lunes, 8 de junio de 2020

Este va a ser nuestro año

Durante los primeros segundos del año 2020, Juan no supo si echarse las doce uvas a la boca, triturarlas apresuradamente y tragarlas, o beber de golpe el vaso de sidra que previamente le sirvió su hermano para realizar un brindis. Sin embargo, cuando repiqueteó la primera campanada, su única reacción fue cargar a su pequeña hija y abrazar a su esposa. "Este va a ser nuestro año, gorda. Este va a ser nuestro año." El mantra fue repetido durante casi sesenta segundos y sellado con un beso antes de que cada uno fuera a abrazar al resto de sus familiares. Aquella madrugada transcurrió entre tragos, comida, baile y canciones que fueron coreadas en un improvisado karaoke.

Dieciocho días después, Juan fue despedido de su trabajo y con ello vino la primera sacudida. Recibió un finiquito generoso. Con el cheque extendido sobre la cama, Juan y Estela pasaron varias horas buscando la mejor forma de invertirlo. Decidieron, al cabo de mucho pensarlo, dar el enganche para adquirir un automóvil y meterlo a trabajar como Uber. Siguieron todo el procedimiento para la compra del vehículo y para darse de alta como socio conductor. Todo parecía marchar bien hasta que Juan fue notificado que no había pasado la prueba de confianza. Nunca quedó clara dicha situación pero eso no los desanimó. Al final decidieron meter el automóvil como taxi de sitio.

A Juan siempre le gustó andar en la calle por lo que no se le dificultó hacer sus primeros viajes. Prácticamente conocía cada lugar al que le pedían hacer servicios y se le facilitaba transitar por atajos que le ahorraban tiempo y gasolina. Desafortunadamente los gastos que genera pertenecer a un sitio, le dejaron pocas ganancias en las primeras semanas. Un compañero le sugirió levantarse más temprano y madrugar para hacer los viajes mañaneros. En pocos días el hombre vio la diferencia pues se dio cuenta que mucha gente recurría a ese servicio que, dicho sea de paso, se cobra un poco más caro.

Estela notó un cambio en las finanzas familiares y para mediados de marzo calculó que a ese ritmo podrían liquidar la deuda del carro en la mitad del tiempo pactado, por lo que motivaba diariamente a su esposo a levantarse temprano  ponerse a trabajar. Él hacia su parte: además de los viajes que salían del sitio, hacía servicios privados para comerciantes de la zona, vecinos y amigos. Sus jornadas de trabajo iban de dieciséis a dieciocho horas diarias, incluyendo sábados y domingos.

La mañana del lunes 16 de marzo Juan llegó al sitio faltando quince minutos para las cinco de la mañana. Sabía que sería un buen día pues había sido quincena. Mientras escuchaba las noticias acerca del coronavirus un impacto intentó destrozar una de las ventanillas de su coche. Azorado, trató de encontrar una respuesta pero únicamente encontró el cañón de una pistola apuntándole a la cabeza. Un par de jóvenes que viajaban en una motoneta destartalada le indicaron que bajara del auto. En menos de treinta segundos Juan vio por última vez su automóvil y todos los planes que él y su esposa habían depositado en ese auto.

Esa segunda sacudida tampoco lo derribó. El 2020 sería su año. Se lo había prometido a su esposa y a su hija. Durante algunas semanas trabajó en un camión recolector de basura donde la mayor ganancia eran las objetos usados que rescataba y servían para revender. Sin embargo, nada de eso se comparaba con las ganancias de su trabajo en el taxi. A finales de abril, por recomendación de un amigo, Juan entró a trabajar a un almacén en la delegación Azcapotzalco. 

Una semanas después, el 13 de mayo, su compañero de turno se presentó a trabajar enfermo. Por sugerencia de Juan, el joven fue al servicio médico donde la doctora en turno únicamente le ofreció una aspirina antes de regresarlo a trabajar. No es nada, apenas un resfriado. Al siguiente día, Martín no se presentó al almacén por lo que Juan vio en su ausencia una oportunidad para alargar las jornadas laborales y ganar dinero extra. Debido a la falta de personal, el supervisor no tuvo objeción y durante dos semanas Juan trabajó doble jornada. De su compañero de trabajo se corrieron varios rumores, ninguno comprobado.

El 27 de mayo por la mañana, Juan despertó con fiebre y malestar de cuerpo. Una noche antes una pertinaz lluvia lo alcanzó de regreso a casa por lo que minimizó su enfermedad. En el trabajo, a pesar de evidenciar su malestar, lo mantuvieron junto con otras treinta y seis personas. El hombre concluyó la doble jornada y regresó a su casa. El 29 de mayo Estela trasladó a su esposo a varias clínicas públicas y privadas de su comunidad, donde le fue negada la atención aludiendo falta de personal. Finalmente, recurrieron al servició de una farmacia donde le diagnosticaron un fuerte resfriado. Con el medicamento en mano regresaron a su casa. Juan durmió hasta pasadas las siete de la noche cuando la dificultad para respirar se hizo evidente. Por teléfono pidieron ayuda a un amigo quien les sugirió llevarlo a un hospital. La situación era crítica y ya no daba para recomendaciones caseras, ni consultas telefónicas.

La noche del 30 de mayo Juan ingresó a la clínica 72 del IMSS. El primer diagnóstico fue que una bacteria estaba atacando sus pulmones. "No es covid", aseguró la persona encargada de dar información a los familiares. Argumentando falta de insumos y medicamentos, les pidieron conseguir una fórmula para estabilizarlo. "Tal vez también tengan que conseguir oxigeno pero más adelante les avisamos". Estela se puso en contacto con sus familiares y conocidos y entre todos lograron conseguir la mitad del medicamento cuyo costo fue de casi seis mil pesos. El 31 de mayo por la noche Juan parecía mejorar.

El lunes 1 de junio, Estela recibió una llamada por parte de una persona del hospital: "su esposo está muy delicado aunque estable. La bacteria está atacando la sangre y será necesario que se preparen para cualquier cosa. Como sugerencia le pedimos que platique con todas las personas que tuvieron contacto con sus esposo los días recientes y comiencen un proceso de aislamiento. En caso de confirmar que la prueba de covid es positiva, ustedes tendrán que realizarse las pruebas pertinentes pero por su cuenta." La siguiente llamada que estela recibió fue después las ocho de la noche: "su esposo acaba de fallecer. Tiene que venir a la clínica para realizar los trámites correspondientes."

Estela se quedó muda por unos minutos. A su mente vinieron la fiesta de año nuevo, la comida en la mesa, los tragos, el baile, el karaoke y la promesa por un 2020 mejor. "Este va a ser nuestro año, gorda", le había dicho Juan a la tercer campanada mientras las abrazaba a ella y a su hija. Ahora estaba muerto.

Juan no tuvo la posibilidad de ser velado. Su cuerpo fue entregado dentro de una bolsa hermética y un ataúd emplayado. La funeraria que ofreció los servicios cobró una comisión extra por acelerar los trámites y lograr que el cuerpo fuera sacado de la clínica al amanecer. A su sepelio sólo acudieron sus padres, Estela y una cuñada. Apenas pudieron decirle unas oraciones antes de que la primera palada de tierra chocara contra su féretro y junto con él y un ramo de flores, quedara enterrada su promesa de año nuevo.

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