jueves, 10 de enero de 2013

¡Qué lo abra, qué lo abra!

Pocas costumbres me resultan tan anómalas como esa de interrumpir una fiesta de cumpleaños para orillar al festejado a abrir los obsequios que le llevaron los invitados. Sin embargo, me parece pertinente acotar que semejante acción jamás había sido presenciada por un servidor o por alguno de los miembros de mi familia hasta que nos dio por asistir a una fiesta celebrada por el primo de un amigo. Debo decir que el espectáculo presenciado resultó en sí mismo lamentable sobre todo si el invitado criticón, que dicho sea de paso, andaba buscando un tema para escribir un nuevo texto para compartirlo con una turba de lectores ansiosos, llegó a la fiesta sin regalo.
 
El caso es que apenas nos encontrábamos reposando el pozole estilo guerrero preparado por la esposa del festejado, cuando la cuñada de ésta se paró a la mitad de la sala para gritar como una posesa que era hora de que el agasajado abriera sus regalos. Pero el aludido, cayendo en otro ritual que me parece todavía más ridículo que el anterior, se hizo del rogar un par de minutos hasta que todos los invitados nos vimos en la penosa necesidad de alentarlo a caminar hasta una improvisada mesita donde reposaban menos de diez envoltorios, lo cual no pude pasar por alto considerando que en la casa había cuando menos 35 personas.

El segundo detalle a pensar es el siguiente: ¿qué se le puede regalar a un sujeto que tiene un altar dedicado a las chivas rayadas del Guadalajaraa la mitad de la sala? Esto sólo es ejemplo claro de su mal gusto (me refiero a poner un altar ofrecido a un equipo de fútbol, en la parte de la casa donde se recibe a los invitados), por lo que el asunto del regalo ya queda completamente de lado.

El tercer detalle surgió al abrir el primer regalo: un llavero. Este me parece el regalo más pendejo que se le pueda hacer a una persona pues considero que quien obsequia un llavero demuestra su carente imaginación y sobre todo su repugnancia a obsequiar algo atractivo. Luego del llavero vinieron unos zapatos de charol (¿quién regala zapatos de charol hoy día?), un par de calcetines, una playera, dos calzones, una loción, un disco pirata de un cantante grupero y una caja de galletas Surtido Rico.

Tras el vergonzoso ritual todos tuvimos que chutarnos un forzado aplauso que motivó al festejado a emitir unas palabras de agradecimiento que a mí me hicieron sacar las siguientes conclusiones: a) los invitados vieron muy fregadito al cumpleañero y de ahí el motivo de los regalos; b) el que lleva el mejor obsequio es el que impulsa semejante ritual pues quiere lucirse con quienes regalaron las cosas menos costosas; c) los pelagatos que no llevan ni un fuerte apretón de manos, son los que aplauden más fuerte pues con ello demuestran que es mejor dar afecto que comprarlo; d) los que huyen del espectáculo son los que regalan cosas piratas y con ello evitan ser evidenciados; e) el ridículo más lamentable lo hace quien abre los regalos pues deja al descubierto que su familia está formada por una montaña de tacaños; y, f) ¿qué turbia intención perseguiría el inventor de semejante costumbre para decidirse a detener la comilona y el bailongo a mitad de una fiesta para que el agasajado abriera sus regalos?
 
Todo lo anterior es terrible pero eso se sacan las familias nacas por andar adoptando cosas del estilo de vida americano que ven en los programas que pasan en la televisión por cable.

*Publicado en Bitácora del Orgasmo. Noviembre de 2012.

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