martes, 26 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones. Día 6.

Después de varios días de suplicio en el taller mecánico a consecuencia de una afinación que se convirtió en la reparación de varios detalles menores (pinches mecánicos), decidí llevar mi automóvil a verificar. Para lograrlo hice el ritual de siempre: me levanté temprano para aspirarlo y lavarlo, le pedí la Karcher a mi vecino, hice un desmadre con el engrasante que se le pone al motor, me bebí un vaso enorme con agua de limón, me arreglé (lo que incluye ducha y perfume), acomodé la documentación dentro de un libro y conduje hasta el verificentro predispuesto a encontrar una fila enorme. Y así fue.

Faltaban menos de diez minutos para las once cuando pretendí tomar mi lugar en la fila. Calculé que delante de mi había treinta autos, más otros quince adentro del lugar. Supuse una espera larga. No conté con que un imbécil con gafas, montado en un viejo Dart K modelo 1982, tuvo la genial idea de echarme laminazo para meterse adelante de mí. Acaba de nacer el niño Dios y mi sed de venganza no es suficiente para hacerlo llorar así que me contuve y esperé que el karma le cobrara la osadía.

Me entretengo observando a los señores que hacen negocio en torno al verificentro: a las señoras que por su escote exigen trato preferencial, a los despistados que ya se les pasó la fecha para el trámite, a los que llevan a toda la familia como si fuera un día de campo, a los que te sacan la calcomanía a cambio de una lana, a los que alegan pendejadas por ser amigos de Don Noséquién, etcétera. Me percato que la fila comienza a avanzar pero mi vecino no se mueve. Soy enemigo de hacer uso del claxon así que espero. El ruido detrás de mí se vuelve infernal y varios automovilistas amagan con saltarse si no avanzamos de inmediato. Al volver la mirada al frente me encuentro con que el imbécil con gafas está tratando de abrir su portezuela. Enciendo mi carro. Repentinamente el sujeto comienza a buscarse algo en todos los bolsillo de la ropa y luego dentro del carro. ¡Se le quedaron las llaves adentro! El premio por no hacer llorar al niño Dios es avanzar tres lugares, eso en lenguaje de personas que pretenden verificar, es muchísimo. Cuando paso a su lado lo observo esbozando mi sonrisa de "te chingaste por pendejo". Acto seguido, varios automovilistas pasan a su lado haciendo lo mismo aunque en lugar de sonreir lo ven con cara de lástima. Por designios que considero divinos, otros automovilistas que se encuentran adelante comienzan a abandonar sus lugares. Así, en menos de media hora me encuentro dentro del verificentro.

Don Yaguarú es el encargado del sitio. Es un hombre enfundado en un overol verde cuyo parecido con el insigne cantante de la guapachosa agrupación, es idéntico. Estoy seguro que Ángel Venegas no murió y al igual que Pedrito, Elvis, Kurt y Michael, él también fingió su muerte y alejado de las mieles de la fama, vino a dirigir este verificentro donde las ganancias por cada "brinco" son el equivalente a una presentación con su conjunto. Don Yaguarú me pide mis documentos y me ordena tomar mi lugar en la línea 1. "Pásate rápido, pa'. Ya nos queremos ir", me dice mientras en mi cabeza es inevitable que suene: "si con volverte a mirar, tan sólo con verte pasar, estoy muriendo de dolor, estoy sufriendo más y más."

En los quince minutos que espero, me toca presenciar a varios automovilistas que no pasan la verificación. Comienzan una serie de negociaciones más complejas que las que buscan la paz en medio oriente. Hombres que corren abriendo a discreción las billeteras y minions de overol verde que estiran la mano esbozando sonrisas casi delincuenciales. El movimiento ebulle y repentinamente desaparece. Todo es calma nuevamente. El sujeto que trae mis documentos me llama en voz alta. "Pasa a la caja a pagar y con lo que gustes dar de navidá". Sonriente le doy un billete debidamente reservado para la ocasión. ¿Qué ocurriría si no se lo diera? ¿Acaso me boletinarían y harían de mi trámite de verificación algo imposible de lograr?

La verificación vehicular es un martirio terrenal que seguramente otorga puntos para ir al cielo, por eso la cumplo a cabalidad aunque haya que pagar.

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Emocionado por el estreno de la segunda temporada de Merlí, en Netflix, desperté temprano el día de navidad. Resultó que aparecían los mismos 13 capítulos de siempre. Una estafa, pensé. Gracias a Twitter me entero que la plataforma la aplazó el estreno para el día 29. Mientras tanto las series de narcotraficantes y agentes del FBI abundan. Creo que los usuarios necesitamos más opciones. Series menos bélicas y sí más divertidas. Cuando menos eso es lo que quiero.

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Nadie aceptó mi reto de desmentir el mame del #recalentado. Me queda claro que los que somos gordos lo somos y ya. Los que se quieren, se cuidan y el recalentado es un mito que sólo se disfruta en bocadillos pequeños que se acompañan con un buen trago o una taza de ponche calientito.

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