viernes, 22 de diciembre de 2017

Bitacora de vacaciones. Día 2.

El día comenzó con una posada monumental: sonido, grupo de música versátil, cohetones de luces. Perros ladrando y aves volando de árbol a árbol en cada explosión. Pienso en mis amigos amantes de los animales. Estarían enfurecidos y pidiendo cadena perpetua para mis vecinos.

Los invitados invadieron las entradas con carros y camionetas mientras las parejas improvisaron la pista de baile justo a media calle. Pinche ruidero. Soy poco menos que un grinch moderno y además, real. Odio las pseudo posadas modernas en las que la gente llega buscando las bebidas alcoholicas. ¿Dónde quedó la bonita tradición de pasear a los peregrinos, pedir posada, quemarle el cabello a las niñas con la velita, escocerce la piel con la cera ardiendo, estirar la mano para recibir un silbato de colores, entrar a invadir un patio ajeno haciendo un ruido infernal, rezar el santo rosario, emocionarse con las piñatas, romperle la cabeza a alguien con un palazo, aventarse por los dulces, dejar la piel en el asfalto, comer enchiladas y regresar a la casa hinchado de dulces, frutas aplastadas, galletas de animalitos remojadas y una satisfacción hermosa? ¿En las posadas de su infancia no daban enchiladas? ¡Qué gente tan rara! Si algo me dejó la infancia fue entender que en las posadas los peregrinos comíamos enchiladas. A mí, aparte de la comida me gustaba mucho el ponche. Ahora me desespera comerme la fruta y sólo prefiero beber el juguito en porciones generosas.

La posada de anoche fue de las que no me gustan, por eso decliné amablemente la invitación. Argüí mucho trabajo para el día siguiente. Nadie tiene qué saber que estoy de vacaciones así que me creyeron pero no por eso consideraron que el respeto a mi sueño es la paz. Les valió madres y a la voz de clásicos como El venado, Qué bello, Montón de estrellas y El tucanazo, el bailongo comenzó.

Una hora después, cuando la Sonora Tinitus comenzó su número yo me estaba poniendo la pijama (es un decir porque duermo encuerado). La vibración de las ventanas me hizo saber que las siguientes horas tendría mucho que pensar. El ambiente fue a más y entonces decidí colocarme unos audífonos, seleccionar música y comenzar la lectura de un nuevo libro. Elegí las Confesiones de San Agustín. Seguramente, querido lector, usted se estará preguntando qué demonios hago leyendo un libro de San Agustín si es por demás conocido que soy un alejado de la religión. Sucede que existen personajes de la vida religiosa que desde siempre me han resultado fascnantes. Son los resabios de los años en que mi madre quiso que me consagrara al catecismo y por eso me envió a los cursos de verano durante tres años seguidos. Era malo en la escuela pero bueno aprendiéndome los rezos y las biografias de los hombres de Dios. La diferencia es que a mí aunque las historias me las contaban edulcoradas, llenas de amor y buenas intenciones me hacían pensar en el padre Jorge que era un verdadero hijo de la chingada. Verlo enojado me hacía preguntarme: ¿los santos eran regañones? Obviamente todos los adultos a los que se los pregunté me decían que no, que eran hombres probos y amorosos que se habían entregado a la vida bondadosa. Lo dudaba. Afortunadamente un día descubrí lecturas que me respondieron de mejor manera y Confesiones fue precisamente uno de los textos que mejor explicó mis dudas con respecto a los santos. En el San Agustín dice: "Más he aquí que hace tiempo mi infancia murió, no obstante que yo vivo." Y leer su biografía me hizo vivir sin dudas.

Aurelius Augustinus Hipponensis se convirtió en uno de los personajes que mejor ejemplificó lo que andaba buscando ¿La razón? Sería pertinente que ustedes mismos lo averiguaran y entendieran que los santos antes de ser cannonizados, tuvieron vida y muchos de ellos la disfrutaron mundanamente, así como lo hacemos la mayoría de nosotros.

A las 5.40 am decido que es hora dormir. La música aún se escucha con potencia y por los murmullos me imagino que los vecinos están ebrios y animados. Pienso que la mayoría disfruta de vacaciones de lo contrario es complicado llegar a sus trabajos aún borrachos. Decido asomarme por la ventana y me encuentro con la vecina buenona muy fresca, como la mismísima mañana, partiendo para el trabajo. Ella no tiene vacaciones, qué lástima. Entonces me viene a la mente ese pasaje dónde Aurelio Agustín se separa de su mujer y él se queda disfrutando de las mieles de la soltería. Bueno, no así pero el caso es que se queda solo y escribe: "Más yo, desgraciado, incapaz de imitar a esta mujer, y no pudiendo sufrir la dilación de dos años que habían de pasar hasta recibir por esposa a la que había pedido -porque no era yo amante del matrimonio, sino esclavo de la sensualidad-, me procuré otra mujer, no ciertamente en calidad de esposa, sino para sustentar y conducir íntegra o aumentada la enfermedad de mi alma bajo la guarda de mi ininterrumpida costumbre al estado del matrimonio." En pocas palabras, se rindió a la tentación de la carne.

Ahora puedo irme a la cama sin mayor reserva, después de todo son vacaciones y aunque no participé en la posada, la noche resultó productiva.

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