Han
pasado cinco días del terremoto y sigo pensando que no me pasó nada. Sin
embargo, no he dejado de recordar la forma en que el edificio se movió. En ese
momento no pensé que se fuera a caer porque mientras caminas no piensas en
fatalismos, únicamente salvas la vida. Eso sí, claramente podía escuchar que
algo crujía. Hasta después supe que se trató de un vidrio.
No
corrí, no grité, no empujé. No había motivo para correr porque frente a mí ya no
había personas; menos de gritar porque estaba solo. Empujaba sí, a mis temores,
esos que pasan por la memoria en formato de 8mm y te mueven a pensar en el tipo
de persona que eres.
Supe
que las cosas no estaban bien cuando escuché el ulular de las sirenas y me
percaté que más de un helicóptero volaba por encima de nuestras cabezas. En
esos momentos no piensas en lo grave de la situación pero en la medida en que
pasan las horas te das cuenta que el asunto fue grave.
Han
pasado cinco días del temblor y con perspectiva calculo el dolor y me cobijo en
mi tristeza. Sí, los hombres rudos también sentimos dolor y tristeza. Dicen que
mañana tendré que regresar a la normalidad laborar. No tengo la certeza qué signifique
eso pero sé que la normalidad tardará. Ni siquiera he visto a aquellos con
quienes trabajo. Sé que están bien porque si algo les hubiera pasado las
noticias hubieran llegado de inmediato. No sé cómo esté su ánimo, si estén
asustados. Desconozco si tengan alguna mala experiencia ocasionada por todo lo
ocurrido estos días pero si es así, tendré que estar prevenido.
Bueno,
todavía me quedan unas horas para seguir cobijado en mi tristeza.
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