. Conté más de trece. Son los que más venta tienen y para ser honesto, me molesta su presencia. Son como de mal agüero.

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